jueves, 22 de noviembre de 2007

La Eucaristía: De la Última Cena hasta hoy I

Un breve desarrollo histórico de la Misa como Celebración ritual, es imposible y no deja de omitir elementos importantes de su progreso a través del tempo. Sin embargo, intentaremos incorporar a este relato, los elementos que consideremos más importantes para la comprensión de cómo está estructurada la Misa en la actualidad. La eucaristía no es una realidad estática sino dinámica, no arqueológica sino viva, como quedo demostrado en la renovación litúrgica que se realizó en el Concilio Vaticano II.

La historia de la celebración eucarística empieza con la última Cena del Señor Jesús, en la cual estableció la estructura fundamental del rito y ordenó que se repitiera. A saber: tomó el pan, dio gracias con una oración de la que se recuerdan las palabras: “Esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros…”, lo partió y se lo dio como alimento; del mismo modo tomó el cáliz de vino, dio gracias diciendo: “Esta es mi sangre, de la alianza nueva…” y lo paso como bebida; por fin concluyó: “Haced esto en conmemoración mía”. Por eso el núcleo central establecido por Jesús es la presentación del pan y del vino en la mesa (nuestro ofertorio o presentación de las ofrendas), y la plegaria eucarística con el relato de la institución, llamado “consagración”, la fracción del pan y la comunión en su cuerpo y en su sangre en el centro.

Una acción ritual conmemorativa del Señor resucitado, un memorial de su muerte y resurrección, la Cena del Resucitado: así ha sido entendida y celebrada por la comunidad cristiana desde los orígenes, el domingo y en las casas privadas (Cf. Hc 20,7ss; 1Cor 11,16ss).
Con el paso del ambiente judaico al helenístico se acentúa la oración de la acción de gracias, llamada en griego “eucaristía” y se dispone un formulario apropiado; se organiza la primera parte con lecturas bíblicas, homilía, cantos y preces según un esquema inspirado en la liturgia sinagogal y, que corresponde a lo que hoy conocemos como “Liturgia de la Palabra”. Estas dos partes: Liturgia de la Palabra y Liturgia Eucarística están bien descritas y no sufrirán grandes modificaciones a lo largo de los siglos.
A partir del siglo IV la liturgia de la misa (es el nuevo nombre usado en Occidente) experimenta un notable desarrollo con expresiones de solemnidad y de esplendor y la introducción de nuevos elementos. En los siglos que van del V al VII destacan tres momentos de la celebración acompañados por cantos y terminados con oraciones (colecta, ofrendas y comunión): procesión de ofrendas, de las ofrendas del pan y del vino con otros presentes y de la comunión. Para la fracción del se introduce el canto del Cordero de Dios. Aparecen los primeros libros litúrgicos: para las lecturas, los leccionarios (antes se usaba el libro de la Biblia); para las oraciones, los sacramentarios, para los cantos, el gradual. El pueblo participaba activamente en todas las fases celebrativas, en particular en la procesión del ofertorio. Se unifica la lengua asumiendo la hablada por el pueblo: el latín del Imperio Romano. La liturgia romana de la misa está ya bien definida: una acción eclesial con variedad y riqueza de modalidades celebrativas.

En los siglos comprendidos entre el VII y el IX la liturgia romana se trasplantó, por obra de Carlomagno, a Galia, donde se introdujeron oraciones privadas, recitadas en voz baja por el sacerdote, en la entrada, en el ofertorio y en la comunión. El pueblo ya no comprende el latín y disminuye su participación, incluso en la comunión. El sacerdote realiza todo solo y de los tres libros arriba indicados se compone uno solo para uso exclusivo del sacerdote, que desempeña todas las funcione: ese libro es el Misal. La atención se centra en la consagración con el rito de la elevación de la hostia y del cáliz, con las correspondientes genuflexiones y signo de la cruz. Desaparece la comunión del cáliz y el pan ordinario es sustituido por el pan ázimo, nuestra “hostia”, depositada en la legua y no en la mano. En 1014 se incorpora un nuevo elemento, a petición del emperador Enrique II: el Credo o símbolo niceno-constantinopolitano, que de oriente pasando por España y Galia recala en Alemania.

Referencia: Boletín Lazos de Fe, Año 1, Nº 3-4, Mayo y Junio 2003

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