sábado, 30 de mayo de 2020

Pentecostés: Fiesta, Vigilia y Oración (Recursos)

Pentecostés, suena a nuestros oídos como la fiesta de la Iglesia en honor al Espíritu Santo. Fiesta que se celebra nueve días después de la Ascensión de Jesucristo y a cincuenta días de su Resurrección. 

Estos números nos pueden parecer simbólicos, y de hecho así lo son. Emulan en número a la cantidad de días que separan a las dos fiestas principales del pueblo judío y que están en el trasfondo de estas solemnidades cristianas, aunque de ellas poco quede. 

Pentecostés o fiesta de las “Semanas”, hoy conocida como Shavuot, celebra el encuentro de Dios con Moisés en el Sinaí, donde son entregados los Mandamientos -las tablas de la Ley, y fue establecida por el mismo Moisés, 7 semanas o 50 días después de la Pascua del cordero –Pesaj-, que celebra la liberación el pueblo de Israel. 

Sin embargo, y aunque podemos encontrar paralelos espirituales, nuestra fiesta de Pentecostés, nos habla de otra entrega, no en forma de Ley, no contenida en tablas, sino en forma de Gracia y en la Persona misma del Espíritu Santo. 

Así pues, la Celebración de Pentecostés constituye, a la par y junto a la Solemnidad de Resurrección, la Fiesta en la que nuestra Fe encuentra su fuente, sentido y proyección. Nace en ella la Iglesia, comunidad de creyentes y testigos. 

Sin la efusión del Espíritu Santo la primigenia comunidad, constituida por los apóstoles y discípulos del Señor, en compañía de María, Madre Jesucristo, no hubiese por sí misma encontrado el impulso necesario para, lanzarse definitivamente al mundo entero, y dar testimonio decidido y certero del Evangelio de Cristo. 

La originaria fiesta judía de Pentecostés, a partir de la Efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y la Virgen María, marca un punto de quiebre en la vida de los discípulos y establece para ellos “Un antes y un después”. 

Este es el tiempo del Espíritu Santo, la hora del Don de lo Alto y en nuestra caminar de fe y nuestra vida ha de ser tenido como un referente espiritual; momento privilegiado que se renueva año a año, y que nos ofrece la oportunidad de un nuevo comienzo, de emprender nuevos caminos, de revitalizar nuestra entrega con la gracia que proviene del Cielo y es dada por Dios Padre en Jesucristo por el Espíritu que de ambos procede. 

Nuestro gran desafío es hacernos consciente de ese “después” que demarca la presencia actuante del Espíritu Santo en nuestro corazón. 

Que estas líneas no sean sólo el preámbulo para hacer entrega del material para la realización de la Vigilia de Pentecostés, sino una motivación, un llamado un impulso, el desafío espiritual que nos mueva a renovar y avivar la presencia de Espíritu Santo en nuestra vida. 



Esta noche, nosotros al igual que los Apóstoles estaremos en Vigilia y Oración, a la espera de la efusión del Don de lo Alto, ya presente en nuestro corazón. 

Meditando la Palabra y elevando nuestras súplicas al Padre Dios, discerniremos, tomando en consideración los signos de nuestros tiempos, el “antes” y el “después” que hemos de emprender en compañía del Espíritu y guiados por su inspiración y gracia. 

 

 Listo ya nuestro ánimo y dispuesto nuestro corazón digamos: 

¡Ven, Espíritu Santo, te estamos esperando!

Yerko Reyes Benavides

domingo, 24 de mayo de 2020

Y Subió a los Cielos...


¿Cómo te imaginas fue la Ascensión del Señor? 
Pues… que Jesús se fue levantando por los aires, y subiendo, subiendo, subiendo, hasta desaparecer entre las nubes del cielo…
Una de las cosas que tenemos claras es que los protagonistas de este acontecimiento no están presentes para darnos detalles y hacernos una cronología exacta y fehaciente. 

Entonces, lo que tenemos, de parte de estos testigos presenciales, son unos relatos trasmitidos de forma verbal, que fue la primigenia forma de la evangelización. 

