domingo, 30 de agosto de 2020

Una Cruz diferente

Probablemente hayas escuchado a alguien decir; o puede ser que incluso te hayas topado con esta afirmación a través de alguna lectura, menos probable es que no hayas tropezado con ella; sin reparos, y muy a disgusto nuestro, algunas veces, de acuerdo o no con ello, se suele decir: 

“Dios le da a cada quien la cruz que ha de cargar”. 

El problema que tiene esta afirmación, por mucho eco que haga en nuestro interior, o tenga sentido para explicar alguna situación de vida o por más que la necesitemos, para justificar algún sufrimiento, no es cierta. 

No puede ser una verdad algo que contradice lo que es Dios en su esencia y naturaleza divina: Puro Amor (Cf. 1Jn 4,8). 

Entonces, ¿cómo se entiende eso de: tomar la cruz y seguir a Jesús”? 

Si nos detenemos a considerar bien el pasaje en el que aparece esta propuesta, lo primero que nos daremos cuenta es que la cruz no la impone Jesús a sus discípulos (cada uno de aquellos que quiera ir en pos de Cristo, han de tomar “su propia” cruz, y no la de él). Por otra parte, ni si quiera en la relectura –interpretación- que hace el autor sagrado se atreve a sugerirlo. 

A la comunidad cristiana, la cruz se le presenta como condición de discipulado, eso sí, tal como también se nos ofrece a nosotros; sólo que, la cruz a la que hace referencia –Jesús- dista mucho de ser aquella que nos imaginamos. 

Pongamos en contexto el párrafo anterior, vayamos a la Palabra de Dios: Mateo 16, 21-27; Marcos 8, 31-38; Lucas Lc. 9, 21-27. El hecho de que aparezca en los tres Evangelios (Sinópticos), lo primero que nos sugiere es que, lo que estamos considerando, no sólo es de importancia para nuestro caminar en la fe, sino vital para nuestro discipulado y vida espiritual. 

Lo segundo, y tiene que ver con la exégesis, es que lo que los tres autores sagrados comparten proviene de una fuente común a los tres, más antigua que sus propios escritos, y nos sumerge en un hecho histórico real y no sólo en una reinterpretación teológica de un acontecimiento que pudo haber o no pasado.

Lo tercero, es que lo que digamos de este hecho, será en todo momento una relectura y una interpretación. Y ¿cuál es el hecho en cuestión? 

Antes que nada, lo cierto es que, Jesús estaba consciente de su Pasión, Muerte y también de su Resurrección, mucho antes de que acaeciera. 

En virtud de lo anterior, llegado el momento, Jesús quiso dejar en claro ante sus discípulos  y poner en orden todo lo que respecta a su misión, su entrega y también su sacrificio. 

No hemos de pasar por alto, la capacidad, la tranquilidad, y también la fuerza de su convicción y amor y fe, para hacer una lectura inteligente de los acontecimientos y adelantarse a los sucesos venideros. Todo esto es fruto del discernimiento propio de un hombre que es consciente de sus actos, que mira en lo más profundo de su ser y contempla la acción de Dios y la hace vida. 

De todo esto hace partícipes a sus amigos. Bien hubiese podido mantearlo en silencio, sin embargo, su entrega contraviene a las expectativas que de él se habían hecho los discípulos: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios” y les hace un llamado a descubrir nuevos paradigmas, (de vida, de fe, de oración, de misión, de espiritualidad e incluso en su momento de religión) algo que descoloca y sorprende a sus discípulos: “El que quiera venir en pos de mi niéguese a sí mismo”. 


¿Y qué pasó con aquello de “cargar la cruz”? 

Antes de que llegar allá, necesitabamos detenernos acá, puesto que sin esto, la interpretación de la cruz dará para cosas tan descabelladas como decir: “mi familia es mi cruz… “mi matrimonio es mi cruz”… esta enfermedad que padezco es la cruz que Dios me impuso”… “este trabajo es mi cruz”… 

Esto nos lleva a afirmar, y espero a tus oídos no resulte altisonante, lo de “cargar la cruz” siempre ha sido una metáfora, aunque para Jesús fuera un hecho. 
Una metáfora es una “figura retórica en el que se traslada el significado de un concepto a otro, estableciendo una relación de semejanza o analogía entre ambos términos” (RAE). 
Si “la cruz”, como noción, es una metáfora, ¿con qué concepto se está asociando para establecer la analogía, semejanza o relación? 

