jueves, 22 de noviembre de 2007

Testamento Espiritual de San Luis Rey de Francia a su hijo

Hijo amadísimo, lo primero que quiero enseñarte es que ames al Señor tu Dios con todo tu corazón y todas tus fuerzas; sin ello no hay salvación posible.

Hijo, debes guardarte de todo aquello que sabes desagrada a Dios, esto es, de todo pecado mortal, de tal manera que has de estar dispuesto a sufrir toda clase de martirios antes que cometer un pecado mortal.

Además, si el Señor permite que te aflija alguna tribulación, deber soportarla generosamente y con acción de gracias, pensando que es para tu bien y que es posible que las hayas merecido. Y, si el Señor de concede prosperidad, debes darle gracias con humildad y vigilar que no sea en detrimento tuyo, por vanagloria o por cualquier otro motivo, porque los dones de Dios no han de ser causa de que le ofendas.

Asiste de buena gana y con devoción al culto divino y, mientras estés en el templo, guarda recogida la mirada y no hables sin necesidad, sino ruega devotamente al Señor, con oración vocal y mental.

Ten piedad para con los pobre, desagraciados y afligidos, y ayúdalos y consuélalos según tus posibilidades. Da gracias a Dios por todos sus beneficios, y así te harás digno de recibir otros mayores...

Hijo amadísimo, llegado al final, te doy toda la mención que un padre amante puede dar a su hijo; que la santísima Trinidad y todos los santos te guarden de todo mal. Y que el Señor te dé la gracia de cumplir su voluntad, de tal manera que reciba de ti servicio y honor, y así, después de esta vida, los dos lleguemos a verlo, amarlo y alabarlo sin fin. Amén.
Referencia: Boletín Lazos de Fe, Año 1, Nº 5, Julio 2003

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