Luego de transcurridos 30 o 40 años, estos relatos verbales, voceados de persona a persona, de comunidad en comunidad, fueron puestos por escrito; y es lo que leemos en los santos Evangelios, los Hechos de los Apóstoles y las Cartas que dejan constancia de este hecho. 


¿Cuál hecho? 

Observemos antes que nada los tres que nos resultan más evidentes: 

El primero, que Jesús, luego de haber padecido, muerto y resucitado, “ascendió” - en humanidad y divinidad - a “los cielos”; es decir, se fue; su “presencia física” ya no está más entre nosotros. 

El segundo, que los discípulos quedan en este mundo. 

El tercero, que a los discípulos, el Señor, les confía un quehacer, una tarea: una misión. 

Luego, nos percatamos de los acontecimientos que son ya más una interpretación que un hecho en sí mismos: 

El primero, que la marcha del Señor, no es razón de duelo, sino de esperanza y por su despedida no es ausencia, sino la promesa de regreso. 

El segundo, los discípulos dispersados tras muerte del Cristo, fueron siendo reagrupados por el Resucitado, hasta estar nuevamente reunidos todos al momento de la despedida. 

El tercero, que la realización de la misión encomendada, no ha de postergarse y que su realización en el mundo es inminente y depende de ellos, ahora como testigos. 

El cuarto, que los discípulos no están listos para afrontar el desafío del Señor, y en vez desperdigarse por “todos los rincones del mundo” se recluyen una vez más, pero esta vez en oración y a la espera del Paráclito. 

El hecho de la Ascensión del Señor, descrito de esta manera nos deja con muchas inquietudes (en las que insisto seguir meditando), pero con una certeza. 

¿Qué certeza? 

No importa cómo se imagine, visualice o represente mentalmente la Ascensión del Señor –eso tampoco fue lo relevante para los escritores sagrados- probablemente lo que sea dicha percepción del acontecimiento ni se acerque a lo que en verdad aconteció. 

Lo realmente fundamental es que ante el hecho de la partida del Señor, se esté claro en lo importante: 
Que mis ojos estén fijos en el camino, que mis pies estén firmes sobre el suelo, que mis manos estén aferradas sobre el arado y mi corazón soñando el cielo, donde está mi amado. 
Y me quedo en el mundo, amando con su amor, hasta que llegue al lugar, donde está el que a mí me amó primero.

Yerko Reyes Benavides

sábado, 23 de mayo de 2020

Meditación Fugaz: Hablando de "Circunstancias"

No soy lo que son las circunstancias. Ni si quiera tengo la obligación de sentirlas “mías”, como si fueran una parte de mi a la que no puedo renunciar. 

Las circunstancias, eso sí, son el escenario en el cual se presenta y también se representa esta vida. No puedo renunciar a unas circunstancias que le den contexto a este acto de vivir, aunque siempre tengo la opción, y que no lo olvide, de cambiar el escenario. 

Así pues, estas circunstancias que reconozco presentes, en este ahora y en este instante, no me definen, aunque para entender lo que voy siendo, necesito del contexto que ellas le proporcionan a las decisiones que voy tomando. 

Que la imponencia con la que la que impactan las circunstancias tu existir, no hagan de ti su víctima o su cómplice. No tienes la obligación de dejarte atrapar por los caprichos y antojos de las circunstancias cuando se hacen hirientes, perniciosas, injuriosas. 

Si esta esencia que te define y me define, estuviera sujeta exclusivamente a este mundo y sus ademanes, las circunstancias serían su premio y también su castigo. 


Por gracia, lo que somos, trasciende este mundo, su tiempo y sus circunstancias, y dan la paz que necesita el espíritu para cambiarlas cuando lo que en verdad se es, por ellas queda en peligro de fenecer para siempre. 

Fluimos con las circunstancias, no lo olvidemos; pero no somos su producto, ni tampoco su resultado. Las circunstancias necesitarán de nuestro permiso y aprobación para apoderarse de nuestra esencia, y hacer de nuestra vida una pluma movida por sus caprichos y sus antojos. 