Quizá caigamos en la tentación de hacer correr por nuestra mente toda la escena del Calvario y el Gólgota, y prematuramente llegar a la conclusión más obvia: el sufrimiento, si somos pesimistas; el sacrificio, si somos optimistas y, si somos realista, ambos. 

Para ser enteramente justos con Jesús y el dato histórico del que disponemos; la cruz que cargó sobre sus hombros el “Hijo del Hombre” y en la que murió “el Hijo de Dios”, no es una metáfora, sino un leño muy real, de madera de pino (ciprés, cedro u olivo) y aun hoy día, sigue siendo “escandalo” para algunos y “locura” para otros (Cf 1Cor 1, 20-23). 

Sin embargo, el sufrimiento en sí mismo no es redentor, tampoco el sacrificio por sí mismo es remisor. Sufrir por sufrir es una necedad, y en nada agrada a Dios; no sirve como ofrenda, ni mucho menos como don. Tampoco puede seguir sosteniéndose, pues se cae por su propio peso, que haya sufrimientos que son impostura divina: “es la voluntad de Dios que yo padezca”. 

El sufrimiento, el dolor, la enfermedad e incluso la misma muerte, son realidades completamente humanas, es decir, atañen al hombre (biológico). Sin embargo, Dios si puede inspirar las maneras de hacer frente a la tragedia (de nuestra condición) haciéndose el mismo presente y entregándose a sí mismo, para que ninguna de las cosas que destruyen lo humano sea para siempre. 

Cuando Jesús hace anuncio a los discípulos del padecimiento personal que está por venirle, no lo entroniza como el propósito de su Mesianismo, recientemente aclamado por los apóstoles, ni tampoco lo exalta como la voluntad del Padre, el sufrimiento está en el paso hacia su destino y siempre de paso, y aunque lo abraza con todas sus fuerzas, no se queda con él para siempre. Así como la cruz quedó enclavada en el Gólgota, así también todo padecimiento está para ser dejado atrás una vez cumplido su razón de ser. 

El signo de la cruz, al que hace mención Jesús es un llamado a la autodeterminación, a la libertad consciente y plena, puesta por voluntad propia al servicio de Dios. En otras palabras, es ser consciente de nuestro propio ser y actuar en consecuencia, es decir, coherentes y responsables de nuestro sentir, pensar, decir y hacer. 

Actuar en plena, auténtica y verdadera libertad nunca ha sido sencillo, y demás está decir que no está exento al sufrimiento, ajeno a la pasión, o se exime del dolor. 

Cuando Jesús presenta la cruz como condición de seguimiento, no nos impone una carga, ni un dolor, ni menos nos manda a sufrir para ser hacernos dignos de ser sus discípulos. No está en su mente la angustia de unos azotes, lo punzante de unos clavos y corona, o la agonía de una cruz. 

Con todo, eso sería más sencillo de afrontar que el desafío, todavía pendiente, de vivir en plenitud. 

Sólo en absoluta libertad se puede seguir a Jesús

Yerko Reyes Benavides

sábado, 29 de agosto de 2020

Acompáñame

Avanzas aprisa,
no detienes la marcha
tu caminar es impetuoso,
eco de tu corazón presuroso;
el sentir tan cerca
el cáliz de la pena
hace que no te detengas,
pues grande ha sido la espera
de lo que ha de venir por tu entrega.

La hora se acerca,
y por más ardua que sea la ofrenda
que apremia a tu corazón,
es el momento de la oblación 
el tiempo de pasión;
más desde tu soledad me llamas,
y lleno de humildad me invitas,
no dejas pasar la ocasión,
me miras con compasión
y me pides ir en pos de tu amor.

Abandónate en mí,
renuncia en todo a ti,
y la Vida, por bien mío,
toda tuya será;
como mía es la prisa
de dar la mía a cambio de la tuya
y saldar así la afrenta
que a tu vida hace cautiva
e impide sea revestida
de gloria y dignidad.


Te escucho y apuro el paso
me pongo a tu lado
no entiendo de tu corazón,
su razón
mas mi atención en ti se posa
en mi interior tu palabra
resuena apasionada,
el susurrar de tu voz
me dice sereno:
acompáñame a donde voy.

De tu corazón discípulo soy,
tan solo un aprendiz,
mi espíritu, eso si,
es fogoso
mas mi caminar sinuoso;
de tu bondad, mi Buen Dios,
dame el valor y la calma
para soltar la carga
que pesa a mi alma,
y la cruz abrazar,
y a tu lado caminar,
con la prisa
del que sin premura
en amor da la vida,
hasta la eternidad.

