jueves, 29 de junio de 2017

De qué te sirve


¿De qué te sirve el agua que de lo alto rocía y hace madurar el fruto del huerto que tú cultivas si desconoces la mano que tales dones te envían?

¿De qué te sirve la vida atada a seguridades que dan cobijo a tus miedos y alimentan ansiedades si muere de sed tu alma cautiva en las mezquindades?

¿De qué te sirve la gloria de tu esfuerzo a toda costa que te oculta, que te ata, que te amarga y descoloca si te pierdes la alegría que al calor de Dios nos brota?


(Anónimo con arreglos)

martes, 27 de junio de 2017

Lo Santo: La Vida

“Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los profetas”.
Mateo 7,6.12-14

Tres dichos de Jesús que nos dejan tres aspectos que considerar en nuestra meditación, en la oración y en la vida cotidiana. Tres dichos o enseñanzas que nos dan la sensación de un padre aconsejando a un hijo para que su camino por la vida sea fructífero, lleno de satisfacciones y sobre todo manifestación de la bondad que hay en el corazón de cada ser humano.


Pudiéramos decir muchas cosas sobre estos dichos de Jesús, cada uno representa un “enigma” que descifrar puesto que están expresados en un idioma distinto al  nuestro, en un tiempo distinto al nuestro, con una mentalidad distinta a la nuestra y en una época diferente a la que vivimos. Este criterio de interpretación de la Palabra de Dios no sólo es válido para este pasaje sino para toda la Sagrada Escritura. Es el Espíritu Santo quien nos lleva a descubrir el verdadero sentido de lo que Dios nos quiere decir, cuando nos habla al corazón. La interpretación literal o textual de la Palabra de Dios no siempre nos conecta con la verdad que ésta nos quiere revelar. Y de ahí se caen en equívocos que los tratamos de imponer, sobre todo cuando nos fanatizamos y perdemos el equilibrio de la sensatez.

  • ·         “No deis lo santo a los perros, ni les echéis vuestras perlas a los cerdos; las pisotearán y luego se volverán para destrozaros”. Hay varias maneras de entender esta expresión de Jesús, sin embargo, pensándolo bien, ¿Qué es lo santo para Dios?: ¿Será acaso el culto?, ¿la liturgia y todas sus rubricas?, ¿acaso serán las imágenes que decoran nuestros templos?, ¿o el templo mismo?, ¿lo santo será el sagrario de nuestras iglesias?, ¿lo santo será la jerarquía de la iglesia? ¿o la iglesia como institución?... En todas estas cosas mencionadas hay santidad o se realiza la santidad, o expresa la santidad que proviene de Dios. Sin embargo, cuando Jesús se refiere a “lo santo”, no está hablando en ese sentido. Más bien habla de lo más santo entre todo los santo que Dios Padre creo: la vida, y con la vida al ser humano, hombre y mujer, imagen y semejanza suya. La vida es valiosa, la vida es preciada, la vida es un tesoro. Tu vida, la mía, la de mi amigo, la de la persona que comparte conmigo mi día a día, la vida de mi vecino, la del desconocido que me encuentro en la calle, la vida incluso del que me hace la vida de cuadritos, la de mi enemigo, la del que me calumnia y miente, la vida del que me lastima. Pero la vida no se detiene ahí, el mundo está lleno de vida. ¿No te has fijado? Tanta prisa que llevamos, tanto apuro por hacer lo urgente ante que lo necesario, hasta la misma tecnología, se colocan como telones que no nos dejan apreciar el valor, el significado, la importancia y sobre todo la santidad de la vida. Conéctate espiritualmente con la maravilla de la vida, haz silencio y respira, aun en estas junglas de asfalto y cemento en los que vivimos la vida suena melodiosa a nuestro alrededor. Entonces, cómo no cuidarla, como no protegerla, cómo no defenderla, y sobre todo cómo no disfrutarla. Jesús en este Evangelio nos invita a que descubramos la santidad de nuestra vida y que no la desperdiciemos, no la echemos al caño, diríamos hoy.
  • ·         “Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los profetas”. Esta expresión de Jesús no necesita mayores explicaciones. Es una máxima de vida. Ojalá la pudiéramos llevar tatuada en nuestro corazón para que nunca y bajo ninguna circunstancia la rompiéramos. Es una afirmación positiva y una consecuencia inevitable del punto anterior. Si sientes la santidad de la vida, de tu vida, entonces por una parte te respetaras a ti mismo, no harás nada que pueda dañarte (física, psicológica y espiritualmente), buscarás establecer relaciones sanas, nutritivas y constructivas, te querrás a ti mismo; recuerda tu vida es santa a los ojos de Dios, y por ende santificable. Hacerse santos entonces no es buscar estar en los altares, ser venerado, reconocido y proclamado por muchos, hacerse santo es amar la vida que Dios nos Dios. Y la vida que Dios nos dio no nos la dio única y exclusivamente a nosotros, así que tampoco nos inflemos como globos, es un don compartido, es un don que nos entrelaza y nos une en un camino común. Por ende todo aquello que anhelamos para nosotros mismos, el bien que queremos, la bondad que buscamos, no hay que esperarlo sentado a que llegue a nosotros, hay que salir a buscarlo, ¿Cómo? Dándolo, arriesgándonos a vivir de verdad, sin miedos, auténticamente, sin disfraces, sin máscaras, sin falsos orgullos, emocionalmente equilibrados, con una buena visión y noción de nosotros mismos. De esta manera haremos presente la ley de Dios e impulsaremos los cambios que son necesarios para un mejor mundo.
  • ·         “Entrad por la puerta estrecha. Ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos”. No será fácil. A muchos de nosotros nos gustan las cosas facilitas, que nos den, que nos ayuden, que otros resuelvan nuestros problemas, incluyendo a Dios. ¿Cuántas veces no hemos recurrido a Dios pidiéndole algo y nosotros nos hemos quedado de brazos cruzados esperando a que él nos responda? Te diste cuenta que todo el texto de hoy habla sobre la santidad, la vida. Ahora Jesús nos dice que la vida, la santidad, es un camino, y un camino en el que fácilmente nos podemos perder. ¿Dónde estás amig@? ¿En qué punto del camino te encuentras? Jesús no nos obliga a transitar ningún camino en especial, es nuestra decisión, nuestra determinación, nuestra escogencia. Pero si hemos aprendido a valorar la santidad de nuestra vida entenderemos que el único camino que nos hace vivir en plenitud es el camino angosto el que nos lleva a la puerta estrecha. Porque es el camino que nos permite expandir la vida y llevarla a su plenitud.

