jueves, 24 de septiembre de 2020

Las Medidas del Corazón: 70 x 7

Algunos al escuchar el 70 veces 7 (Cf Mt 18, 31-35) hacen mentalmente una multiplicación -490- para llegar a una “cantidad” determinada y definida de veces… que si bien es cierto es representativa, no se ajusta al sentido y al espíritu con el que Jesús recurre a la simbolización de los números sugeridos.

Concentrados en el significado del 70 veces 7, algunos llegan a la conclusión expedita de interpretarlo con un contundente: “siempre”; siempre se tiene que perdonar, siempre se ha de perdonar; es esa la enseñanza del Evangelio. 
Valoremos el proceso, no nos quedemos tan sólo con la conclusión 
Te has preguntado alguna vez ¿Quién puede perdonar siempre? ¿Quién tiene en su haber la facultad de entregar aquel don que incluso se otorga sin merecimiento? 

No vayamos muy lejos en la búsqueda de respuestas: ¿Acaso yo lo he hecho o lo estoy haciendo? ¿Puedes tú, o alguien, en todo caso perdonar siempre? 

Para esto es necesario sincerarse cada uno consigo mismo. No estamos delante de una prueba para medir la contundencia de la fe, sino en una invitación a dejarnos transformar por la gracia y la Palabra del Señor. 

Para no entrar en justificaciones que de nada son de provecho al corazón y al deseo, intención y propósito de crecer interiormente, diremos entonces que la respuesta que hemos estado buscamos es: “Sólo Dios puede perdonar siempre”

Que esta conclusión no te confunda. Decir que sólo Dios puede perdonar no nos exime del perdón, al contrario, nos compromete aún más con él, puesto que lo que está implicado es que el perdón proviene de Dios y sin Dios en el corazón difícilmente se podrá perdonar totalmente si quiera una sola vez. 
Sólo Dios tiene esa capacidad y es cónsona con su naturaleza y esencia divina. 
Dios es Amor y por ende también es Perdón, puesto que una de las cualidades del amar es perdonar: 
“Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.” (Jn 3,16) 
Este “dar a su Hijo” del que nos habla el evangelista Juan, no sólo conlleva el acto de la Encarnación sino que incluye la oblación, la entrega y el sacrificio del Primogénito: el acto sublime y excelso de perdón desde la cruz. 

Sólo en Dios está el perdón absoluto, completo y total. 

En otras palabras sólo Dios puede perdonar siempre, lo que no implica que el perdón sea una acción del espíritu imposible para nuestra humanidad. Así pues, el perdón es competencia nuestra en virtud a la imagen y semejanza con Dios; por tanto hemos de entender, asumir, trabajar al perdón como condición y cualidad espiritual que es perfectible en cada uno.

Pretender el perdón como el de Dios es un acto muy noble de nuestra parte, pero si no lo trabajamos en nuestro interior, se verá resquebrajado por las múltiples escusas y las muchas justificaciones a la hora de la práctica verdadera de perdonarnos unos a otros como Dios nos perdona: siempre

De Repetición,  en reiteración y un poco más 
Quien ha interpretado el perdón como la “absolutización de la totalidad” no erra, sólo que lo hace, así sin más, inaccesible a la persona y lo aleja de la intención de una vivencia real que Jesús quiere connotar al valerse de la simbología bíblica de los números ya por ellos conocida y acá referida. 

Perdonar hasta 7 veces, implica en sí llevar el perdón a un estado que incluso está por encima de lo establecido por la ley, es decir, es ir más allá de la norma y de lo que lo humano puede considerar como razonable. En ello hay una “medida” de perfección que coquetea con la enseñanza de Jesús. 

Sin embargo, Jesús al perdón no lo cuantifica, y cuando absolutiza la totalidad ya contenida simbólicamente en el número siete, nos lleva a contemplar el perdón como una realidad que no se realiza en sí misma  en el “siempre” sino en el “cada vez”. 

70 veces 7, para el Señor, se trata de perdonar con la mayor perfección del perdón cada vez. uno y otra vez; reiteradamente. 
Las medidas del corazón 
Esta perfectibilidad del perdón se alcanza a través de la práctica, es decir, perdonando es que se enriquece el perdón cada vez que se entrega; no se perdona más, sino que se perdona mejor, haciendo que el perdón sea un bien del corazón que se da y haga bien al que lo recibe, y sobre todo, al que lo concede. 

