jueves, 6 de diciembre de 2007

Adviento y Navidad un tiempo para iniciar nuestro Proyecto de Vida en el amor de Dios

Hemos llegado al mes del año que sensibiliza nuestro corazón, enternece nuestra alma, y abre nuestro espíritu a sentimientos sublimes.

Vivimos estos días con una necesidad manifiesta de calor de hogar, encuentro con amigos, con el deseo de reunirnos con las personas que en el resto del año hemos dejado olvidadas, producto de lo congestionado de nuestro tiempo, o simplemente, hacemos de estos días una ocasión de salir de la rutina.

Sin embargo corremos el riesgo, de vivir este tiempo tan aprisa como el resto del año; quizás distraídos por los arreglos de la casa, la compra de adornos, regalos y detalles para las personas que estimamos, o el sabor de los platos propios de la época que excitan nuestro paladar...

¿Y ese tiempo tan importante que necesitamos para reordenar y redireccionar nuestra vida interior, nuestro espíritu, dónde queda? ¿Y la señal de ALTO, revestida en la piel de un Niño, que nos advierte la imperante urgencia de la quietud meditativa que, apacigua el alma, orienta las luchas cotidianas, da sentido a la existencia; queda oculta entre el ajetreo decembrino? ¿A caso las celebraciones navideñas las convertimos en uno más de tantos compromisos a los que atendemos, con mayor agrado eso si, para no permitirnos la oportunidad de darnos cuenta que nuestra existencia no va hacia ningún lado?

La Iglesia en el mes de diciembre demarca bien dos momentos celebrativos: uno de discernimiento, el otro de regocijo; uno de meditación, el otro de exaltación; uno de planificación, el otro de ejecución; uno de disposición y el otro de disponibilidad. El primero es el tiempo de Adviento, con el que se comienza un nuevo año litúrgico, que sirve de preparación espiritual de los cristianos a la gran celebración de la venida de Jesucristo -la histórica, en Belén de Judá y la Mesiánica, en la consumación de los tiempos-. El segundo momento es el tiempo de Navidad, en el cual comenzamos a transitar con Cristo en el camino de maduración de nuestra fe y compromiso de vida cristiana.

Año a año, tenemos la oportunidad de retomar los aspectos infantiles de nuestra espiritualidad y dejarnos acompañar por Jesús en ese proceso que nos lleva a la madurez de vida. No tenemos razón de ofendernos si nos reconocemos delante de Dios como infantes de la fe, con actitudes espirituales pueriles. Esto es simplemente la necesidad manifiesta querámoslo o no, del llamado salvífico que desde Belén nos hace el Salvador, a iniciar decididamente un proyecto de vida en el amor en Dios, tal como Él dio testimonio del suyo.

En Belén, Jesús acompañado por sus padres, inicia un camino de maduración moral, afectivo, espiritual, intelectual, en la gracia de Dios, que lo conducirá a la vivencia perfecta del Amor de Dios.

La liturgia de la Iglesia, a través de los tiempos litúrgicos, comenzando por el Adviento, será para nosotros una herramienta que nos permitirá, este año que hemos comenzado, iniciarnos, tomados de la mano de Cristo, en un camino que nos llevará de la infancia a la madurez de fe. Le dará intensidad a nuestra fe, profundidad a nuestro amor y largueza a nuestra caridad.

Aprovechemos este tiempo para definitivamente ser lo que estamos llamados por Dios a ser.

YRB.

Boletín Lazos de Fe, Edición Electrónica, Año 1, Nº 1, Diciembre 2007

MIS DERECHOS HUMANOS: ¡Iguales ante la ley!

Este derecho es el resultado de siglos de luchas y aproximaciones sucesivas.

Ya hemos visto como, en otros momentos de la historia, los diferentes sectores sociales tenían leyes y sistemas jurídicos diferenciados. Hubo que esperar a los inicios de la época moderna, en Europa, para que la idea de la igualdad ante la ley se hiciera realidad.

Además, este principio está en la base de lo que se conoce como las “garantías judiciales”, es decir, el derecho humano a recibir del Estado una justicia pronta, eficaz y, por sobre todas las cosas, equitativa y exenta de toda arbitrariedad y discriminación.

