martes, 3 de marzo de 2009

MIS DERECHOS HUMANOS. Tengo derecho a la libertad



Artículo 9

"Nadie podrá ser arbitrariamente detenido, preso o desterrado"

(Declaración Universal de Derechos Humanos)

María Magdalena, "La Incondicional"

Vaya, Magdalena… la del corazón roto.
La que no se esconde al final, digan lo que digan los judíos o los romanos.
La que, viendo a Jesús roto, te rompes un poco tú. Porque le quieres, porque con él has vivido el perdón, la dignidad profunda y te has sentido parte del círculo de quienes han compartido su vida, sus días de camino y sus proyectos de Reino.
Sobre María Magdalena se habla mucho. En ella se “unifican” tantas Marías de los evangelios: que lloran a los pies de Jesús, que son perdonadas por su pecado, que le siguen sin fisuras. Hay quien quiere ver en ella a una mujer enamorada, ¿y quién no, de alguien como Jesús?
Es la que también ha sentido cada golpe como propio, y ante la cruz se ha visto morir un poco.
Es la que, en la hora más oscura, del fracaso y el dolor, sigue dispuesta a dar la cara y a defender aquello en lo que ha creído. Y tal vez por eso, es la primera que va a descubrir al Jesús vivo.


"El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro…"
¿A quién o a qué soy yo incondicional?

Vasija vieja, vasija nueva

"Levántate y baja a la casa del que trabaja la greda; allí te haré oír mis palabras."

Bajé pues donde el alfarero que estaba haciendo un cántaro, pero este le salió mal, así que lo volvió a empezar, transformándolo en otro cántaro a su gusto.

Así te habla Dios: "Yo puedo hacer lo mismo contigo, pueblo de Israel, como el barro en manos del alfarero, así eres tú en mis manos" (Jer. 18 1-4)


Un hombre tenía dos grandes vasijas que colgaba a los extremos de un palo y que llevaba encima de los hombros.

Una de las vasijas tenía varias grietas, mientras que la otra era perfecta y conservaba toda el agua al final del largo camino a pie desde el arroyo, hasta la casa de su patrón, pero cuando llegaba, la vasija rota solo tenia la mitad del agua.

Durante dos años completos esto fue así diariamente, desde luego, la vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros, pues se sabia perfecta para los fines para los que fue creada.

Pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su propia imperfección y se sentía miserable porque solo podía hacer la mitad de todo lo que se suponía que era su deber.

Después de dos años, la tinaja quebrada le hablo al aguador diciéndole así: Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo porque debido a mis grietas solo puedes entregar la mitad de mi carga y solo obtienes la mitad del valor que deberías recibir.

El aguador, le dijo compasivamente: Cuando regresemos a la casa quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino.

Así lo hizo la tinaja. Y en efecto vio muchísimas flores hermosas a lo largo, pero de todos modos se sentía apenada porque al final, solo quedaba dentro de si la mitad del agua que debía llevar.

El aguador le dijo entonces: ¿Te diste cuenta de que las flores solo crecen en tu lado del camino? Siempre he sabido de tus grietas y quise sacar el lado positivo de ello. Sembré semillas de flores a todo lo largo del camino por donde vas y todos los días las has regado; y por dos años yo he podido recoger estas flores para decorar mi hogar. Si no fueras exactamente como eres, con todo y tus defectos, no hubiera sido posible crear esta belleza.

Cada uno de nosotros tiene sus propias grietas. Todos somos vasijas agrietadas, pero debemos saber que siempre existe la posibilidad de aprovechar las grietas para obtener mejores resultados, entonces no nos detengamos a quejarnos por nuestros defectos, sigamos adelante y busquemos la mejor cara de todos ellos. Hoy es tu oportunidad para dejarte modelar de nuevo.

Tú puedes ser una vasija nueva.

Dame, Dios mio, lo que te queda

Dame, Dios mío, lo que queda.

Dame lo que no te piden nunca.

No te pido descanso,
ni tranquilidad de alma o cuerpo.

No te pido riquezas,
ni éxitos, ni siquiera salud.

Todo esto, Señor, te lo piden tanto
que ya no debe quedarte nada.

Dame, Dios mío, lo que te queda.

Dame lo que no te aceptan,
inseguridad, inquietud,obstáculos, tormentas.

Y dámelo, Señor, definitivamente,
para siempre,
porque luego ya no tendré humor
para pedírtelo.

Dame, Dios mío, lo que te queda.

Dame lo que otros no quieren.

Pero dame también el valor,la fuerza y la fe.

(A. Zirnheld)