70 veces 7 entonces se trata, en definitiva no de la cantidad, ni si quiera de la totalidad del perdón, sino las medidas del corazón; la proporción del amar en la práctica cuando se ama y no sólo como un sentimiento que se siente. 

Visto de este modo el perdón no es un sentimiento que se siente sino una don que se entrega.

Parafraseando el evangelio podemos concluir: “Quien mucho ama mucho perdona” puesto que el perdón es un fruto del amor. Así pues el perdón entra dentro de lo que Jesús nos dio y nos pide: “ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Cf Jn 13, 34-36) o pudiéramos sin equivoco decir: “perdónense unos a otros como yo los he perdonado”. 

No eres tú quien perdona, sino que Jesús quien perdona en tu perdón, porque mucho te ha amado para que también puedas amar con su amor y perdonar con su perdón. 

Yerko Reyes Benavides

lunes, 21 de septiembre de 2020

Amar como Tú

Señor, tu nos enseñas que cada día trae su propio afán, pero no hay jornada que comience si tu nombre no está en nuestros labios, agradeciendo, alabando y también pidiendo, puesto que si Tú nos acompañas en la horas venideras lo que hagamos no será sólo lo cotidiano, rutina del día, sino obraremos de acuerdo a anhelo de tu Corazón para cada uno de nosotros. 

El quehacer de la jornada se hará llevadero si el esfuerzo con el que realizamos el no sólo es para cumplir con las responsabilidades adquiridas de esta vida, sino para llevar tu gracia y bendición a todos y cada una de las personas que Tú nos das y son nuestros compañeros, peregrinos también de este afán de amar y servir. 

No siempre, mi Jesús nos damos cuenta que tu bendición la das no sólo en un acto espiritual sino en las personas que forman parte de nuestra vida. Padre, madre o hijos, hermanos y hermanas son los primeros que nos llevan a ti, puesto que son los más cercanos al corazón, la razón por la que hacemos sacrificios y dedicamos la mayor parte de nuestras vidas. Que nunca sintamos que son la cruz que llevamos, sino la alegría que llena nuestro corazón. 

Danos siempre Señor el sentido de mirar en los que nos das, tu rostro y así, sabiendo que Tú estás en ellos demos lo mejor de nosotros: y lo mejor será siempre amarlos como tú nos amas. 
Amén

Yerko Reyes Benavides

sábado, 19 de septiembre de 2020

Hacer tu Voluntad

En tu compañía Señor queremos andar, en tus sendas nuestros pasos dar; hacer que lo que vivimos sea ocasión de salvación; tu Reino late fuerte en nuestro corazón, él es meta y también camino; destino que nos mueve a buscar ante todo tu amor. 

Día con día nos hacemos el propósito de vivir según tu Voluntad. Sin embargo, Jesús amigo, qué difícil es discernir el deseo divino que vibra en tu pecho. 
¿Cuál es tu Voluntad Señor y Dios mío? ¿Qué quieres de mi hoy? ¿Cómo he de servirte mejor?
Tú, Jesucristo siempre entendiste el Pensamiento de Dios y lo hiciste presente en cada acto de tu vida. Ayúdame ahora a hacer que lo que deseo sea el deseo de Dios en mí. Que lo que busco sea lo que busca Dios en mí. Que en lo que me empeño y entrego en el día sea aquello que me acerque cada vez más al Reino de tu Padre. 

Que no me falten las fuerzas, ni tampoco los dones del Espíritu Santo que tu conferiste como auxilio para que en todo y por todos se haga tu Santa Voluntad.
Amén

Yerko Reyes Benavides

viernes, 18 de septiembre de 2020

Al Despuntar el Alba

Amanece como cada día, porque así, Padre, lo has dispuesto por tu gracia y tu bondad. 

Los pajarillos en su trino son conscientes de regalo de vida que llega cada día al despuntar el alba y te alaban con la fuerza de su canto y su trino alegre anuncia tu presencia justo antes que el sol rompa con su luz el velo de la noche. 