Esto quiere decir que, en su función de administrar la justicia, es decir, de hacer cumplir las leyes, los estados deben atenerse a ciertos principios básicos: presumir la inocencia del acusado, dar a éste el derecho de defenderse ante un juez o tribunal imparcial, garantizar que nadie será condenado por una acción que fue realizada cuando no era considerada un delito, y por supuesto, la debida separación de poderes, en las que el poder ejecutivo no tenga injerencia en las decisiones del sistema de justicia, entre otras.

Pero la igualdad ante la ley tiene también otras implicaciones, más allá de lo propiamente judicial. En efecto, sólo mediante la afirmación de la igualdad ante la ley, pueden realizarse otros derechos humanos, tales como el derecho a elegir y a ser electo a cargos públicos (antes restringido a ciertos sectores sociales); o a la auténtica equidad entre hombres y mujeres. Nuevamente, se pone de manifiesto la interdependencia de los derechos humanos.

No te olvides de compartir y dialogar con tus hijos sobre este tema.

Artículo 7 (Declaración Universal de Derechos Humanos)

“Todos son iguales ante la ley y tienen, sin distinción, derecho a igual protección de la ley. Todos tienen derecho a igual protección contra toda discriminación que infrinja esta Declaración y contra toda provocación a tal discriminación”.

Boletín Lazos de Fe, Edición Electrónica, Año 1, Nº 1, Diciembre 2007

miércoles, 5 de diciembre de 2007

EL CRISTO DE NUESTRA FE: Rasgos de la Personalidad de Jesús III

1(III). Jesús el hombre libre

c) Jesús y el templo: Si sorprendente fue la libertad de Jesús con respecto a la familia, más lo es su libertad con relación al templo. Para entender lo que esto significó en aquel tiempo hay que tener en cuenta que el templo de Jerusalén era el centro de la vida religiosa de Israel. El templo era el lugar de la presencia de Dios. Y era, por eso también, el lugar del encuentro con Yavé. De ahí su inviolabilidad y su sacralidad absolutas.

Lo primero que llama la atención es el hecho de que los evangelios poco presentan a Jesús participando en las ceremonias religiosas del templo. Se sabe que Jesús iba con frecuencia al templo, pero iba para hablar a la gente. Por la misma razón, Jesús iba a veces a las sinagogas. Pero para orar al Padre del cielo, Jesús se iba a los cerros o al campo, ya que eso era su costumbre.

Pero más importante que todo esto es el comportamiento y la enseñanza de Jesús en lo que se refiere directamente al templo. En este sentido, lo más importante, sin duda alguna, es el relato de la expulsión de los comerciantes del templo. Jesús se arroga el derecho de expulsar enérgicamente del lugar santo a quienes proporcionaban los elementos necesarios para los sacrificios y el culto.

El gesto de Jesús resulta especialmente significativo, con lo cual se muestra en total oposición a los abusos que estaban asociados al templo. Ese tipo de culto, esa descarada opresión por la cual, sobre todo los más pobres tenían que soportar para realizar sus ritos, el desmedido abuso de quienes dirigían la mayor fuente de ingresos de Jerusalén, una religión ritualista e impositiva que había olvidado por entero su misión, habían hecho del templo, en palabras de Jesús: “una cueva de bandidos”. De esta manera, el gesto de Jesús vino a tocar un punto neurálgico: aquellos que habían sido elegidos para servir y animar espiritualmente al pueblo, aquellos que debían ser humildes mediadores de la bondad divina, se habían convertido en una clase de poder y de privilegios, abusando del símbolo de unidad que representaba el templo. De tal manera que Jesús no soporta tal hecho y devuelve a la persona la autoridad para encontrase con Dios “en espíritu y verdad”, en donde el único Mediador es Cristo como templo de Dios. La acción de Dios no se reduce, ni mucho menos se encierra en un templo. Jesús, con su actitud liberadora, abre una inmensa puerta para que la gente humilde pueda tener acceso a Dios sin ser esquirlado como mansas ovejas. Coloca la relación entre el hombre y Dios en primera instancia y le recuerda al templo que su función es acompañar, animar, fortalecer y orientar dicha relación.