Amén

Yerko Reyes Benavides

jueves, 27 de agosto de 2020

Divina Presencia

Se rinde mi alma, mente y corazón
ante tu Divina Presencia, Señor.

Mis ojos te contemplan con admiración
en Pan de Bendición.

Sea por tu bondad,
en todo mi ser derramada,
de tus manos traspasadas
tu compasión, gracia y ternura
en este alimento que me salva.

Y que no me falte el aliento
en este caminar peregrino
para adorarte y servirte en todo,
y con mi vida amarte en todos,
Amado mío,
y Dios mío.

Amén

Yerko Reyes Benavides

domingo, 23 de agosto de 2020

¿Quién dices que soy yo?

Meditando estaba el texto del Evangelio, y de repente me surge una inquietud: ¿cuántas veces he leído la Biblia completamente, desde el “En el principio” (Gn 1,1) hasta el “Amén” del final (Ap 22,21) sin saltarme ni uno solo de sus versículos, capítulos y libros? 

A mi memoria llega el recuerdo de al menos un intento, hace mucho tiempo ya, en la época de la universidad. Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio, pasaron sin esfuerzo delante de mis ojos. Josué, Jueces, Rut, Samuel 1 y 2 junto con 1 y 2 de Reyes, fueron un paseo de delicias bíblicas; pero, al llegar a 1 de Crónicas… las Crónicas se me volvieron una piedra dura de romper… y si mal no recuerdo, hasta ahí llegó ese primer intento. 

No todo quedó saldado, luego vinieron algunos otros intentos, quizá no tan sistemático como quiso ser el primero, pero de salto en salto, aparecieron los libros proféticos y sapienciales: Job y el Cantar de los Cantares, joyas de la literatura bíblica, Isaías y Jeremías quienes, en lo personal, estremecen siempre  para que me levante y siga, el sillón donde pretendo permanecer en devoto confort. 

Entretenido en esos pensamientos, apareció una segunda inquietud: ¿Qué hay de los Evangelios? De eso, doy fe que a los cuatro los he leído “de pe a pa”. Cómo no iba a leer los únicos libros que me hablan de aquel que llamó mi atención y del que quise conocer antes que a la religión misma: Jesús de Nazareth. 
Si soy creyente, es por Jesús; si soy cristiano, es por Cristo… y si soy católico es por decisión y convicción. 
A la fe llegué atraído por la presencia y la persona de Jesús, y mucho antes de entender que aquello que leía era Palabra de Dios, para mí, era el lugar que me permitía conocer de primera mano a aquel quien me había cautivado. Así que, sí, los cuatro Evangelios, no una sino muchas veces, puesto que a pesar de haber leído reiteradas veces a Marcos, Mateo, Lucas y Juan, todavía siento con la misma intensidad la necesidad de conocer por medio del testimonio de ellos -que históricamente estuvieron cerca- a Jesús, pues todavía hay mucho que descubrir allí, por ellos, de Él. 


Jesús un día, caminado en la compañía de sus amigos, los discípulos, les preguntó: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? 

Las respuestas ofrecidas por ellos, estuvieron dentro del estándar de los que no tienen idea de quien se trata Jesús: Juan el Bautista, un Profeta como de los de antaño, Elías que ha vuelto… y algunos (creo, pero el autor del Evangelio no lo puso por puro respeto) quizá la mayoría dirían: perdón, ¿de quién qué cosa? 

Aquel cuestionamiento era, tan sólo el aperitivo, al plato fuerte: 
¿Y ustedes quién dicen que soy yo? 
Y antes que nuestra memoria nos lleve automáticamente a la respuesta dada por Pedro, detengamos el impulso y pensemos antes: 

¿Cabe hoy día, seguir preguntándose sobre quien dice la gente que es Jesús? y más importante aún: ¿tiene sentido volver una vez más a responder a la pregunta “y tú quién dices que soy yo, más cuando ya hemos respondido en tantas otras ocasiones? 

Por otra parte, y sin olvidar esto que es de suma importancia: ¿no se necesita conocer primero a alguien para poder responder sin equivoco a esa pregunta? 

Indudablemente, así es. 

Durante mucho tiempo he intentado responder por mí mismo a esa pregunta. Y lo he hecho de variadas maneras, teniendo en cuentas diversos criterios, posturas, nociones, contextos, argumentos, elementos y también dimensiones, incluso en la variedad de los propios sentimientos y estados de ánimo. Sin embargo, no importa cuántas veces haya respondido personalmente a esta pregunta que hace el mismo Jesús sobre si; siempre surge la necesidad de ir a la fuente por más. 