Padre Dios, Creador de todo, tú eres la causa de cada amanecer, no siempre lo valoro y al vestirse en este día mi alma del canto alegre de las aves al surcar tu cielo, le inquiero inquieto a mi corazón: ¡Qué bendición! 

Pocas son las veces que al despertar, dejo que mi alma se exalte con la misericordia que me das en cada amanecer. 

No me doy cuenta que en tu amor me despiertas y la vida me das como un don de tu benevolencia. 

Me haces participe del día que concedes a una humanidad que muchas veces de espaladas a ti vive, más no la castigas con la penumbra sino que la iluminas con los más cálidos rayos de sol, vitamina para el corazón; porque amas a cada uno de tus hijos, como a mi ahora. 

Por eso Señor, Padre amado, mi voz la uno al canto de los pajaritos, para decirte: Gracias, Señor, Gracias, por este nuevo día, en ti y por tu gracia lo viviré en la alegría de saberme bendecido y, procuraré más allá de mis limitaciones sonreír, para ser pequeño chispa de sol en la vida de mis hermanos que están en la penumbra de la desesperanza. 

No me dejes, Señor y acompáñame en las horas de este día.
Amén

Yerko Reyes Benavides

miércoles, 16 de septiembre de 2020

Ofrecimiento

Cristo Jesús, estás al comienzo de todo, iniciando cada obra buena que es consentida, y en tu gracia acogida en todo corazón que valore tu divina presencia, como en el mío en este ofrecimiento. 

Al despertar, desde el instante que el día comienza, pongo a tu disposición todo cuanto soy, siento, vivo y tengo. 

Jesús amado, tu bondad me precede, marchas delante de mí, abre los caminos de salvación, en tu compasión y en tu ternura me levantas, purificas todo en mi ser, mi dignidad restituyes y en discípulo de tu amor me constituyes. 

Dirige, divino Maestro, esta vida mía que te pertenece en dirección al prójimo, para en él, ser ocasión de tu bondad; tuyos son, sobre todo los más pequeños, los vulnerados, los olvidados e incluso aquellos despreciados de la sociedad, en ellos me llamas y reclamas mi amor. 

Toma mi mano y guía mis pasos, dispuesta está mi alma y lo están también mis manos, mis pensamientos son tuyos, como tuyo lo es mi corazón y mi vida toda, que en mí en este día, se haga tu santa Voluntad.
Amén

Yerko Reyes Benavides

martes, 15 de septiembre de 2020

Carta Espiritual

Amados en el Señor:

Oren, oren sin desfallecer, eleven plegarias al Padre de día y también de noche; en todo momento, si bien cuando andan de camino y también en el hogar; mientras trabajan y o están de ocio, que su vida entera sea una oración que agrade a Dios y alegre su Corazón.

Hagan vigilia, manténganse alerta, con las lamparas encendidas; el Amor de Dios y su Misericordia no pueden ser algo que se siga postergando en nuestra vida, y más si es por nuestra propia apatía o indiferencia, como si controláramos el tiempo a nuestro antojo y la vida nos perteneciera para hacerlos esperar.

Nuestros días están contados, ni una hoja de más tiene el libro de la vida, este muy nuestro, en el que vamos escribiendo nuestra historia cada jornada. No podemos ni quitar ni añadir páginas -por más que quisiéramos- y lo que en ellas se escriba quedara ahí por siempre registrado.

Esto que te digo no es una amenaza, ni tampoco quiero infundir miedo o temor en ti, ni que tomes un camino de fe histérico o asumas actitudes religiosas fanáticas; mucho menos se trata de una treta de esas apocalípticas que usan algunos para manipular conciencias y ganar adeptos.

Lo que comparto es algo serio, algo en lo que pocas veces pensamos, pero es de esas verdades que evitamos ser de ellas del todo conscientes, pero para bien o para mal, de ella no podemos escapar.

Eso si, te lo puedo decir y también asegurar, "este no será el último día de tu vida, siempre abra un amanecer" pero, esté hoy, el aquí y ahora, vívelo como si fuera el que te queda. Sólo te pido, no lo desperdicies en lo vano, lo fútil y lo superfluo; al contrario ocúpate en hacer aquello por lo que alguien pueda acordarse de ti si aquel día al llegar te encuentras tocando a las puertas del cielo y no hay quien te abra.