Todo este comportamiento de Jesús produjo una impresión muy profunda en la sociedad de su tiempo, especialmente entre los dirigentes religiosos. Jesús tuvo que ser consciente de que, al actuar y hablar de aquella manera, se estaba jugando la vida. Pero entonces, ¿por qué lo hacía? Sencillamente porque el templo era el centro mismo de aquella religión. Y aquella religión era una fuente de opresión y de represión increíbles. Por eso Jesús anuncia la destrucción total del templo y de la ciudad santa. Porque para él todo aquello no era un espacio de libertad, sino una estructura de sometimiento, dados los abusos que en él se cometían.


Boletín Lazos de Fe, Edición Electrónica, Año 1, Nº 1, Diciembre 2007

Oración a la Sagrada Familia

Sagrada Familia de Nazaret;
enséñanos el recogimiento
la interioridad;
danos la disposición de
escuchar las buenas inspiraciones
y las palabras de los verdaderos maestros.

Enséñanos la necesidad
del trabajo de reparación,
del estudio,
de la vida interior personal,
de la oración,
que sólo Dios ve en lo secreto;
enséñanos, lo que es la familia,
su comunión de amor,
su belleza simple y austera,
su carácter sagrado e inviolable.
Amén

Boletín Lazos de Fe, Edición Electrónica, Año 1, Nº 1, Diciembre 2007

La Navidad es AMOR

Si tienes tristeza, alégrate!
La Navidad es GOZO

Si tienes enemigos, reconcíliate!
La Navidad es PAZ

Si tienes amigos, búscalos!
La Navidad es ENCUENTRO

Si tienes pobres a tu lado, ¡ayúdalos!
La Navidad es DAR

Si tienes orgullosa soberbia, ¡sepúltala!
La Navidad es HUMILDAD

Si tienes deudas, ¡págalas!
La Navidad es JUSTICIA

Si tienes maldad y pecado, ¡Arrepiéntete y cambia!
La Navidad es CONVERSIÓN Y GRACIA

Si tienes tinieblas, ¡Enciende tu farol!
La Navidad es LUZ

Si tienes resentimientos, ¡Olvídalos!
La Navidad es PERDÓN

Si tienes odios, envidias, amargura, recelos, frustración, malos pensamiento, ¡deshazte de todo ello!
Pues, sólo ocupan un espacio importante de tu corazón que no te permite vivir a plenitud la gracia de Dios hecho hombre por ti.

Recuerda que la Navidad es, ante todo, Dios Amor en ti.



Boletín Lazos de Fe, Edición Electrónica, Año 1, Nº 1, Diciembre 2007

Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María

Aclaremos un poco, la fiesta en honor a la Santísima Virgen María, celebrada en la Iglesia el 8 de diciembre, no se trata de una devoción mariana, sino de un Dogma que la religiosidad popular transformó en una devoción de piedad y culto a la Purísima Madre de Dios.

¿En qué se sustenta?

Hablemos primero del significado del termino que está en el escenario de la definición dogmática. Se trata del vocablo: Concepción (Concebir). Un diccionario cualquiera de la lengua española dirá del término:
"Del latín conceptio, el término concepción hace referencia a la acción y efecto de concebir
En biología, se trata de la fusión de dos células sexuales para dar lugar a la célula cigoto, donde se encuentra la unión de los cromosomas del hombre (o el macho) y la mujer (hembra). En este sentido, la idea de concepción es sinónimo de fecundación".
Sin embargo, en la teología, concebir tiene otra connotación:
La Concepción: Es el momento en el cual Dios crea el alma y la infunde en la materia orgánica procedente de los padres. La concepción es el momento en que comienza la vida humana.
Ahora bien, cuando hablamos del dogma de la Inmaculada Concepción no nos referimos a la concepción de Jesús quién, claro está, también fue concebido sin pecado.
El dogma declara que María quedó preservada de toda carencia de gracia santificante desde que fue concebida en el vientre de su madre Santa Ana. Es decir María es la "llena de gracia" desde su concepción y por eso no hay en ella mancha de pecado alguno (ni si quiera y especialmente del pecado original).
El dogma de la Inmaculada Concepción de María no ofusca, sino que más bien pone mejor de relieve los efectos de la gracia redentora de Cristo en la naturaleza humana. Todas las virtudes y las gracias de María Santísima las recibe de Su Hijo.