Y por mucho dominio que tengan en nosotros las circunstancias, sólo serán el contexto de nuestra existencia que fluye a la trascendencia, movido por la libertad que proporciona saber que siempre puedo decidir cambiarlas. 
¿Para qué sirven, entonces, las circunstancias? 
Para aceptar sin juzgar, para perdonar sin ni condenar y para entender lo que cada uno va siendo. Le da un lugar a la compasión y a la misericordia. 

Si Dios no supiera de nuestras circunstancias, hace rato, de nosotros se habría olvidado. 

Yerko Reyes Benavides

jueves, 21 de mayo de 2020

"Dios me acepta como soy"

Hace mucho, sin querer fui testigo de una acalorada discusión. Rara vez me detengo a curiosear en los conflictos ajenos y menos si éstos se están exhibiendo públicamente y, así ha sido siempre. Sin embargo, esta ocasión, quizá movido por un sentido de solidaridad etaria, fue diferente y me quedé para dar fe, ahora, de lo acontecido. 

Un joven se defendía de los reclamos y reprimendas que le hacía una persona ya entrada en años, con los mejores argumentos a su disposición y las más ágiles armas proporcionadas por su edad. El ir y venir de reproches, hacía presencia desmedida, en aquella discusión que no vía su fin, ya que ninguna de las partes en cuestión estaba dispuesta a torcer su brazo. 

Sin embargo, el joven, quizá cansado de sentirse incomprendido por aquel adulto, quiso zanjar la discusión y encontró el argumento y, a su manera concluyó abruptamente el altercado con un lapidario: “Dios me acepta como soy”

Lo que no me esperaba, era ver que aquel adulto ni si quiera espabiló ante aquella verdad tan grande como una montaña, dicha con furor y sobrecogedora imprecación, y no vi venir su respuesta, la que fue expresada con un contundente: “¡Ridículo!”. 

¿¡Podrás imaginar!? En aquel momento, mi apoyo, solidaridad y un tanto de admiración fue para aquel “valiente joven” y su gesta (espiritualmente emancipadora). Y no sólo fue el mío el que recibió, sino el de todos los jóvenes que le circundaban. Quizá también, mi apreciado lector, este joven consiguió ya, la aprobación de tu parte, pues empalizaste con su historia y proclama. 

Hoy día, repasando en mi memoria este recuerdo, no sé, lo confieso, si volvería a solidarizarme de forma irrestricta con aquel joven. La razón la tiene el muchacho, de ello no queda lugar a dudas, pero la verdad no está de su parte. La verdad le pertenece a aquel adulto, quién en su proferido “ridículo” -más como manifestación de impotencia que como un insulto-, deja en evidencia algo que puede también ahora pasar desapercibido delante de nuestros propios ojos y perderse definitivamente. 

Es probable que la razón de la imperceptibilidad de esta verdad manifiesta, sea dada por el eco que tiene en nuestro corazón el "Dios me acepta como soy" y porque todavía retumba la altisonancia de aquello que resulta abusivo y grotesco; pero si a esto le damos un contexto más allá de la ofuscación, pueda que lo entendamos como el redoblar de una campana que avisa a la conciencia del peligro y de la trampa en la que puede quedar sitiada. 


Decir que “Dios me acepta como soy” es tan cierto como la vida misma. Aquel que es Bondad y Misericordia, y en esencia divina: Amor puro, recibe, acoge a cada uno según quién es y lo acepta tal y como se presenta ante su presencia. En ello no hay duda, ni pliegue ni doblez. 

Y justo acá llega, una puntualización sobre el argumento que merece ser tenida en cuenta: 

Dios sabe quién y qué es cada uno; para el no hay secretos, no hay fachadas, ni máscaras, ni tampoco apariencias; no hay teorías ni menos ideologías que le aporten noción; no hay engaño de nuestra parte que le oculte la verdad de nuestro ser, incluso su conocimiento de nosotros es mayor que el que nosotros podamos tener de nosotros mismos (Cf. Salmo 139). 