No desperdicies tu tiempo pretendiendo la alabanza de los poderosos, ocupa tus momentos para dejar huella en la memoria de aquellos que no tiene cómo devolverte el bien que les haces y lo único que pueden ofrecerte es: un "Dios te pague". Eso vale más que todo el oro que pueda haber en este planta. Al final el oro, la plata y los diamantes también se agotarán, más el favor de Dios será eterno.

Si te digo todas estas cosas, ahora, mi amado amigo, hermano, hermana, es porque de tanto en tanto, hace bien que las recordemos juntos, y platiquemos de ellas, porque de cosas sin importancia prácticamente hablamos cada día, pero las que nos dan vida en abundancia pocas veces.

Con afecto de hermano, teniéndote siempre presente en mi corazón y en mi oración, te abrazo y te bendigo.


P. Yerko Reyes Benavides

sábado, 12 de septiembre de 2020

Calistenia para el perdón

Arduo, muy arduo le es al corazón abrirse al perdón, pero más difícil lo tiene la consciencia, la inteligencia y el pensamiento de ir a contracorriente de la lógica, la razón y el sentido común. 

Una ofensa, un daño infringido, un dolor ocasionado lo menos que merece es ser perdonado, en todo caso clama por justicia, en donde la revancha o la venganza quedan descartadas y no se justifican de ninguna manera puesto que la violencia como respuesta a un acto en si violento jamás trae sosiego y paz. 
Solo en paz se puede consentir el perdón 
Conversando con un amigo, a propósito del tema que hoy nos ocupa en nuestro Itinerario espiritual, me decía: “El perdón es imposible, entra dentro del rango de las utopías del ser humano”. 

Interesado por este argumento, le pedí me diera más razones, porque obviamente su planteamiento no estaba sustentado en una cuestión meramente sentimental, sino basado en las opciones que da la psiquiatría para el análisis de ciertos procesos en que nuestra mente se ocupa. 

En el refranero popular encontramos los que la ciencia que se ocupa de la psique nos advierte: hay heridas que sanan pero siempre dejan cicatrices, y mientras existan esas cicatrices el perdón se queda tan sólo en disculpas. 
El perdón no es una cuestión de la mente, sino del corazón 
El perdón para que sea verdaderamente un acto sanador necesita cerrar para siempre las heridas que han infringido dolor, pena, humillación, frustración; que han sido causantes de traumas, fobias, miedos, desequilibrios, distorsiones afectivas o emocionales. 

En este sentido, el perdón recoge dos condiciones indispensables para poder darse plenamente: la primera, entenderlo como proceso que amerita estar consciente de sus tiempos para intervenir en cada uno de ellos: el ahora, al antes y el después. 

La segunda condición es afrontar el perdón como un aprendizaje en el que son necesarias incorporar competencias y hacer uso de herramientas para cerrar y sanar las heridas y limpiar las cicatrices o huellas de su presencia. 

Pudiéramos seguir indagando en los recursos de las ciencias modernas y sus herramientas y la conclusión seguiría siendo la misma: el perdón no es una cuestión de la razón sino del corazón que se inicia por acto liberador. 
Todo comienza con acto liberador
“Yo te perdono” 

Tres palabras, una sola oración: una sentencia, una declaración, pero sobre todo un acto liberador, del que parten todas reconciliaciones que son necesarias para completar el perdón en plenitud. 

A ese “yo te perdono” no se llega sin antes haber pasado por “Dios me perdona” y en el que es indispensable el “yo me perdono”. El acto puro del perdón es exclusivamente de Dios, y algunos se aferran a esta noción para justificar la imposibilidad del perdón, puesto que este es atributo Divino. 
El perdón Don de Dios 
El perdón no se teoriza, sino que se confiere, se otorga se entrega, de esta manera se hace don y acción; obsequio y ejercicio del alma. 