La Madre de Cristo debía ser perfectamente santa desde su concepción. Ella desde el principio recibió la gracia y la fuerza para evitar el influjo del pecado y responder con todo su ser a la voluntad de Dios.

A María, primera redimida por Cristo, que tuvo el privilegio de no quedar sometida ni siquiera por un instante al poder del mal y del pecado, miran los cristianos como al modelo perfecto y a la imagen de la santidad que están llamados a alcanzar, con la ayuda de la gracia del Señor, en su vida.

La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María tiene un llamado para nosotros:

1-Nos llama a la purificación. Ser puros para que Jesús resida en nosotros. Esta pureza no es solamente aquella que tiene que ver con la virginidad o castidad. Es la pureza del pensamiento, pureza de los sentimientos, pureza de intención, pureza de trato, pureza de palabra, pureza a establecer lazos de amistad, de trabajo, de noviazgo, etc; ser puros espiritualmente, moralmente, psicológicamente.

2-Nos llama a la consagración al Corazón Inmaculado de María, lugar seguro para alcanzar conocimiento perfecto de Cristo y camino seguro para ser llenos del Espíritu Santo.
"Con la Inmaculada Concepción de María comenzó la gran obra de la Redención, que tuvo lugar con la sangre preciosa de Cristo. En Él toda persona está llamada a realizarse en plenitud hasta la perfección de la santidad" 
(Juan Pablo II, 5-XII-2003).

Boletín Lazos de Fe, Edición Electrónica, Año 1, Nº 1, Diciembre 2007

Las Buenas Personas...

Las personas buenas saben madrugar con el sol, saludan con amor cada amanecer; están alegres, activas y optimistas; hablan poco y con sencillez; no hablan mal de nadie; elogian, estimulan y sirven sin interés, tienen para los demás un buen deseo; no hablan de si mismos, saben perdonar, no maldicen, no mienten, no engañan, no exageran, ni tergiversan.

Las personas buenas procuran ser pacientes y humildes; hacen algo por la felicidad de otros; reconocen sus errores y sus limitaciones; no se creen sabios ni poderosos, ni mejores que los demás; no humillan, ni acusan, ni subestiman, ni censuran la moral ajena.

Las personas buenas son sinceras, leales y agradecidos; no revelan secretos ni propios ni ajenos; no ridiculizan, ni maltratan; saben mirar y sonreír como los niños; no ponen acechanzas ni subyugan, no gritan ni amenazan; saben usar sus manos solo para aliviar, enseñar y bendecir.

Las personas buenas tienen la capacidad de compartir su vida con los demás. Son gente honesta, tanto en las palabras como en los hechos; son sinceros y compasivos, y siempre se aseguran de que el amor forme parte de todas las cosas que hacen.

Las personas buenas tienen la capacidad de brindarse a los demás y ayudarlos frente a los cambios que enfrentan en la vida. No temen mostrarse vulnerables; creen en su singularidad y están orgullosos de ser lo que son.

Las personas buenas se permiten el placer de acercarse a los demás y preocuparse por su felicidad. Han llegado a comprender que es el amor lo que marca toda la diferencia en la vida.

Las personas buenas no dicen todo lo que saben; aprecian a los demás y cuanto hacen, no son avaros ni envidiosos; actúan con serenidad y con decoro; se adaptan a todo y a todos, no hacen chismes, saben callar y no se meten nunca en vidas ajenas; en la prosperidad no se envanecen, y la desgracia no los abate, porque saben hacer la voluntad del Padre.
Boletín Lazos de Fe, Edición Electrónica, Año 1, Nº 1, Diciembre 2007

MIS DERECHOS HUMANOS: Tengo derecho a tener derechos

Necesariamente tenemos que comenzar este artículo preguntándonos: ¿Qué es la “personalidad jurídica”? Una manera de plantearlo sería decir que todos los seres humanos somos sujetos de derecho, es decir, que las leyes nacionales e internacionales pertinentes nos conciernen, se nos aplican y nos abrigan. Este derecho se aplica, además, no sólo a las personas en tanto que individuos, sino también a asociaciones de personas constituidas legalmente y con fines legítimos.