En todos los sentidos, nuestro conocimiento es parcial, es limitado y está condicionado. Sin embargo, ese mismo conocimiento es un proceso activo, que en nosotros se está realizando constantemente y no concluye, aunque tenga establecida la fecha de término. 

Lo que somos en esencia, no por gusto o preferencia, es lo vamos descubriendo a través del tiempo. Todo lo que somos ya es y también se está haciendo, se está realizando, está pasando, lo estamos construyendo, aunque a veces no hagamos nada. Ser consciente del sentido de perfectibilidad, propio de nuestra naturaleza, hará de nosotros exploradores incasables de nuestra propia esencia; descubridores de inusitadas capacidades y, artífices de la propia existencia: el conocimiento de nuestra verdad, nos hará libres (Cf. Jn 8,31-38). 

El llamado a “Conversión” que insistentemente recibimos del ámbito de la fe, no es sólo un grito desesperado – desde un desierto lejano y por una voz des-temporalizada- a cambiar y corregir lo que está mal en nosotros. 

La verdadera “Conversión”, esa que se escapa de los “tiempos litúrgicos” en donde suele estar encasillada, y a la que se le da un sentido meramente penitencial, aparece ocasionalmente delante de nosotros jovial y espiritualmente amena, para invitarnos –eco de voz divina- a abrir alma, mente y corazón y navegar insistentemente por las insondables aguas de nuestra propia esencia y llevarla por decisión a su plena realización . 

El movimiento espiritual que ocasiona hace de nosotros exploradores incasables y descubridores permanente del espectáculo de nuestra propia naturaleza; donde está aquello –huella divina en esencia humana- que nos hace ser mejores, y quizá ni si quiera estamos en cuenta de que está presente en nuestra propia naturaleza de la que ya somos poseedores. 

¿Dónde pues está la trampa de la que se ha hecho anuncio? 

La trampa llega, cuando ese “Dios me acepta como soy” deja de tener un sentido de acogida para convertirse en una justificación, una excusa o un pretexto; ni si quiera una disculpa. 

Pretender ser una estaca inamovible, clavada en la magnanimidad divina, es irresponsable, incoherente y espiritualmente negligente. 

Esencialmente no podemos dejar de ser quienes somos; pero siempre podremos hacer, esencialmente, de lo que somos, algo mejor. La dinámica espiritual que nos mueve interiormente es, justamente, llevar lo que somos al esplendor de su plenitud. 

Decir que "Dios me acepta como soy", no exime del camino de perfección al que él mismo nos llama. Descubrir que Dios nos acepta como somos, es reconocer que lo que somos no está acabado sino que está constantemente aconteciendo, y por tanto descubriéndose, aprendiéndose –desaprendiéndose y reaprendiéndose conscientemente – “perfectibilizándose”; acá es donde deja de ser una locura y se convierte en una oportunidad el llamado de Jesús a “ser perfecto” como el Padre y Él son perfectos (Cf. Mt 5,48), decisión que se ha de tomar dejando atrás la inoperancia y la insensata justificación que de ella se hace, y que esconde la cobardía de ser responsables de la propia existencia. 

El “Dios me acepta como soy” tiene su momento y su tiempo en nuestra historia personal de fe y vida espiritual; pero aferrarse para siempre a ello es “ridículo” y muy torpe de nuestra parte. 

El tiempo pasa, la vida se escapa de las manos como la arena de playa a orilla del mar, y si no se sale pronto de la parálisis espiritual (trampa siempre latente), jamás será contemplada la propia existencia refulgente y trasfigurada como la de nuestro Señor Jesucristo. 

Animo, Dios está contigo; ya no van quedando escusas. 

Yerko Reyes Benavides

miércoles, 13 de mayo de 2020

Bendita sea tu Pureza

Así comienza una de las “Décimas” más hermosas escritas, para la más hermosa flor que en el jardín de esta humanidad nuestra, Dios sembró con especial amor y cuidado. 