Para dar algo hay primero que tenerlo, nos lo decía el mismo Jesús en el Evangelio: “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mc 7, 21). Un corazón que abunda en misericordia obrará acorde a la misericordia que posee, pues “nadie da de lo que no tiene”. ¿Cómo vas a dar algo que antes no has recibido? En el ejercicio del perdón, es indispensable haber sido perdonado, sentir vivamente el efecto del perdón en propia persona. 

Cuando se vive el perdón de Dios, no sólo se experimenta el regalo de su misericordia, bondad y compasión, sino también la generosidad de su benevolencia, puesto que pone en nuestras manos el perdón como don y como tesoro. 

Es cierto que el perdón pueda llegar a entenderse como una utopía para el ser humano, un imposible para el hombre, si este dependiera exclusivamente de su virtud. Pero el perdón es don de Dios y como don se busca, se pide, se recibe. 

Calistenia para el perdón 
El perdón como don se sustenta en el Corazón de Dios. Busquémosle pues ahí, justo en su origen, en su fuente y también en su culmen. 

Siete citas en las que el perdón es el protagonista y que nos sirven como calistenia para emprender la ardua labor espiritual que implica perdona y ser perdonado. 

Muy recomendable es no quedarse simplemente con el texto citado en este escrito; sino ir personalmente a la Biblia y una vez ahí, sabiendo que es la Palabra de Dios lo que se tiene delante: leer, meditar, orar y discernir, dejándose interpelar por ella.

Salmo 129 
“Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto". 
Salmo 103 
“Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias, el que rescata de la fosa tu vida, el que te corona de compasión y tiernas misericordias, el que colma de bien tus anhelos, de modo que tu juventud se renueve como el águila”. 
Isaías 1, 1-20 
“Lávense, límpiense, quiten la iniquidad de sus obras de delante de mis ojos; dejen de hacer lo malo. Aprendan a hacer el bien; busquen el juicio, socorran al oprimido; hagan justicia al huérfano, abogad por la viuda. 

Vengan ahora, dice el Señor, y razonemos juntos: aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. Si quieren y escuchan, comeréis lo bueno de la tierra” .
Miqueas 7, 1-20 
“¿Qué Dios hay como tú, que perdona la iniquidad y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retiene para siempre su enojo, porque se deleita en la misericordia. 

Él volverá; volverá a tener misericordia de nosotros; él hollará nuestras iniquidades y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados”. 
Mateo 18, 21-25 
“Se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: "Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?" Jesús le contesta: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. 
Lucas 7, 36-50 

“Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama. Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados”. 

1 Jn 2, 1-14 
“Mis queridos hijos, les escribo estas cosas para que no pequen. Pero, si alguno peca, tenemos ante el Padre a un intercesor, a Jesucristo, el Justo. Él es el sacrificio por el perdón de nuestros pecados, y no solo por los nuestros, sino por los de todo el mundo”. 
Yerko Reyes Benavides

jueves, 10 de septiembre de 2020

Laudares a la Virgen

Virgen del Cielo soñada
Virgen de los Ángeles alabada
Virgen de los santos venerada
Virgen de los hombres aclamada.

Virgen al Padre consagrada
Virgen por el Hijo glorificada
Virgen en el Espíritu santificada 
Virgen en templo de Amor de Dios exaltada.

Virgen en virtudes y de dones esculpida
Virgen por Dios bendecida
Virgen de la humanidad la elegida
Virgen en Madre concedida.

Virgen en la eternidad Inmaculada
Virgen sin pecado forjada
Virgen de límpida mirada
Virgen de los hombres en sus penas apiadada.

Virgen de Gracia investida
Virgen de divinidad revestida
Alma, corazón y vida consagro a ti, Virgen María,
flor de celestial fragancia, Madre mía.
Amén

Yerko Reyes Benavides

domingo, 6 de septiembre de 2020

El énfasis está en el Vínculo: la corrección fraterna.

¿Qué hace que alguien tome la determinación de corregir a otro? 

¿Qué valida esta corrección para que no sea una intromisión a la intimidad y la privacidad de la otra persona en su libre albedrío? 