Más argumentos, más experiencias, más nociones, más conocimiento, más investigación, más reflexión, más meditación, más contacto, más oración… y agrego un elemento que estuvo ausente durante mucho tiempo: más fe. 

Y ahora desde la fe, vuelves al Evangelio a buscar a Jesús, hombre y Dios. 

¿Te animas? 

Ten en cuenta que la respuesta de Pedro, no fue dada desde su intelecto, experiencia o conocimiento. Tampoco fue dada desde su emoción o sentimientos hacia Jesús. Y aunque mente y corazón estuvieran en sintonía, fue desde su fe que él responde y no le tiembla la voz al hacerlo. 

Esta respuesta, inspirada, movida y sustentada en por su fe, la convierte en única, intima, espiritual y suya; exclusiva. De ahí la necesidad de volver a la Palabra, siempre y en todo momento pues, es alimento y sustento de nuestra fe, sin la cual no hay respuesta posible que nos ponga delante de Jesús, y él mirándonos con amor a los ojos nos defina. 

¿Quién dices que soy yo? 

Yerko Reyes Benavides

miércoles, 19 de agosto de 2020

Jaculatoria de Confianza


Todo estará bien, 
todo será para bien, 
pues mi fortaleza, 
mi refugio y mi alcázar 
es el Señor quien me salva.

Amén

Yerko Reyes Benavides

domingo, 16 de agosto de 2020

Entre Tiro y Sidón

"La fe es garantía de las cosas que esperamos 
y certeza de las realidades que no vemos". 
(Hb 11,1) 

Jesús, no se lo esperaba, una mujer cananea, en la región de Fenicia, al margen de la oficialidad de la fe y la garantía que da la casta, lo sorprende de forma tan admirable que no sólo consigue que le atienda y le otorgue lo que le pide, sino que de él recibe la aprobación una alabanza por su gran fe. 

Pudiéramos entrar acá a considerar múltiples elementos del Evangelio en cuestión, debatir sobre si Jesús recibe o no una lección que le hace corregir o al menos, replantearse el rumbo del alcance de su acción redentora, o si esta escena más bien, es una posterior reinterpretación de un hecho acontecido en la vida del Señor, para dar razón de fe a una naciente iglesia y a unas comunidades cristianas renuentes a acoger a los conversos provenientes del paganismo. 

Sin desatender la interpretación teológica, exegética, o eclesiológica que amerita ser considerar para una correcta comprensión del texto, hemos de enfatizar que lo que leemos es la Palabra de Dios, y esa Palabra no es sólo un relato de un hecho histórico, teológico o bíblico; sino que es, la expresión de Dios que se comunica directo a nosotros, quien nos habla al corazón y al alma y no sólo al intelecto, haciendo a su Palabra viva, sugerente, desafiante e interpelante. 


Pocas veces nos detenemos a pensar en esto, y en virtud y gracias a la mujer cananea o siro-fenicia, ahora podemos considerar; pues ella recibe la Palabra del “Hijo del Hombre” que ella escucha y a la que ella responde, dando ejemplo no sólo de fe sino también de humildad y amor. 

Por otro parte, hemos de considerar, además que, en cada texto de la Palabra de Dios que tomamos, hay unos protagonistas, los participantes directos de la acción narrativa: Jesús, los apóstoles, la multitud, algún enfermo, los fariseos, etc. Sin embargo, estos no son todos los participantes, hay uno más, uno que pocas veces se involucra, y que es el destinatario primordial de la acción salvífica que propicia la Palabra. ¿A quién nos referimos? A ti, lector u oyente de esta, claro. No hay Palabra de Dios desconectada del sujeto para quien es proclamada y anunciada. 

Expresado de otro modo, en el relato de la curación de la hija de la mujer cananea, que hemos tomado como contexto de esta meditación, no sólo están Jesús, la mujer y los discípulos, incluyendo a la hija de la mujer que aparece como receptora de la curación procurada por la fe de la madre y dada por Jesús; también, cómo dijimos, está el lector de hoy a quien Dios le dirige su palabra ahora. 

A este punto, retomando este texto en cuestión o cualquier otro, llegamos a él con una actitud nueva, con una perspectiva renovada, pues nos sabemos, y en efecto los somos, actores activos de la Palabra de Dios viva, que se hace eficaz en nuestra vida y, podemos pasar de un mera lectura narrativa a una lectura con lección de vida. 

Para esto es necesario el acto fe. Una fe que ahora, a propósito del citado texto, es interpelada por una mujer que sorprende al mismo Jesús. Y no lleva a la pregunta: ¿En qué creía? 