La pureza es una cualidad que evoca santidad. La santidad de quien la posee,  dice de su alma, de su mente, de su corazón y de sus sentimientos; también abarca la nobleza de sus pensamientos y de sus emociones, carácter y personalidad; y aunque sea lo de menos, pero a lo que más importancia se le ha atribuido, puesto que ha estado sobrevalorada –e históricamente así ha sido- hasta por encima de las demás: la virginidad y castidad del cuerpo. 

Cuando el autor, “un poeta anónimo” del siglo XVI o quizá XVII, no de aquellos famosos escritores de la época, sino más bien uno que utilizaba la prosa como medio para sobrevivir en un tiempo complejo (finales de la Edad Media y comienzos del Renacimiento), trazó los estribillos de esta poesía de su puño y letra, dedicada con veneración, respeto y sobre todo un gran amor hacia la Virgen María, no estaba en situación de imaginar y ni en sus más extravagantes sueños visualizar, que su sentir expresado en tan exquisitas pero sencillas líneas se convertiría en una de las oraciones más conocida y repetida de la historia. 

Al escribirla, tampoco estaría en su mente el debate que ya ocupaba la discusión de teólogos y dogmáticos, en manuales y textos, y que tanto para él, como para la gente sencilla, no necesitaba de cátedras y dogmas, para proclamar lo que la Iglesia siglos después aseguraría como parte de lo que la fe, proclama sin equivoco: 
María, la Madre de Jesús, también Madre nuestra por decisión divina, es entre todas la mujeres: Pura, Inmaculada y Santa y, en ella no hay mancha alguna de pecado, ni cometido, ni por herencia; ni en su alma, mucho menos en su cuerpo. 
El poema de este anónimo trovador de la fe, nos hace cantar, con sencillas rimas, lo que sólo con los ojos del alma, y la inteligencia del corazón se puede contemplar de aquella mujer que exalta nuestra naturaleza humana, entregada por entero a la acción y a la gracia de Dios. 

En lo personal trato de imaginar a este desconocido autor, que probablemente no quiso firmar su obra, no por un sentido escrupuloso de humildad, sino porque no le pareció relevante, que llevara su nombre, y así su canto enamorado a celestial princesa, pudiera ser proclamado, sin pena ni reserva, por cualquier corazón apasionado de la hermosura exaltada de la Madre de Dios. 

Ese es el sentido con el cual hemos decir esta hermosa prosa a María. 


Quizá ya han sido muchas las veces que esta oración haya formado parte de tu oración. 

Quizá, la digas como una fórmula complementaria para dar cierre a otra oración dedicada a la Virgen María, tal como el Rosario. 

Quizá, cuando la dices, no vibras de emoción como el autor, cuando al terminarla de escribir, no dio crédito que algo tan bello pudiese salir de su mano, pero si duda, si de su corazón. 

Quizá, no te has detenido a pensar, en lo que dices a tu Madre del Cielo cada vez que la rezas. 

Quizá no sepas que la oración que tú conoces, no finaliza como tú la terminas; pero que independientemente de ello, no le resta mérito ni belleza al sentido espiritual que ella tiene. que te pone al servicio incondicional de aquella que se hizo la “esclava del Señor”, por quien tú también te consagras a Dios en todo tu ser. 

Quizá no sepas que esta oración es para comenzar el día, y tiene mayor fuerza espiritual si la haces al comienzo de tu jornada. 

Quizá… ya sea momento que la digamos juntos, bien despacito, sintiendo en lo profundo de nuestro corazón lo que con ella le decimos a nuestra Madre: la Dulce Muchacha de Nazaret: 


"Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea,
pues todo un Dios se recrea, en tan graciosa belleza.

A Ti celestial princesa, Virgen Sagrada María,
yo te ofrezco en este día, alma vida y corazón.

Mírame con compasión, no me dejes, Madre mía".
Amén. 

Yerko Reyes Benavides 

Post Escritum: 

La oración tal cual como está escrita es como se conoce en su versión original. Sin embargo, esta oración ha acogido en su prosa varias formas de finalizarla. Añadidos que le agregan un sentir y un pedir adicional de quien la reza. 

