jueves, 22 de noviembre de 2007

Ayudar a la Iglesia, ¿LIMOSNA O CARIDAD?

La Iglesia como “cuerpo místico” de Jesucristo tiene la gran responsabilidad de hacer presente en cada tiempo y en cada lugar el Reino de Dios en medio de los hombres. Este Reino de Dios no está desarraigado de las necesidades de los hombres; necesidades que no sólo están en el orden de lo espiritual, sino que abarcan a todo el ser humano en todas sus necesidades y posibilidades de crecimiento, partiendo desde las más básicas hasta aquellas que lo dignifican y le permiten encontrar su lugar como hijos de Dios, seguros de su trascendencia a lo divino.

Esta labor eclesial está sujeta a la inspiración del Espíritu Santo que, mueve a los hombres y mujeres de fe a ser ellos el lugar privilegiado donde se manifiesta el Amor de Dios a través de la Caridad. Por ello, la caridad no es el simple desprendimiento de un recurso material, sino que es encarnar el Amor de Dios al servicio del Reino.

La Caridad es, pues, el amor “operativo” que debe producir una obra “efectiva” que nace de la fe en Dios y llega al corazón mismo del hombre. Así hacemos hoy realidad las Bienaventuranzas de Jesús: “Bienaventurados son los pobres, porque de ellos es el reino de los cielos; bienaventurados los que tienen hambre ahora, porque serán saciados…” (Lc 6,20-22).

La ayuda económica a la Iglesia hace posible que se dedique por entero a hacer presente su única misión en medio de los hombres: que todos los creyentes vivan unidos y a ninguno le falte lo necesario (Cfr. Hch 2,46); y sea capaz de responder adecuadamente a las exigencias de nuestro tiempo.

No podemos seguir valorando nuestra ayuda económica a la Iglesia y sus necesidades como una simple “limosna”, asumiendo este acto con una connotación peyorativa y reduccionista de su alcance. La limosna es la donación en la caridad que hace posible que la Iglesia produzca obras efectivas que hagan crecer en medio de los hombres el Reino de Dios.

La concreción de esta realidad se hace a partir de cada parroquia con sus necesidades propias. Ayudar a la Parroquia a resolver sus necesidades, no la enriquece en si misma, sino que le abre caminos para que viva la misión de la Iglesia Universal en esa comunidad de creyentes, y que cada cristiano encuentre en ella su lugar de dignidad, crecimiento y trascendencia.


Referencia: Boletín Lazos de Fe, Año 1, Nº 6, Agosto 2003

No hay comentarios.: