miércoles, 24 de diciembre de 2014

Noche de Paz. Noche de Amor




Cuán ciertas y acertadas son las palabras de este cántico popular que expresa el nacimiento de Cristo entre los hombres como uno de nosotros: "Noche de paz, noche de amor". En este canto manifestamos con sencillez que el Dios de la Paz y del Amor ha llegado a nuestras vidas y lo entonamos en la noche de la natividad del Señor. Sin embargo, Dios ya se ha hecho uno entre nosotros como ser humano, desde el mismo momento en que fue concebido en el seno virginal de la Virgen María.

Hacía nueve meses aproximadamente que un Ángel de Dios se había aparecido de forma mística y espiritual a una joven-niña, anunciándole la más grande de todas las noticias, la mejor de las nuevas, las más noble de todas las acciones de Dios: Él en su Hijo eterno quería estar con nosotros y ser parte de nosotros.

Lo que desde un principio fue invisible a los ojos de los hombres, ahora se hace total y enteramente visible. Aquel que no podía ser nombrado, ahora asume para sí mismo el nombre de la humanidad, de lo humano: su nombre será "Emmanuel" -que significa Dios con nosotros- Jesús. En la encarnación, el Señor del cielo y de la tierra, el dueño de la vida y de todo lo creado, se hace "carne", respetando con ello el ciclo natural de la vida humana en todos sus sentidos.

La encarnación no fue un acto mágico de Dios, un milagro tal vez, pues actuó de forma extraordinaria; sin embargo este milagro respetó en todo la naturaleza propia del ser humano. "Quiso hacerse semejante a los suyos en todo, menos en el pecado". "Vino a los suyos que estaban en el mundo". El esperado Mesías, el anunciado redentor, el necesitado salvador, ya crece como uno de nosotros en el vientre de María. Qué hermoso gesto del amor divino, cobijar su entera divinidad en las eentrañas de una mujer, para asumir nuestra humanidad, durmiendo el sueño de los inocentes y de los indefensos, en total y absoluta dependencia del amor maternal de María, mujer "llena de gracia".

En muchas ocasiones pasamos por alto, que la humanización de Dios no se realizó en el momento de su nacimiento, sino que fue acaeciendo en todo el proceso de su concepción y de su gestación. De la joven virgen de Nazaret, fue el Verbo de Dios recibiendo su humanidad. Pues lo humano no solo se trata de un acto enteramente biológico, sino que es a el inherente lo corporal y lo espiritual, lo afectivo y lo emocional, lo psicológico. ¡Oh Madre de Dios, cuánto amor y ternura había en ti, para llenar de vida humana, al que en tu vientre se había encarnado por obra de Dios!

Los cristianos pocas veces nos hemos identificado contigo, sintiéndonos a nosotros mismos "preñados del amor de Dios". ¿Cómo vamos a entender y sobre todo a sentir la profundidad del nacimiento del Mesías-Redentor en nuestro corazón, si nunca nos hemos sentido inundados por la gracia de Dios que te cubrió a ti con su sombra? No vivimos el proceso de gestación -espiritual- de Dios en nuestra vida para que Él nazca en nosotros y por nosotros se revele como lucero del alba para el mundo.

Ya Dios estaba entre nosotros, como inocente vida gestándose cubierto del amor humano que tú, Madre le dabas en tus noches de desvelo y en tus días de arduo trabajo, para que no le faltara nada de lo que es verdaderamente importante al niño, que crecía en tu vientre: el más puro, tierno, gentil, amable y humilde de los amores. El amor que sólo una madre sabe proporcionar a sus hijos, puesto que es el  único que espontáneamente se niega a si mismo para darle todo al ser amado. Con razón luego, mucho tiempo después, tu mismo hijo nos enseñaría: "El que quiera ser discípulo mío, niéguese a si mismo..." Fuiste maestra del amor y a la vez discípula del Señor desde el mismo momento en que Dios se encarnó en ti.

Dios sigue estando entre nosotros, pero nos hace falta la sensibilidad para saberlo gestar en nuestro corazón, la humildad para dejarnos abrazar por su ternura, el amor para amarlo de verdad y dejarnos amar por Él. Quizá por eso, cuando llega el día en que celebramos su nacimiento, nuestro corazón no se siente en paz, ni reconciliado en el amor del que ha nacido entre nosotros por la gracia del Padre Dios. Celebramos algo que tiene un sabor dulce pero distante y tierno pero lejano a nosotros.

Dios nace, y si, somos capaces de reconocerlo y de celebrarlo, pero como espectadores de algo que no nos involucra ni nos mueve interiormente, que no nos compromete como discípulos suyos, a dar el gran salto de presentarlo ante los hombres a través de la alegría de libertad de nuestras vidas para amar incondicionalmente, para perdonar sin reservas, para ofrecernos con humildad al servicio de nuestros hermanos: los pobres, los que sufren, los que necesitan consuelo o son perseguidos por las injusticias que nosotros mismos provocamos cuando nuestro corazón no tiene a Dios en él.

Lo maravilloso de esta noche en la que celebramos el nacimiento de Jesús, nuestro Señor, es que no importa si estamos listos o no para recibirlo, lo que verdaderamente es importante es que Él si está listo para nosotros. Por eso, no nos equivocamos al cantar el estribillo de esa canción: Noche de Paz, Noche de Amor. Ciertamente es una noche de paz, puesto que Dios se ha reconciliado con los hombres una vez más y para siempre. Esa reconciliación ya no es un arcoíris dibujado esplendorosamente en el azul despejado del cielo. El mismo Dios se ha hecho reconciliación e inunda de paz al mundo entero -aunque el mundo no lo quiera recibir- "... y los suyos que estaban en el mundo no lo recibieron".

Efectivamente es noche de Amor, porque "no hay amor más grande que el de aquel que es capaz de dar la vida por sus amigos". Dios no espero la cruz para dar la vida por quienes amaba. Dios se negó a si mismo en su naturaleza divina, y se dio en plenitud de vida humana, para amar a cada uno de nosotros seres humanos (buenos y malos), con la confianza de su divinidad que los buenos diéramos testimonio de su amor, y los malos encontrasen en él el camino de la bondad y del amor.

Contemplemos el misterio de la humanización de Dios acontecida en su encarnación y realizada en su nacimiento, con esperanza y gratitud; en confianza y humildad, puesto que las promesas de Dios hecha a nuestros padres se van a realizar en el hoy en el ahora de nuestras vidas.

En esta noche de paz y de amor, digamos junto con Jesús las palabras que el mismo pronunciara en la sinagoga de su pueblo, para que la gracia de Dios que en esta noche de navidad nos regala, nos de el coraje y el empuje que cada uno de nosotros necesitamos para que se hagan presentes estas verdades, en nuestro tiempo, con sus problemáticas y sus grandes dificultades:

"¡El Espíritu del Señor está sobre mí! porque Él me ha ungido.
Me ha enviado con un buen mensaje para los humildes,
para sanar los corazones heridos,
para anunciar a los desterrados su liberación,
y a los presos su vuelta a la luz.
Para anunciar el año de gracia del Señor,
 y el día del desquite de nuestro Dios.
Me envió para consolar a los que lloran
y darles (a todos los afligidos de Sión) una corona en vez de ceniza,
el aceite de los días alegres, en lugar de ropa de luto,
cantos de felicidad, en vez de pesimismo". (Is 61,1-3)

Yerko Reyes B.