Versión A: 
Mírame con compasión, no me dejes; Madre mía, 
“morir sin confesión en la última agonía”. 
Versión B: 
"Mírame con compasión, no me dejes; Madre mía, 
y danos tu santa bendición, 
que nosotros la recibimos: 
en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”.

domingo, 10 de mayo de 2020

Madre: Mi presente

Me pregunté, en ocasión a un día como hoy, y con la intención de no quedar atrapado en lo convencional: ¿Qué es lo que más anhela el corazón de una madre?

Y pasé largo rato meditando; intentando recoger en un sólo deseo lo que hay en los sueños de cada madre, y que guardan con cuidado y recato en sus adentros; aquello que no es casi nunca contado por sus labios.

Y tras mucho pensarlo llegué a una conclusión, en la que espero no errar: 

Lo que más anhela una madre es "el beso tierno de sus hijos". 

Pero no me quedé ahí; casi nunca lo hago, siempre indago y busco un poco más.

Y caí en cuenta, si ese es el sentir que está en el corazón de cada madre: ¿Qué espera recibir su alma? 

No tardó mucho en llegar la respuesta, y una imagen vino a mi mente, una que trajo descanso a mis pensamientos y una oración para mis labios. 



Lo que en el alma de cada madre está como un deseo, un sueño y el más grande anhelo es "recibir el dulce y tierno beso de Jesús".

Yerko Reyes Benavides

viernes, 8 de mayo de 2020

Palabra de Dios en el Hogar: Homenaje a las Madres

Llegamos al quinto domingo de Pascua y nuestro corazón y pensamientos, pueden sentirse identificados con el sentir y el querer de Felipe y nuestra oración sy súplica a Dios se haga eco de su petición: "Señor, muéstranos al Padre". 
“Señor, muéstranos tu rostro, déjanos encontrarte en los momentos de necesitad, angustia y tribulación, estos son los días en los que tu bondad, compasión y misericordia se han de manifestar sin reservas”.
Presentemos esta oración como ofrenda en este momento de encuentro que vamos a tener con Jesucristo en su Palabra que con fe y devoción celebramos en nuestro hogar. 

Hoy también nos anima el alma el recordar con verdadero afecto y cariño a nuestras Madres, en su día. Bendigamos a Dios si las tenemos con nosotros, elevando una oración por ellas; y si ya han sido llamadas a la presencia del Padre Misericordioso, nuestra suplica sea para que estén en plena alegría del gozo celestial.



Que nuestra atención también hoy se detenga en la contemplación del Rostro Amoroso de la Santísima Virgen María, pues en su maternal mirada y solícita ternura se nos revela el rostro bondadoso del Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. 

Celebremos llenos de entusiasmo en este día la Palabra de Dios en nuestro Hogar, hoy con motivos y razones suficientes para estar atentos a la voz de Dios que nos habla al corazón. Para ello comparte el Dossier de Nuestro Pan de Vida como guía para realizar la fiesta de la Palabra de Dios en nuestra familia.


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Yerko Reyes Benavides
Editor

miércoles, 6 de mayo de 2020

Hablando de "pastores"

¿Pastor u Oveja? ¿Con cuál me identifico? 


Hoy día esta alegoría o metáfora sigue siendo muy utilizada en ambientes de religión. 

No necesitamos ahondar en detalles en lo que significa o representan los términos “pastor”, “ovejas” o “rebaño”; dentro del contexto mencionado lo entendemos bastante bien, y de inmediato nos pone a pensar, con un dejo de nostalgia en la persona de Jesús, a quien corresponde la identidad, la tarea y misión de “pastoreo”. 

Sin embargo, en esta época de concreto y asfalto, donde muchos, no han visto en su vida, en persona un ovino: ¿tiene sentido espiritual hablar de “pastores y ovejas" y su consabido contenido metafórico? 

Instintivamente movidos por un sentido religioso algo ingenuo, nuestra respuesta será un contundente: “si, por su puesto”. Y quizá, en mi credulidad también coincida con esta respuesta; mas no dejo de pensar en Jesús utilizando esta figura para referirse a situaciones muy peculiares de su propio tiempo (salvando las semejanzas, dista mucho de ser el nuestro). 

