el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido para dejar,
por eso, de ofenderte.
Tú me mueves, Señor;
muéveme el verte clavado en es cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido;
muéveme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te tiemera.
No me tienes que dar porque te quiera,
porque aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero, te quisiera.
Referencia: Boletín Lazós de Fe, Año 1, Nº2, Abril 2003
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