miércoles, 31 de mayo de 2017

María del Magníficat

Hoy celebramos con gran fe y devoción la fiesta de la Visitación de la Santísima Virgen María a su prima Isabel. Y en el contexto de esta celebración litúrgica, manifestamos nuestro cariño, admiración y respeta a la Madre de Dios con el gesto de coronar alguna de las imágenes que la representan. Es paradójico que popularmente se haya promovido esta fecha más como la fiesta de la Coronación de la Santísima Virgen María que como la fiesta que la iglesia celebra hoy. Tendría más sentido que este gesto se realizara el 22 de agosto cuando la liturgia de la Iglesia proclama ocho días después de la fiesta de la Asunción, a María como Reina.

Al margen de esta disparidad litúrgica. La expresión popular de coronar a la Virgen María siempre me ha llamado la atención, y a lo largo del tiempo le he ido buscando un sentido espiritual más que devocional. Aunque en la realidad es más devocional que espiritual. Lo he compartido muchas veces que la imagen que personalmente tengo de la Virgen María, es muy distinta a la que comúnmente vemos en la iconografía mariana. Entre paréntesis, cada quien tiene una imagen de ella a su gusto, manera y conveniencia. Lo que nos lleva  a discurrir cuál es la verdadera. A lo que diría: todas y ninguna. Pero esto es tema de alguna otra meditación. Sería muy rico poder crear grupos de discusión, o tener un momento de diálogo, intercambio de ideas, sentimientos y visiones. Esta fiesta, este evangelio, da para eso y mucho más.

El texto del Evangelio del día de hoy es el de Lucas 1,9-56. Todos lo conocemos bastante bien. Lo hemos oído proclamar infinidad de veces, lo rezamos o incluso lo cantamos: “«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava”. Tesoro resplandeciente este texto. Una vez afirme de él que es un cántico a la rebelión, que brota de lo más profundo del alma y mueve el caminar en el espíritu de cada persona.

María se proclama, se siente, se interpreta, y se da a conocer como la sierva, la esclava, la humilde del Señor. Nosotros la Coronamos, la vestimos con capa y le damos un cetro. Ella se dice la portadora la gran manifestación de Dios donde los oprimidos, los pobres, los esclavizados y los marginados han encontrado en Dios a su reivindicador. Nosotros la rodeamos de lujos y joyas. En el magníficat Ella se compromete con Dios solemnemente a llevar a cada ser humano la alegría de Dios que ella vive en lo más profundo de su corazón, alma y cuerpo. Por eso salta de júbilo Juan en el vientre de Isabel.

En el contexto en el que estamos hoy, aquí y ahora, ese cántico espiritual ha de resonar con fuerza en todos los rincones de nuestra patria. Ha de ser luz y fuerza espiritual que renueva nuestra esperanza porque la promesa de Dios se cumplirá. El malvado no se impondrá sobre los que aguerridamente buscan la verdad, la paz y sobre todo la liberación de su presente y la apertura a un futuro prometedor. “Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”(Lc 1,52)

Cierro los ojos y miro e incluso escucho a mi Madre, María, dulce muchacha de Nazaret, decir: yo hoy no quiero coronas, yo no quiero joyas, ni lujosos vestidos, ni capas de encajes; yo no quiero disfraces ni mucho menos inciensos. Lo que yo quiero es otra cosa; que cantes el Magníficat con tu vida  y acciones.

Hoy cierro los ojos y la veo envuelta con otro traje, un traje multicolor, de colores primarios, rodeada de estrellas resplandecientes, no 12, ni siete, ni 20 ni 50 sino 30 millones (y más ambicioso aun 7.000 mil millones de estrellas). Hoy la veo como lo que fue y sigue siendo la amada de Dios, la que ama a la humanidad, la que intercede, pero también la que con la fe puesta en Dios sale día a día a enfrentar con determinación desde el amor las controversias de la vida.

El Magníficat es el cantico del que no se rinde ni se rendirá jamás. Cantémoslo hoy con más fervor. Porque es nuestro canto el cantar de María Reina, que lleva su corona porque los niños se la entregan.