Una expresión que me detiene y llama a la meditación es aquella del evangelio en la que se nos refiere a un Jesús movido por la compasión que asiste y atiende a la gente pues la siente como “ovejas sin pastor” (Cf. Mt 9, 36).

Y aunque parezca no tener propósito que el pensamiento se detenga en un detalle, a primera vista irrelevante, me pregunto ¿cómo se comporta una oveja sin pastor? 

De una oveja con pastor, sabemos por el mismo Evangelio algunas cosas: conoce la voz del pastor, reconoce su presencia y lo sigue sin oponer resistencia; camina detrás del pastor, y confía en su criterio. Sin embargo, esa misma confianza la expone ante el pastor perverso y malvado, que abusa de ella, la maltrata, usufructúa de sus bondades, la esquila y abandona. Del ladrón es incapaz de defenderse, y muchas veces es sacrificada sin oponer resistencia (Cf Jn 10, 1-10).


De los pastores se ha hablado mucho, y no tanto de las ovejas; a ellas las tenemos como actores secundarios, siempre objetos, pocas veces sujetos de nuestra atención. 

Cuando lo pienso mejor, no, no me identifico plenamente con la oveja; pero tampoco lo hago con el pastor. Lo que si hago, cuando lo pienso bien, es sacar en limpio algunos elementos que favorecen mi vivir espiritual: 
Del pastor: su diligencia, su bondad, su compasión e incluso su ternura. Su capacidad para saber identificar a las ovejas de su rebaño; su especial cariño al darles un nombre propio; su preocupación por el bienestar de ellas. También, dedicarles su tiempo, empeño y esfuerzo, su donación y sacrificio e incluso ponerse a sí mismo en riesgo para salvaguardar a su rebaño. La empatía que genera su presencia, y la sensación de seguridad que proyecta. 
Si de estas virtudes, recogiera algunas, no harían de mi un “sobresaliente líder o maestro”, sino una mejor persona. 
De la oveja: su confianza, su natural inocencia y hasta ingenuidad, su docilidad, su mansedumbre:; su fidelidad, apacibilidad, y también su humildad y entrega. Por otra parte, recojo su libertad para relacionarse sin prejuicios, para no guardar recelos o mantener resentimientos, y darse a si misma sin reservas. 
Si de estas virtudes, recogiera sólo algunas, no harían de mi un “extraordinario discípulo” sino un verdadero amigo. 

Y, llegando al final de este escrito, vuelvo sobre la pregunta del inicio: 
¿pastor u oveja? 
Ni pastor, ni oveja: sino un poco de ambos. 

Yerko Reyes Benavides

viernes, 1 de mayo de 2020

Palabra de Dios en el Hogar: Jesucristo Buen Pastor

En el cuarto domingo de Pascua, llega a nuestro encuentro Jesús, como el Buen Pastor que busca y conduce con amor y ternura a sus ovejas. Él, quien evita atribuiste títulos y honores, se muestra sin reservas como el Pastor de nuestras almas: 
"Yo soy la puerta de las ovejas... Yo soy el Buen Pastor".
Por Él somos conducidos a los manantiales en los que es saciada nuestra sed de vida abundante. Es el Señor, quien nos conoce y llamada a cada uno de nosotros por su nombre el  que nos invita a estar con él. Él mismo abre las puertas de su corazón y de su reino para que podamos pasar y permanecer con él por siempre.

Reunámonos en familia de fe y de amor, en nombre del Señor que nos llama a estar con él y por medio de la Celebración de la Palabra de Dios en el hogar, hagámosle presente, tanto en nuestra casa como en nuestro corazón.


Dejo en sus manos este guión, con la intención de ser sólo un medio y un instrumento, al servicio de su deseo de recibir de Jesucristo, nuestro verdadero y único Pastor, toda gracia y bendición.


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IV Domingo de Pascua
-Gión de la Celebración-

Yerko Reyes Benavides
Editor