Hoy Dios nos ha regalado una palabra maravillosa. No puedo escribir más puesto que seguro te cansarías. Me quedan muchas cosas que decirte. Pero lo más importante ya nos lo dijo Jesús. Valora tu vida, eres lo santo del Señor

viernes, 23 de junio de 2017

"Ama y haz lo que quieras"

Mateo 11,25-30

Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos” Quería comenzar esta reflexión con una frase de apertura genial. Y divagaba en mis pensamientos a ver que se me ocurría, algo propio, novedoso, impactante. Sentía que tenía que ser referente al Amor. Si, con mayúscula. Hago la mención puesto que la experiencia me ha llevado a distinguir que hay más de un amor. El Amor con mayúscula y “amores” con minúscula –algún día conversaré con ustedes de eso- Queriendo ser innovador la frase que hacía eco en mi corazón fue “Ama y haz lo que quieras” de San Agustín, citada aquí por completo, ya la conocemos bien pero no toda. Genial esta frase, y me reía un poco porque mirándome e interpelándome con esta frase del Obispo de Hipona, me decía, eres “amargadito” entonces, refunfuña con amor.

El Evangelio de hoy trata aunque no lo parezca de eso, del Amor de Dios. Bueno, para ser sincero, ¿qué parte de la Palabra de Dios no se trata de eso? No necesitamos encontrar textualmente la palabra amor para considerar que el Evangelio más que de la alegría, nos habla del amor. Tres momentos conforman este corto pero nutritivo pasaje del Evangelio: Primer momento, “En aquel tiempo, exclamó Jesús: Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor”. Este frase con la que se apertura el Evangelio de hoy nos da por sí sola una extensa reflexión. Recuerden, este Evangelio se lee en clave de Amor. Esta es una oración que brota espontáneamente del corazón de Jesús, yo me imagino a un Jesús sonriente, pero de esas sonrisas de picardía, que sólo se consiguen en momentos de genialidad. A propósito, nuestras oraciones no deberían carecer de esa picardía, de esa complicidad, de la espontaneidad de decirle a Dios lo que sale del corazón, tal cual lo siente, tal cual como vibra en nuestro interior. A Dios le gusta esa clase de oraciones, y creo, me atrevo a decir, que las prefiere más que esas solemnes y rígidas, apegadas a un protocolo. El amor nos hace decir cosas que si las valoráramos solo con la razón hasta vergüenza nos darían. Este es el espíritu de esta acción de gracias de Jesús.