Antes de responder a estos cuestionamientos, inspirados en la enseñanza de Jesucristo, consideremos, entre otras tantas, las dos siguientes situaciones: 

Un papá o una mamá en virtud a su paternidad o maternidad tienen no sólo la potestad, el derecho, la facultad o incluso la necesidad de corregir a sus hijos, sino también el deber y la obligación. ¿Qué se los otorga? Sin distraernos entre muchas y amplias consideraciones de tipo biológico, social, moral o incluso cultural y religioso diremos, el vínculo que los une ente si y más que nada el sentir de su corazón, es decir, los sentimientos que cobijan en su interior y de los cuales son enteramente conscientes. Así pues, queda entendido, que la corrección es para ellos tanto un derecho como un deber que no se origina en una obligación –moral- (aunque la incluya) sino en un sentir. 

Observemos esta otra situación, bastante diferente a la primera. Un maestro en relación a sus alumnos, también tiene la obligación, el deber y el derecho de corregirlos. ¿Quién o qué les otorga esta facultad? el vínculo que une al maestro con el alumno y que no se queda atrapado, ni se limita a las paredes de un salón de clases: la enseñanza. Por este vínculo, un profe será profe de su alumno incluso cuando ninguno de los dos este incorporado a la institución educativa que los relacionó originariamente. 

Transitando las páginas del Evangelio, si prestamos atención y cuidado, nos encontraremos en uno de sus pasajes el texto que nos habla de la “corrección fraterna”. Al leerlo, la primera tentación que hemos de sortear es deslindarnos del asunto que nos propone, justificándonos a nosotros mismos con un clásico: “no es asunto mío” o “allá cada uno y lo suyo” (síndrome de Caín), para no afrontar el desafío que nos presenta. 

Si bien es cierto, no existe el derecho a “entrometerte” en la vida de los demás, si tienes el deber de corregirlo cuando yerra. Sin embargo, hemos de reconocer que es una situación que no deja de ser espinosa, más si se consideran las diferentes aristas que intervienen en la acción de corregir. 

A nadie le gusta que lo corrijan, pero a todos nos hace falta un hermano de verdad que se preocupe por nuestro bien. 

Uno de los obstáculos, que no es exclusivo a la corrección fraterna, sino más bien apunta a nuestra convivencia en comunión, es el Síndrome de Caín ya antes mencionado, el cual consiste en desestimar el hecho de ser responsables los unos de los otros y corresponsables del bien de todos: “Acaso soy yo guardián de mi hermano” (Gn 4,9), le responde Caín desafiante a Dios cuando éste le pregunta por Abel. 

No somos islas, y todo lo que hacemos o incluso dejamos de hacer tiene repercusiones en lo que nos rodea y en quienes nos rodean. ¿Qué tan conscientes estamos de ello? y más aún, ¿qué tan dispuestos estamos a asumir la responsabilidad que esto implica y sus consecuencias? 

Podemos seguir mirando para el lado opuesto al lugar donde están las situaciones, problemáticas y personas que reclaman nuestra atención e intervención (un Caín de hoy) pero al menos seamos consecuentes con esta manera de proceder no haciendo si quiera el intento de justificarnos. 


De vuelta al texto del Evangelio en el que Jesús nos habla acerca de la corrección, podamos ir sin dilaciones a la forma de realizarla, dando por sobreentendido que se tiene todo lo necesario para efectuarla: derecho, conocimiento, autoridad y validación. 

De los cuatro elementos antes mencionados nos queda ahondar un poco más en el último: la validación. 

Nada hay de sencillo en esto de la “corrección” y más compleja se vuelve si queremos que sea “evangélica” (sustentada en la enseñanza de Cristo) y/o “fraterna” (inspirada en la Palabra del Señor). Lo que no se puede perder de vista en ningún caso y de ninguna manera es que esta corrección se da entre personas que vivan, compartan, se relacionen, se acompañen, se apoyen y se entiendan entre sí como hermanos (vínculo establecido por la fe en Cristo y que trasciende al de la relación específicamente consanguínea). 

En el tema de la corrección fraterna, no son sólo necesarias las buenas intenciones, sino también que se haya establecido el vínculo adecuado; pues de ello dependerá que se cumpla el propósito de la corrección haciendo de ella algo edificante, tanto para el que es corregido como para el que corrige, pues este último entra en la dinámica de la corrección que lo deja expuesto a dejarse interpelar por las justificaciones, la experiencia, las emociones, los sentimientos y la vida propia de la otra persona. 