¿Creía en Dios? No lo sé. ¿Creía que Jesús era el Mesías esperado? No lo aseguro. ¿Creía en los milagros que Jesús hacía? Probablemente habría escuchado de ellos, o quizá habría estado como observadora silente entre las mujeres y niños sin contar de aquella multiplicación de los panes. Lo que sí sé, es que a aquella mujer Jesús no le es ajeno. 

A la conclusión que llegué tras meditar en ello y ahora les comparto sin pretender tener la razón en esto, es lo siguiente: 
  • Creía en su hija, en su padecimiento y sufrimiento. 
  • Creía en el amor de su corazón de madre y en el dolor que sentía al ver padecer a su hija y no poder tomar su lugar. 
  • Creía en su propia fuerza y valentía interior que la hace buscar y no detenerse, hasta encontrar el bienestar de la persona sujeto de su amor. 
  • Creía en la fuerza de su voz y en que el grito desesperado de dolor que desgarraba su corazón sería escuchado, no importa si en ello se rompieran algunos convencionalismos, preceptos y/o normas.
  • Cree en Jesús, quizá no de la misma manera como creen los apóstoles, pero cree en su bondad y eso le basta. 
Llegado a un punto, apechando todo el ejercicio reflexivo hecho, me detengo, no continuo pues llegó a una conclusión: no importa en qué creía la mujer, sino que lo verdaderamente relevante ahora a esta Palabra de Dios, es hacerme consciente de mi propia fe, de lo que yo creo, de la materia y el contenido de mi fe, y no tanto el cómo y el dónde o desde dónde creo. 

Evidentemente no expondré las respuestas, ni las conclusiones a las que llegué, y no es que se trate de un secreto o una vanidad de mi parte; es que recuerdo que todo esto, tampoco se trata de mí, sino de ti, porque todo esto, desde la Palabra de Dios, siempre se trató de ti y de tu fe. 

A veces también a nosotros, al menos espiritualmente, nos hace falta deambular entre Tiro y Sidón. 

Hay un elemento más, y esto si es común a los dos: esta fe nuestra, la profesada por mi como individuo y por ti como persona; esta fe que compartimos, por separado o reunidos: 
¿Está a la altura de los tiempos que vivimos? 

¿Sorprendería a Jesús ganando de su parte su admiración y aprobación? 
Yerko Reyes Benavides

jueves, 13 de agosto de 2020

Milagro de Amor

Milagro de Amor acontece, los ojos no lo ven, pero en tan humilde trozo de pan, tu Majestad en Bondad y en Amor se desborda. 

Pan de Ángeles que los Ángeles no consumen, de las delicias de tu mesa celestial disponen, menos del alimento que en un trozo de pan entregas a los hombres. 

Milagro de Amor, Cuerpo y Sangre de tu Divinidad, sacrificio incruento, que une en el Ara de tu entrega al cielo y la tierra y al hombre eleva, haciendo de su corazón Tabernáculo de tu Amor

Te haces presente en comida y bebida de esperanza, con devota admiración nuestras manos sobre el Altar de tu Amor lo ofrecen, Pan y Vino que al corazón reconcilia y a la vida, Vida Eterna da. 

Milagro que a tu Amor pertenece, que jamás quede mi alma de tu pan vacía y privada mi vida exista, sin el vino que al corazón infunde celestial alegría. 

No permitas que la tentación impida sentarme a la mesa de tu entrega, en ella mi afrenta se enjuaga y lo indigno que a esta humanidad queda, en tu amor para siempre es abrazado. 

Amén

Yerko Reyes Benavides

lunes, 10 de agosto de 2020

Súplica

Amanece Señor en mi alma, disipa las sombras y la oscuridad que velan mi confianza, no me dejes permanecer en la oscura noche y su soledad.

Abrázame Señor con tu misericordia; resguárdame en tu compasión y protégeme con ternura de la tentación de mis inseguridades y mis dudas. 

Líbrame Señor, de mis temeremos arraigados; infunde en mí tu valor, que incluso en la adversidad, jamás deje de ser testigo de tu bondad. 

Visita mi corazón Señor, y no me abandones cuando pierdo la razón y la convicción desaparece, el propósito y el sentir se nublan, y tu gracia y verdad desaparecen del horizonte de mis pasos. 

Sostenme cuando tu Espíritu en mí se esconda ante la pena y la prueba, la burla y el abandono, que el eco de tu voz resuene potente y me devuelva veloz a tu corazón.