Pero. ¿Qué es lo que agradece Jesús al Padre? Haber escondido “estas cosas” a los sabios y entendidos y habérselas dado a conocer a los humildes. El despistado pregunta: ¿Qué cosas?, respondemos, pues estas de las que venimos hablando. En alguna parte leí una versión distinta en un detalle: en vez de decir “humildes” decía “niños”. Los niños son los que están siempre dispuestos a aprender, conocer, todo para ellos es un ocasión de descubrir, de maravillarse, de sorprenderse, hay alegría, entusiasmo gozo en sus corazones. No te has fijado ¡cuánta alegría hay en un niño cuando aprende a atarse los cordones de sus zapatillas! Nosotros nos hemos automatizado. Nos aburren las cosas simples y sencillas. Compramos zapatos que no tienen cordones.

Por otra parte, el que ama siempre buscara revelarse, mostrarse, enseñar, engrandecer y procurar el desarrollo de la sabiduría como don y el conocimiento como herramienta que propicia la vida. La sabiduría y el conocimiento son las armas espirituales que caracterizan nuestra humanidad, por ellas nos hacemos más humanos y humanizamos nuestro mundo, en clave de amor, no lo olvides. Porque si esto falta entonces la sabiduría se puede desvirtuar hacia el dominio, la exclusión y la subyugación del hermano. Por eso es que hay tantos poderes en el mundo que no les interesa invertir sus recursos en educación. Aquí tristemente lo vivimos como una práctica de enajenación y manipulación…. Esto podría seguir, pero nos faltan dos partes.

Segundo momento: “Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. Este amor del que venimos hablando sólo lo encontraremos en la contemplación del misterio del amor de Dios. Jesús se siente el amado de Dios, y ese amor genera conocimiento, cercanía, empatía. Es recíproco. El amor al ser reciproco engendra, crea, funda, da origen, siembra, cosecha y da frutos. En algún momento el hombre pensó que el conocimiento más perfecto es el que proporciona la razón. Hoy andamos como locos buscando expresiones espirituales de cualquier índole, venga de donde venga, mejor si son milenarias, hinduistas, budistas, chinas, japonesas, coreanas… Hay un gran vacío en nuestra humanidad, un vacío que lo provoco el conocimiento desconectado del amor.

Tercer momento, el más bello de los tres: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”. Es una invitación, es un llamado, es un susurro de amor de Dios a nuestros corazones. Hoy Jesús te dice eres el amado de mi Padre. Sólo en ti Señor encontraremos descanso, sólo en ti Señor encontraremos la paz, sólo en ti Señor encontraremos consuelo, sólo en ti Señor encontraremos…

Ahora podemos entender, que el yugo y la carga del señor, no son los sacrificios, penas, tristezas, problemas, angustias, dolores o sufrimientos que vamos encontrando en el camino de esta vida. El “yugo” y la “carga” que el Señor nos invita a llevar es el amor. Hazlo todo con amor y al fin serás libre. Serás hijo de Dios.

domingo, 11 de junio de 2017

Dios es un "Como"


En la primera carta del Apóstol San Juan leemos: 
“Dios es amor” 

(1 Jn 4,8b)
Conocemos bastante bien esta cita puesto que incluso hay un canto que se refiere a ella literalmente.

Inmediatamente pensamos que Juan nos está dando una definición sobre quién es Dios. ¿Cuánto tiempo no llevamos en la catequesis enseñándole, no sólo a los niños, sino también a todo el que por ella pasa, esta forma tanta sencilla de “entender a Dios”?. 

Preguntamos: ¿Quién es Dios? y al unísono, la respuesta “Dios es amor”, aplaudimos nuestra astucia y el aprendizaje que queda marcado en nuestro conocimiento por siempre. Igual a todo conocimiento que se hace desde la razón, este también nos da una satisfacción de haber logrado algo. 

Poder responder al qué o el quién es Dios, nos produce una satisfacción en cuanto logramos captar, entender y comprender con la mente la idea, noción y esencia de Dios. Podemos decir, y con virtud, que sabemos algo de Dios. Sin embargo si seguimos mejor el pensamiento que viene desarrollando el Apóstol, nos daremos cuenta de algo que muchas veces omitimos o no nos percatamos de ello. 

Juan no se pregunta quién o qué es Dios; sino que llega a esa conclusión por otro camino, cuando propone que es la experiencia del amor el que nos lleva al conocimiento de Dios. Este conocimiento no es una especulación o es fruto de un razonamiento, sino que se recibe de una vivencia, de una experiencia. 

