En la década de los 60 y 70 del siglo XX se puso en moda los movimientos pacifistas; nacidos muchos de ellos en contraposición a los enfrentamientos bélicos del momento y uno en particular la Guerra de Vietnam.
Jóvenes de todas partas hacia vigilias por días y noches enteros exigiendo el cese de la guerra y la restauración de la Paz.
Por otra parte, también del siglo pasado el mundo conoció la “lucha no violenta de Mahatma Gandhi y su lucha “pacifica” por la liberación de la India.
En la misa década de los 60 se publica la Declaración Universal de los Derechos Humanos, un tratado Internacional al que muchos Estados y Naciones se suscribirán con lo cual reconocen y se comprometen a garantizar legalmente un conjunto de Derechos de toda persona como inherentes a su condición.
¿Será que el mundo por fin entendió el Evangelio de Jesús y se decidió a ponerlo en práctica?
“Dichosos los manso de corazón porque heredarán la tierra prometida. Dichosos los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará hijos suyos” (Mt 5,5.9)
Hay algo que la historia nos ha dado varias lecciones: el ser humano es tardo y lento para aprender; pero aprende de sus “errores” y más de sus “horrores” y, lamentablemente, “olvida pronto”.
El ser humano ha logrado llegar a firmar tratados de paz, convenios en los que se decreta el cese de hostilidad, sin embargo, eso no ha significado que haya dejado a un lado la violencia.
La paz que ha decretado el hombre es frágil y débil. Pende de un hilo muy fino que podría romperse en cualquier momento.
Acá no me refiero a las naciones y sus gobiernos, sino a la persona en lo cotidiano. Basta una pequeña cosa insignificante para que una persona –cualquiera- estalle iracundo y ejerza sobre otro algún tipo de violencia, física o verbal. Lo vemos a diario, lo vemos incluso en nosotros mismo.
Hemos encontrado otras formas no violentas de ejercer violencia, por ejemplo la indiferencia o la indolencia. Nuestro tiempo está ampliamente caracterizado por estás dos formas de individualismos y egoísmo que llega incluso a la egolatría.
El que hayamos acordado el cese de la “guerra” no nos hace “pacíficos”, ni tampoco menos violentos, ni tampoco “Mansos de Corazón”.
Mansedumbre
El término proviene del griego: "Prautes” que, significa: gentileza, afabilidad, docilidad, apacibilidad, e incluso humildad. También pude ser entendido como amistad tierna o dulce. La mansedumbre es contraria a la a aspereza, mal temperamento, enojo repentino, agresividad y ofuscación.
El que es manso tiene la cualidad de soportar la incomodidad, no perder el buen ánimo y el trato afable en momentos de ataque y/o violencia. Tiene control sobre sus sentimientos y sus emociones, maneja sus instintos y los somete a su juicio y voluntad.
Este fruto del Espíritu se manifiesta cuando la persona está completa y totalmente abandonada y rendida a Dios. En el Señor ha depositado toda su confianza.
La mansedumbre de Dios no implica debilidad, al contrario su fuerza interior radica en la capacidad de control y de no perder “los estribos”. Buscará ante todo la justicia y no la venganza. Ante la violencia “pondrá la otra mejilla” antes de aplicar “el ojo por ojo”.
Ser de corazón manso no implica renunciar a la “indignación” ante la humillación o la injusticia. Al contrario, ser manso es estar comprometido con la transformación de la realidad por los caminos de la paz, la verdad, la libertad y la justicia.
Compromiso
Discutir sin intolerancia, encarar la verdad sin resentimiento, enojarse sin pecar, ser amables y sin embargo no ser débiles. Es parte del desafío cotidiano, y por ende un noble propósito para hacerlo presente constantemente.
La mansedumbre no quita el enojo, ni elimina la rabia que ciertas situaciones infunden; tampoco elimina la fuerza de carácter. La mansedumbre es el ejercicio consciente del espíritu sobre la naturaleza y el instinto.
Es la capacidad de decidir siempre, cómo responder ante cada circunstancia, de forma libre y consciente. Esto solo se alcanza cuando estamos rendidos completamente a Dios y cuando el Espíritu Santo domina por completo nuestra interioridad.
Ser manso no es ser tonto o débil, sino libre.
Yerko Reyes Benavides
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