Estremece mi interior Señor, cuando me falte la fe y la esperanza me abandone; enjuga las lágrimas que ciegan mi confianza de amar y esperar en ti, todo de ti y sólo en ti.
Amén

Yerko Reyes Benavides

domingo, 9 de agosto de 2020

Declamación

Tú eres Jesús, el Mesías, en quien mi alma confía, puesto que en tu compasión y en tu clemencia mi ser encuentra deferencia. 

Tú eres Señor, quien me tiende la mano y me levanta, me rescatas del rigor de la intemperie en la que tantas veces mi corazón en vela se estremece. 

Tú, Hijo del hombre, eres quien me da el reconocimiento que necesito; restauras mi dignidad, la elevas hasta el cielo; en tu filiación, hijo del mismo Padre soy. 

Tú Jesús, eres el artífice de mi historia, el dueño de mis días; por ti en mí, las horas no se extinguen, trasciendo por tu don la agonía y su dolor. 

Tú, Amado Dios, eres quien me concede vivir en libertad, pues tu verdad abrasa mi alma, y tu ternura a mi corazón atrapa. 

Déjame en ti morir y en tu amor existir. 
Amén

Yerko Reyes Benavides

viernes, 7 de agosto de 2020

Caminar sobre las Aguas

Los acontecimientos en la vida de Jesús marchan a toda prisa, sobre todo en la narrativa evangélica que va hilando fino con puntada gruesa. En una misma jornada se suceden situaciones que maravillan y a la vez perturban, asombran y aterran, sobrecogen y también exaltan los sentidos y los ánimos. 

En la tarde de un día Jesús recibe la noticia de la muerte de Juan, su primo, al que todos llaman el Bautista. Sin embargo, aquella misma tarde la gente busca a Jesús con desespero, y es tanto el movimiento, que la tristeza y la conmoción de la noticia antes dada, queda opacada por otro y genuino sentimiento: la compasión. 

Sin duelo ni reposo, contemplamos a Jesús atendiendo, asistiendo, enseñando, sanando y dando de comer a una multitud incontable de personas; y si esto no fuera poco, a la madrugada, caminando sobre las aguas y calmando una tempestad. 

Los Evangelio no son concebidos ni mucho menos escritos para ser una cronología de sucesos. Sin embargo, el autor del texto sagrado, une en un mismo trazo estos acontecimientos. Una seguidilla de actos que escapan a cualquier explicación lógica y que están más allá del orden natural. Todo esto apuntando a algo muy específico, que pasa por un clamor y terina en la confesión de fe de los apóstoles:   
"Realmente, eres el Hijo de Dios”. 
Nuestro corazón tan necesitado de la acción divina, brinca de alegría con el vaivén entre la orilla del lago, las curaciones, los panes multiplicados y la barca estremecida y con Jesús caminando sobre las aguas, calmando la tormenta y siendo reconocido como Hijo de Dios. 

Rápido nuestra alma se solidariza con el grito arrebatado de Pedro cuando impele a Jesús: 

“¡Sálvame, Señor!”. 


Nosotros mismo y sin esfuerzo, hacernos el ejercicio de trasladar, de forma simbólica pero muy real, el mar picado por la tempestad y la barca estremecida, a nuestra realidad convulsionada, a nuestra vida personal a punto de hundirse como la barca de los apóstoles. 

¿Acaso no son estos días, días tormenta y tempestad? ¿No se ha tenido la tentación de valorar los acontecimientos presentes, como una irrupción intempestiva y apocalíptica a nuestra “normalidad” o como una especie de purificación?

Necesitamos escuchar la voz de Jesús que nos dice: “No tengan miedo, hombres de poca fe”. Si, ahí está el problema nuestro, la falta de fe. Eso explica que las montañas no se quieten a nuestro paso, y que sucumbamos llenos de espanto ante la posibilidad de morir. 

No es necesario tener elevados conocimientos bíblicos y teológicos para descubrir que entre las intenciones del hagiógrafo de Jesús, está el que lleguemos a la conclusión que la peor de las tormentas, la que más estragos hace no es la que acontece en la naturaleza, sino dentro de cada persona, en su alma, mente y corazón y, a un Jesús tiendo también ahí, autoridad para calmarla. 

Sin embargo, seguimos atenidos a que Dios haga las cosas, multiplique el pan, increpe al viento, calme al mar, aleje la tempestad… y nuestra mirada se pierde en el horizonte esperando toparse al alba con un Jesús caminando sobre el agua.

De esta secuencia de acontecimiento narrada por el evangelista, ha pasado prácticamente desapercibido lo que realmente importa: buscar ante todo y primero que nada a Dios, en palabras más sencillas: estar a solas con nuestro Padre Dios, al igual que Jesús. 