Vayamos al versículos anterior, el que gesta la conclusión del versículo  8 y nos percataremos de esto: 
“Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios” 

(1 Jn 4,7-8a). 
Lo que nos enseña Juan:


1. Dios no es un qué o un quién. Dios es un cómo. 

El Apóstol no está especulando al hablar de Dios, está hablando de algo que conoce perfectamente, es una vivencia, es un sentimiento arraigado en lo más profundo de su corazón. 

Si nos preguntamos quién o qué es Dios, podremos hacernos de conocimiento, de una idea, más no necesariamente de una experiencia. 

Si nos preguntamos ¿Cómo es Dios? La respuesta será igual pero diferente: Amor. No es lo mismo saber que es amar, que amar. 

2. Dios está habita el Corazón

Lo segundo que nos enseña Juan, para encontrarnos con Dios no necesitamos buscarlo lejos de nosotros. Hacer una abstracción de algo que no vemos, no palpamos. 

Para encontrarnos con Dios primero hemos de encontrarnos con nosotros mismos. El punto de partida para el conocimiento no está en las nubes, está en nosotros mismos. 

Del Cómo es Dios: Amor. Pasamos a la siguiente interrogación (experiencial más racional): ¿Cómo es el amor de Dios? 

Aquí corremos la tentación de desenfocarnos buscando un ideal o lo ideal. Nos salimos otra vez, nos dejamos fuera. Para encontrar a Dios hay que buscarlo dentro de nosotros, ya lo decíamos arriba. La respuesta a esa pregunta no es una especulación. Así no sentiremos jamás el amor de Dios. Es mi vivencia del amor. Y no, no se trata de discurrir en cómo Dios me ama, sino en Cómo amo yo. 

Soy lo que Dios es y hace de mi: Amor en el Amor

Lo tercero que encontramos en el mensaje que nos trasmite Juan es esta carta es que  el Amor es la clave de lo que es Dios y de lo que somos nosotros; de lo que busca y hace Dios en la eternidad y de lo que somos, buscamos y queremos nosotros en la historia. 

Lo que define a Dios no es un qué sino un cómo; lo que nos define a nosotros también no es un qué sino un cómo. Y lo que mejor nos define es el amor. Porque somos como Dios. No exactamente iguales a Él, pero sin Él no seriamos, porque no existiríamos. Aquí podemos parafrasear aquel dicho popular: “Dime cómo amas y te diré quién eres”. 


En lo personal, meditando en este misterio hermoso, los pensamientos se me van en muchas direcciones. Pienso en la Santísima Trinidad, (Solemnidad que hoy cuando estoy escribiendo este artículo se celebra) y puedo entonces descubrir un poco más de Dios en su unidad y trinidad: 
El amante, el amado y el amor; Padre, Hijo y Espíritu Santo. 
Todo me cambia. La mayoría de las veces miramos y sentimos a Dios como un quién, cuando Él es un constante y eterno cómo. 

Pienso en el perdón, en la reconciliación, pienso en cómo nos entendemos, relacionamos y convivimos. Entonces el perdón, la misericordia, la reconciliación siempre estarán allí delante de nosotros como un camino, como una puerta que atravesar. 

Le doy la razón a Dios de no haber perdido la esperanza con nosotros, y de seguir dándonos nuevas oportunidades. Entiendo que no hay hombre malo en esencia, porque no hay hombre que no ame a alguien. Ni el más malo y ni el más perverso de los hombres está excluido de esta realidad, de esta verdad, puesto que a alguien ha de amar, y si a alguien ama, podrá encontrar el camino de la redención.

Pienso en el aquí y en el ahora, donde muchos se sienten desconsolados por lo que estamos pasando. 

Pienso en los que han perdido la esperanza, en los que se sienten llenos de odio, rabia y resentimiento. Hay esperanza. Estamos en este aquí y en este ahora porque “no somos lo que somos en verdad”.

Pienso en cómo hemos de emprender un camino difícil de reencontrarnos y reconocernos. Destruir es fácil, construir es lo complejo y es lo que nos viene inminentemente.

Pienso en los niños y en la oportunidad que tienen de descubrir y crecer sin miedos, sin resentimientos, siendo lo más humanos y divinos que pueden llegar a ser. 

Pienso, y esto me pone en el camino de un cambio, conversión, o como a mí me gusta llamarlo metanoia. Juan nos dice cómo.

Ahora hazlo tú. Medita. Déjate llevar a las profundidades de tu ser, allí es donde Dios se esconde a plena vista. 

Yerko Reyes Benavides