viernes, 23 de noviembre de 2007

Liturgia de la Palabra: A la Escucha de la Palabra

La misa consta de dos partes, llamadas liturgia de la palabra y liturgia eucarística, que constituyen un solo acto de culto, según enseña el Concilio Vaticano II (SC 56). El Centro de la primera parte, como indica la expresión, lo ocupa la palabra de Dios contenida en las lecturas bíblicas acompañadas por cantos y seguidas por la homilía, la profesión de fe y la oración universal de los fieles. Las lecturas bíblicas, con los cantos se intercalan, los domingos o fiestas son tres: la primera, tomada del Antiguo Testamento (fuera del tiempo pascual), va seguida por el salmo responsorial; la segunda, tomadas de los escritos apostólicos del Nuevo Testamento, va seguida por el aleluya; la tercera proviene siempre de los evangelios. ¿Cuál es el significado de esta parte, sobre todo de las lecturas bíblicas, y qué actitud de participación se requiere?

Liturgia de la palabra equivale a acto de culto a la palabra de Dios o mejor aún, a Dios que habla. Se realiza una acción comunitaria, más todavía, eclesial (litúrgica) compuesta de una serie de gestos que comprenden escucha, respuesta, silencio, canto, aclamación, veneración, etc., con relación a Dios que habla ahora a su pueblo reunido en asamblea. “Cuando se leen en la iglesia las Sagradas Escrituras, Dios mismo habla a su pueblo (prosigue el Concilio SC 33), y Cristo anuncia el evangelio”. Es más, se verifica una particular presencia de Dios mediante su Palabra (SC 7). Por tanto, en el centro de esta parte no está sólo la palabra escrita o verbal de Dios, sino más bien Dios, que habla hoy con aquella palabra dicha en el pasado por medio de los profetas y puesta después por escrito por los mismos autores sagrados; se tiene la persona de Cristo, que hoy nos anuncia a nosotros por medio de los cuatro escritos o narraciones su evangelio, su “buena noticia”, el anuncio de la salvación”.

Ante esto, la actitud del creyente es de fe, ante el anuncio; esperanza en la realización del proyecto y caridad, como vivencia del misterio anunciado.

Referencia: Boletín Lazos de Fe, Año 1, Nº 9, Noviembre 2003

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