Los ratos de silencio y recogimiento; esos momentos de retiro en el que nos abstraemos de la rutina cotidiana, la meditación y el esfuerzo contemplativo de comprendernos más allá de lo sensible y material, en total apertura a lo trascendente y espiritual; en definitiva, el tiempo de oración que tengamos fortalecen el vínculo que no sólo nos une a Dios, sino que nos hace uno con Dios. La fe se fortalece, crece la esperanza, desaparece el temor y aparece la confianza. 

No se trata pues, de lo que Dios haga por nosotros –eso está más allá de nuestra competencia y dominio-, ni lo hagamos en nombre de Dios o para Él. Lo que realmente cuenta y vale es el tiempo que pasemos a solas con Él. 

En oración y por la oración todo en nosotros encuentra propósito, valor y sentido. Sin la oración la fe sería sólo una pretensión de nuestro orgullo, volviéndose vanidad.

Cuando nuestra relación con Dios sea tan sólida como lo fue la de Jesús con el Padre, multiplicar panes y caminar sobre las aguas será cosas de niños… seremos capaces de dar la vida, en amor a Dios.

Ese es el punto.

Yerko Reyes Benavides

domingo, 2 de agosto de 2020

Panes y Peces

“«Consuelen, consuelen a mi pueblo», 
dice su Dios. 
«Hablen al corazón de Jerusalén 
y díganle a voces que su lucha ha terminado»”. 
(Is 40,1-2) 

Es el eco de la Palabra de Dios que por la voz del profeta resuena en el corazón de Jesús, inspira sus pensamientos, anima sus sentimientos y proyecta sus acciones. Él no está sólo, hay otros como él que han buscado por todos los medios realizar la obra de Dios en el mundo, en medio de los hombres. Sin embargo, él no es como los demás, ni tampoco es “uno más” entre muchos o entre tantos; en su voz habla el mismo Dios. 

¿Qué tan consciente estaba Jesús de esto? ¿Cuánto tiempo tardó María, su Madre, en decirle que era Hijo de Dios? ¿Cuál fue su reacción? ¿Acaso no la miraría incrédulo y sin darle crédito a lo que le decía? 

En los textos apócrifos, se nos cuenta que el infante Jesús hacia gorriones de barro y les insuflaba su aliento y cobraban vida. (Cf Evangelio según Tomás 2,2). No, ese no es Jesús, en él no hay ciencia infusa que valga, ni tampoco revelación temprana de parte de su Madre, alertándolo de su procedencia y alentándolo en sus competencias y poderes. 

María, Dulce Muchacha, prefirió el silencio; llegará el momento, se decía en su interior, el mismo Dios lo mostrará cuando sea la hora (quizá intervenga adelantando la hora, un ligeroo empujoncito en las bodas de Caná). 

Así pues, la taumatología no fue la elección, ya en su Omnipotencia lo había intentado, sin mayor resultado, a pesar de la gran necesidad del ser humano de lo sobrenatural. Esta vez será diferente: de muchas maneras ya se había manifestado Dios a los hombres, sin embargo, “llegada la plenitud nos ha hablado en su propio Hijo” (Hb 1, 1-2): el Dios hecho Hombre, lo hizo a lo humano. 

Hay pocas, muy pocas personas en la faz de la tierra que no se conduelan ante el dolor y la tragedia de sus semejantes (aunque muchas prefieran quedar ignorantes de esta); que el sufrimiento y la agonía del inocente no haga que se escape una lagrima de conmiseración de sus ojos o la tribulación del desvalido le arranque un suspiro de compasión. 

A algunos esta tragedia, este dolor, esta miseria o las injusticias que los hombres cometen contra los mismos hombres (más vulnerables), los llevan a tomar la decisión de comprometer su vida y su tiempo, sus talentos y también sus recursos para brindar algo de alivio al que sufre: muy en el fondo éstos escuchas el susurro del Señor diciéndoles: “Consuelen a mi pueblo”. 

Para Jesús no fue diferente, sólo que quizá el susurro que en su interior resonaba, en vez de ser una tenue brisa, era un volcán en ebullición en espera del momento de la erupción. No nos extraña, pues, ni nos resulta ajeno el que llegada la hora, su hora, Jesús se avocara por entero a dar cumplimento a aquello que en su corazón efervecia en Palabra Divina. 