De persona alguna, por lo tanto, podrá decirse que, por razones de raza, sexo, color, condición social, estado civil, credo político o religioso, etc., no es sujeto de las garantías y obligaciones que establecen las leyes nacionales e internacionales, incluyendo, por supuesto, los derechos humanos.

Una vez más, se pone de relieve el carácter integral, interdependiente, de los derechos humanos: jamás podría decirse de un esclavo del mundo antiguo, por ejemplo, que tuviese una personalidad jurídica.

La simpatía o la antipatía por las orientaciones de un determinado gobierno, no deben ser la medida por la cual, se reconozcan o no, los derechos inherentes a toda persona. Un gobierno legítimamente instituido, garantizará y velará para que cada uno de sus ciudadanos pueda ejercer cada uno de sus derechos, bajo el marco normativo de la ley nacional en coherencia con la normativa internacional.

No te olvides de compartir y dialogar con tus hijos sobre este tema.

Artículo 6 (Declaración Universal de Derechos Humanos)

“Todo ser humano tiene derecho, en todas partes, al reconocimiento de su personalidad jurídica”.

Referencia: Boletína Lazos de Fe, Año 2, Nº 6, Julio 2007

Nuestra Señora del Carmen y la Rosa Mística

Nuestro cariño y admiración a la Santísima Virgen María es tan grande que siempre tenemos distintas maneras de venerar en Ella la gracia de Dios.
En la devoción a Nuestra Señora del Carmen, una de las más antiguas, y a la Rosa Mística, una de las más recientes, reconocemos el Don de Dios, vivido intensamente por la dulce niña de Nazareth.

Bajo su protección maternal nos acogemos ya que Ella, en estas dos advocaciones está presente en el corazón de los feligreses de nuestra parroquia.


Referencia: Boletína Lazos de Fe, Año 2, Nº 6, Julio 2007

Bendecir a los niños, el ágape de Dios en nuestras vidas

La presencia de los niños en nuestras vidas nos cambia, nos sensibiliza, nos recuerda un misterio que va más allá de la simple naturaleza, ¿cuántos no nos sentimos enternecidos al contemplar la hermosura mística que en tan pequeña persona está contenida en abundancia? A más de uno he escuchado decir: “es que provoca comérselo”; sin imaginar que esa expresión simboliza el deseo de hacer nuestra la inocencia y pureza de la vida, el don de Dios en su estado más puro, más límpido, más intenso. Es un “no se qué”, decimos, que nos conmueve hasta lo más íntimo del alma, una puerta abierta que nos lleva directamente a la bondad y al amor en su estado primigenio.

Hay quienes piensan que la fragilidad, la total dependencia, la imposibilidad momentánea de valerse por sí mismos, son lo que nos impulsa a proteger a los niños y a velar por ellos. Cuán equivocados estamos, por que si en lo biológico esto es una realidad, en lo espiritual, no es así. Y aunque nos choque en la razón, los niños más pequeños, a esos que llamamos bebés, la fuerza de su alma nos supera a palmos, ya que en ellos está el Ágape de Dios con toda su intensidad.

Ágape significa, amor que es pura donación, amor que no espera ser amado para darse, amor que es ternura en su máxima expresión, amor que se da para hacer feliz, amor que no daña ni perjudica al darse, amor que no hace sufrir sino que es puro don, amor incondicional, amor que une más allá del vínculo de la sangre. Este ágape, es el amor con que nos ama Dios. Por eso, no es de extrañar que tengamos el instinto espiritual de hacerlo nuestro.

Con razón Jesús a sus discípulos fuertemente los regaña, cuando éstos impedían que los niños se acercaran a Él: “Dejen que los niños se acerquen a mí, no se lo impidan, porque de los que son como ellos es el Reino de Dios”.