Esto nos lleva a los siguientes puntos a destacar que quedan sobreentendidos en el texto del Evangelio, y no han de ser por nosotros pasados por alto: 

Lo que se corregir es el error que comente una persona, teniendo siempre presente que quien yerra es una persona y no una cosa u otra cosa. 

No somos jueces, ni tampoco verdugos, no inculpamos ni tampoco castigamos y lo más drástico que está en nuestra manos hacer es alejarnos de la persona que no abandona su manera errada de actuar. A veces llegamos a pensar que para vivir dentro del mandamiento del amor cristiano todo lo hemos de soportar, incluyendo a los que nos lastiman con su errado proceder. 

Hay un elemento más que sin estar presente textualmente en este pasaje del Evangelio si es contextual a él, es decir, lo que valida la corrección es el vínculo del amor por el que se relacionan y este amor, no es el que cada uno cobija en su propio corazón, sino el amor de Cristo. 

Así pues, en el sentido cristiano y apagado al Evangelio, toda corrección ha de emprenderse y abordarse desde la caridad, o mejor dicho desde el amor en Cristo. En otras palabras, no se puede corregir fraternalmente a otro si no se le ama antes y se le ama con el amor del Señor. 

Si ponemos esto dentro de un contexto más amplio del Evangelio, entonces habrá lugar y espacio para que el mismo Jesús se haga parte de la acción y la corrección sea un lugar para pedir los dones de Dios: sabiduría, entendimiento, fortaleza, ciencia. 

Sólo el que ama, tiene la libertad de corazón para tomar las manos del que erra y orar con él y no sólo por él. 

Yerko Reyes Benavides

jueves, 3 de septiembre de 2020

Mar Adentro

Rema mar adentro, despliega la vela de esta barca que llevas apretada en tu alma, no le tengas miedo a la tempestad, y aunque el océano se vea insondable y sus olas insoslayables, está en ti la fuerza del Espíritu para contemplar sereno el firmamento. 

Hunde los remos en lo profundo de sus aguas, que sean sus olas las que propagan el rumbo, deja a los astros del cielo ser los guías de tus deseos, en donde se redobla el empeño de ir a lo más recóndito de este mar abierto. 

Navega mar adentro, no te quedes en su orilla, pues la pesca se hace grande cuando afrontas el desafío del viento en un mar bravío. 

Rema sin temor, navegante de sueños, pescador de esperanzas, comparte con los hombres el aire de este mar que acaricia tu semblante y a tu pecho enardece, diles que en el horizonte de este océano se encuentra un puerto seguro para cada corazón. 

Enrumba el timón hacia el infinito firmamento, que no habrá en tu esfuerzo ocaso que te separe de mi amor. 

En las aguas de mi corazón oye el eco de mi voz, desde el océano de mi amor te estoy llamando, soy yo, Jesús, el Amado, quien por ti está aguardando. 
Amén


Yerko Reyes Benavides

miércoles, 2 de septiembre de 2020

Arrebato

Señor Jesús, en esta oración me encomiendo a la nobleza y a la bondad de tu Corazón sagrado. 

Atiende, mi Buen Dios, el sentir y el clamor que estás palabras no recogen en su empeño de llegar a ti, y poner a tus pies, los silencios de mis pensamientos que a ti pertenecen. 

No insisto en la necesidad que tengo de ti, bien la conoces, y aunque por instantes se tambalea mi certeza, tu amor en mí, sostiene lo queda de mis fuerzas, para seguir perseverando. 

En este día, mi Buen Pastor, mi alma esta sedienta de la ternura que compartes con los que amas y en mi corazón se cobija el deseo cada vez más imperioso de ponerme por entero bajo tu callado y tu cuidado. 

En este sentirme de ti tan arrebatado, mi fiel Amigo, dejo en tus manos la oración de los que has puesto a mi resguardo, tuyos son, tú me los has confiado, abrázalos en tu infinito amor. 

Y acampa entre nosotros, Amado, hasta el día en que este abrazo se haga eterno. 

 Amén

Yerko Reyes Benavides