Cinco panes y dos peces 

Nos remite al primer “milagro” de la multiplicación de los panes referido tanto en el Evangelio de Marcos como en el texto de Mateo (Cf Mc 6,41; Mt 14,19), en el que se narra palabras más, detalles menos, cómo Jesús dio de comer a más de cinco mil hombres con cinco panes y dos peces. 

Todo un acontecimiento de una magnitud extrarradia que debió dejar huella en los libros de historia. Sin embargo, no lo hizo, como tampoco quedó registro, aparte del testimonio bíblico, la resurrección del hijo de la viuda de Naím, o la curación de innumerables enfermos, incluyendo la resurrección de Lázaro en Betania, así como la expulsión de demonios, o la segunda multiplicación de los panes. 

Cuando no veo un ejercicio sobrenatural de Dios; cuando soy testigo de la necesidad imperiosa de una intervención divina extraordinaria y no aparecen los signos o señales de ella; cuando me doy cuenta que también yo busco la figura o la imagen de Dios en la corteza de un árbol, en la tostada de un pan o en las formas que toman las nubes en cielo, pienso nuevamente en los “cinco panes y los dos peces”. 

Jesús, me resulta el muchacho del texto de este Evangelio.. El escritor sagrado apunta de manera sutil y tenue en la ofrenda del joven la misión y tarea del Mesías.Nadie sabe cómo se llama o de dónde viene (no es lo relevante); ninguno se cuestiona la razón por la cual ese muchacho tiene lo que ofrece ¿de dónde los sacó? (¿acaso importa?). De Jesús dijeron cosas semejantes, muchos se cuestionaron su origen, su procedencia, sus competencias y habilidades, la nobleza de sus actos y de quien había recibido la autoridad para hacer todo lo que hacia. 

En el corazón de aquel muchacho, late el corazón del mismo Jesús. Ese muchacho, en definitiva, es Jesús y en sus manos están cinco panes y dos peces. 

Jesús es consciente de su misión y sabe que su Padre, el Dios de bondad y misericordia, el otrora Omnipotente y guerrero, ha escuchado la voz de tantos profetas, que en su nombre han hablado, incluyendo al último y al más grande de todos los nacidos de mujer, Juan Bautista, y, advierte, que ya está respondiendo decididamente al clamor de su pueblo en su propia persona. 

En su corazón de Hijo de hombre, siente y hace suyas la confusión, la tristeza y la desesperanza de la gente, que lo busca como la oveja busca al pastor y se compadece de ellos: los recibe a todos, los asiste, los instruye y los cura de sus enfermedades. 

Hay hambre y sed de Dios, como también la hay de pan, paz y justicia; sólo que estas últimas no se realizarán en el horizonte de la humanidad, ni quedarán satisfechas, si alma, corazón y mente no son alimentados con la Palabra, la gracia y el amor del Señor. 

El milagro que obra Jesús no es haber despedido con el estómago lleno de panes y peces a aquella multitud; sino haber sido consuelo y razón de vida y esperanza para cada uno de ellos, incluidos las mujeres y los niños (aquellos que no cuentan). 

Cuando me doy cuenta que también yo, con los brazos amenazantes, estoy con los ojos puestos en el cielo buscando, reclamando, exigiendo un milagro de parte de Dios, pienso en los cinco panes y los dos peces. 

Lleno de vergüenza agacho la cabeza y bajo los brazos, y miro mis manos, y a veces con lágrimas en los ojos descubro que en ellas están los  panes y los peces del milagro que espero. 

¿Quién duda ahora que cinco panes y dos peces no son suficientes para llevar el consuelo de Dios a tantos corazones desgarrados? 

Una multitud espera el milagro que está en ti. 

Yerko Reyes Benavides

sábado, 1 de agosto de 2020

Consagración

Al comienzo de cada mes

Señor Jesús,
Dios de Misericordia y Bondad,
eres Tú el Alfa y el Omega;
estás al principio y al termino de todo,
tuyos son los momentos,
la historia y sus acontecimientos.

Lleno de confianza a tu omnipotencia me acojo,
a tu Divino Corazón me entrego
y a ti por entero me ofrezco;
tuyos son mis días y sus horas,
a ti consagro este tiempo –el mes- que comienza
pues Tú, Señor, eres mi alcázar y Esperanza.

Camina junto a mí,
allana los senderos,
condúceme sobre tus hombros,
Pastor bueno;
que cada día sea un don de tu benevolencia,
en el que se hagan sentir tu gracia y tu indulgencia.

Aleja de mi todo peligro
y si la tristeza golpea a mi alma
se Tú, amado Señor, mi refugio,
mi consuelo y fortaleza.
Amén

Yerko Reyes Benavides