Entendible es la preferencia del Maestro por los niños, ellos nos llevan al ágape divino, porque en ellos está especialmente contenido como una fuente inagotable de la que podemos beber y saciar nuestra sed.

Allí nace nuestra misión, nuestra tarea y gran responsabilidad, no se trata de protegerlos porque son débiles, todo lo contrario, porque ellos llevan en su vida el tesoro del ágape divino, entonces no se trata sólo de velar por su crecimiento biológico, sino por su desarrollo espiritual, que puedan expresar su original fortaleza espiritual, que no se vea atrofiada por nuestra aprendida desconfianza. Que junto a ellos podamos nosotros, recupera lo que aun tenemos, aunque adormecido en nuestra alma. En otras palabras, es recibir la invitación de Jesucristo a “ser como ellos en el ágape”.

Gracias mis pequeños, que este pasado 25 de junio llegaron a nuestra parroquia para ser consagrados al Divino Niño. Gracias por recordamos el amor de Dios en nuestras vidas. Gracias porque ustedes, sin aun saberlo, son luz para nuestra alma, porque son una invitación constante a vivir el Ágape de Dios. Que Dios los bendiga.
Referencia: Boletína Lazos de Fe, Año 2, Nº 6, Julio 2007

Oración de un corazón joven

Padre Bueno que me creaste a tu imagen y semejanza, a veces me olvido de esto y mi vida pierde sentido. Permíteme siempre sentirme como tu hij@ predilect@ y gozar de tu amor, perdón, justicia y paz.

Jesús, gracias porque me invitas a ser tu amig@, insistes en darme lo mejor y me enseñas cómo lograrlo. Quiero responder a la invitación que me haces dejando que guíes mi vida, me libres del pecado y me ayudes a vivir el reino de Dios.

Espíritu Santo, abre mi corazón al amor e impúlsame a compartirlo; dame el valor y la sabiduría para seguir a Jesús. Lléname de tu fuego, y dame la paz y el gozo de hacer la voluntad de Dios. Amén

Referencia: Boletína Lazos de Fe, Año 2, Nº 6, Julio 2007

EL CRISTO DE NUESTRA FE: Rasgos de la Personalidad de Jesús II

1(II). Jesús el hombre libre

La libertad vivida por Jesús toca lo íntimo de la familia como institución. Su actitud y enseñanza sobre ella ponen en evidencia los graves problemas de un núcleo de vida social y religioso alejado de la intención original de Dios.

b) Jesús y la familia: En los Evangelios vemos con asombro que las palabras y la conducta de Jesús con respecto a la familia, son casi siempre críticas. Esto se debe a que la familia en tiempos de Jesús era una estructura sumamente opresiva. El modelo de aquella familia era el modelo patriarcal. En ese modelo, el padre o patriarca tenía todos los derechos y libertades, mientras que la mujer y los hijos tenían que vivir en el más absoluto sometimiento. El marido podía separarse de la mujer por cualquier causa, hasta por el simple hecho de que a la mujer, un buen día, se le quemara la comida. En palabras actuales, el sometimiento era total y esclavizante, y no una comunidad de amor, reconocimiento, interacción, respeto y acompañamiento. Y eso es lo que Jesús no tolera. Por eso las relaciones del propio Jesús con su familia tuvieron que ser enormemente críticas. En este sentido, el evangelio cuenta que sus parientes pensaban que estaba loco. Por esta relación tan tirante el propio Jesús llega a afirmar que su madre y sus hermanos son “aquellos que viven la voluntad del Padre”.

En la comunidad de vida que integra Jesús junto a sus discípulos todos son hermanos: “ya no los llamo siervos, sino amigos”; es decir, todos son iguales y no hay, ni puede haber, sometimiento servil de unos a otros. Jesús y sus discípulos constituyen una nueva relación de familia, basado en la fe y no en la sangre, pero que busca reorientar la finalidad de dicha institución.
El sentido de la familia para Jesús está claro y, no se trata de un convenio legal, un consorcio social o sanguíneo, sino una “comunidad de fe y vida”, cuyo fin último es vivir el Amor de Dios (Voluntad del Padre). Aquí encuentra el Mandamiento nuevo del amor una de sus más importantes concreciones y, la medida de su amor será: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado”.

En definitiva, ¿qué quiere decir todo esto? Yo tengo la impresión de que, hasta ahora, no se ha reflexionado suficientemente acerca de lo que significa el tratamiento que el evangelio da al tema de la familia, a saber: que el mensaje de Jesús no comparte las relaciones de sometimiento y dominación de unas personas sobre otras. Que la familia constituye el modelo y patrón por el cual se construyen las relaciones humanas y en definitiva una sociedad. El sometimiento, el autoritarismo, la imposición de normas, ideas y quehaceres, la dominación en cualquiera de sus formas es para Jesús esclavizante y rechaza este modelo de relación como válido. El proyecto de Jesús es un proyecto por la liberación integral del hombre. En la medida en que la familia se oponía a eso, en esa misma medida Jesús rechaza a esa configuración de familia. He ahí la razón profunda de la libertad de Jesús con respecto a la estructura familiar.
Referencia: Boletína Lazos de Fe, Año 2, Nº 6, Julio 2007

La Canción de la Vida

En nuestra vida es Dios lo que la luna para el mar:
la causa de sus crecientes y de sus menguantes.

Todas nuestras peregrinaciones terrestres han sido movidas por el llamado divino,
llamado que ya nos eleva a lo alto, ya nos precipita en lo hondo.

Este llamado de Dios, perceptible en nuestras almas,
es lo que nos ha convocado a todo lo que merece llamarse grande en nuestra vida,
a todo lo que da sentido a una existencia, cuando la vida es en verdad una vida.

Y ese llamado de Dios, que el hijo conductor de una existencia sana y santa, no es otra cosa que
el canto que desde las colinas eternas desciende dulce y rugiente, melodioso y cortante.

Legará un día en que veremos que Dios fue la canción que meció nuestras vidas.
¡Señor, haznos dignos de escuchar este llamado y de seguirlo fielmente!
San Alberto Hurtado
Referencia: Boletína Lazos de Fe, Año 2, Nº 6, Julio 2007

Orar Es...

Orar no es "pensar" en Dios. Sólo eso no basta.

Orar es conversar con Dios como se conversa con una persona con la que se tiene mucha confianza.

Orar es tratar a Dios como amigo íntimo, "como un amigo habla con otro amigo". Tratarle como algo muy natural, nada complicado, ni forzado, pero muy importante, indispensable en nuestra vida...

Orar es algo muy humano... Por eso no oran mejor los que más saben, sino los que más sienten. Muchas veces, en nuestra preocupación por hacer oración, podemos preguntarnos si hay algún libro bueno para eso, algún método fácil para orar, y la verdad es que la raíz de la oración está en uno mismo: la mejor fuente, el mejor pozo, lo tenemos en nuestro corazón.

Orar es dejar a Dios que nos haga descubrir la necesidad que tenemos de él y sentir el amor que él nos tiene.

Orar es sentirse hijo de Dios. Sentirse en los brazos de un Padre tan bueno y misericordioso.
Orar es ir dejándose llenar de los sentimientos de Jesús: pensar como pensaba Jesús, sentir como sentía Jesús, querer lo que quería Jesús, amar como él amaba, hablar de lo que él hablaba, actuar como él actuaba.
Orar es vivir. No es "soñar", sino salir del "sueño" en que vivimos. Orar es despertar, es vivir la vida, la que vivimos... la que Dios quiere que vivamos. La oración que nos saca y nos hace huir de la vida, la que nos hace dormir y estar tranquilos, no es oración. Eso no es vivir, sino dormir y soñar.

La oración hay que vivirla, como la amistad. Es decir, hay que vivir el encuentro con Dios. Una cosa es soñar en un río y otra cosa es disfrutar del río metiéndose dentro de él. La sed se quita bebiendo agua y no "pensando" en una fuente de agua fresca.


Ignacio Hualde, sj.
Referencia: Boletína Lazos de Fe, Año 2, Nº 6, Julio 2007