domingo, 9 de junio de 2019

Los Frutos del Espíritu Santo: Amor

"El amor es paciente, es bondadoso. 
El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. 
No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. 
El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad. 
Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 
El amor no se acabará jamás".
(1 Cor 13,4-8)

Qué difícil es tratar de atrapar la esencia de algo que significa tanto en una sola palabra, en un solo vocablo. Así pasa con el término “Amar” (verbo) o “Amor” (sustantivo). 

Este escrito no tiene por objetivo exponer en pocas líneas el contenido de concepto tan complejo. La manera como abordaremos el concepto “Amar” será en el contexto de significación como el Fruto del Espíritu en el corazón de la persona que tiene a Dios. 

La etimología de la palabra castellana Amor proviene del termino latino Amor -Amōris; cuyo forma verbal sería Amāre, del que derivará nuestro verbo Amar.

La más remota raíz de la palabra amor procede del indoeuropeo am-, que significa ‘madre’, y que también vendría a ser la raíz de palabras como amigo o amistad. 

Así, pues, la palabra amor desde su origen está relacionada a la noción de afecto, cariño, a sentimientos que se establecen en la relación entre personas: en la pareja, entre amigos, entre hermanos, entre padres e hijos. Es apego y querencia, en el que está presente la bondad, el bien, el deseo bienestar. 

Los antiguos griegos, tenían distintas palabras para referirse a estas formas de afecto que nosotros, hoy en día, resumimos en la palabra castellana amor. Para ellos amor – amar era eros, que era el amor pasional, corporal, también erótico, expresado en el contacto corporal y físico. El ágape, que era el amor puro e incondicional, amor de donación y entrega, amor que conlleva lo “espiritual” sin abandonar lo físico. También amor se entiende como filia, que hacía referencia a aquel amor que profesamos hacia determinadas personas o cosas. 

El Amor Fruto del Espíritu Santo 

Amar ya en sí es un acto espiritual, intangible, a veces etereo, pero con consecuencia reales y tangibles. Por eso es tan difícil definir algo que en la práctica resulta tan complejo, puesto que es la esencia misma de la vida tanto divina como humana. 
“Queridos hermanos, amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de él y lo conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor”. (1 Jn 4,7- 8)
El Amor es la esencia de Dios, lo que describe su naturaleza, lo que también describe la nuestra, puesto que hemos sido hechos a su “imagen y semejanza”. 

Lo que me da identidad, no es lo que recibo de afuera; no son las circunstancia, ni me definen cañones o estándares establecidos. Lo que me hace ser y no dejar de serlo ante nada, ni por nadie, lo que me hace todo en todos y a la vez único y singular, irrepetible; lo que le da sentido y proyección al vivir y trascendencia al existir, está en mi; lo que me hace ser es el Amor. 
"En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados". 
(1 Jn 4,10)
Es la presencia del Espíritu Santo quien nos da la certeza y la seguridad que el amor es nuestra esencia, la naturaleza que nos define y nos une a Dios. 
"¿Cómo sabemos que permanecemos en él, y que él permanece en nosotros? Porque nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos llegado a saber y creer que Dios nos ama. Dios es amor. El que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él".
(1 Jn 4, 13.16)
 La única manera de ser fiel a nosotros mismos es siendo fiel a nuestra naturaleza y ésta nos habla que el Amor nos define. Lo que al final de la vida dará paz a nuestro existir no será el dinero que hayamos guardado en un banco, los títulos que hayamos colgado en una pared, el prestigio social y los aplausos de la gente que hayamos conquistado, ni el poder ostentado, sino “el amor con el que hayamos amado” y lo que nos dará trascendencia será “el amor con que nos hayan amado”. 

Del amor se ha escrito versos y canciones, libros y manuales. Se ha dicho tanto del amor y a la vez tan poco. Sabemos lo que es amar y a veces no sabemos cómo amar. 

Dejemos que sea el Espíritu Santo el que propicie frutos de amor en nuestra vida. Y cómo son esos frutos: 

Abundante, continuo y fiel; sublime, santo, entregado; humilde y generoso; no es sólo sentimentalismo pasajero, sino que se compromete y de por vida, no sólo a ratos. Es de gusto y supera las ganas; no se engríe ni se enoja, no se envanece ni envilece, no se vuelve cruel o ruin. No está sujeto a intereses, mas su interés es el bien de la persona amada, aun a costa del propio bienestar. 

Este es un amor abarca el corazón y la mente y que brota del alma, pues el Espíritu lo hace proceder. Es perceptivo, inteligente y práctico. Es un amor que discierne y se esfuerza por escoger lo mejor y lo que realmente agrada a Dios y a los demás seres humanos. 

Este amor es el primero de los frutos del Espíritu Santo, fundamento y raíz de todos los demás. Siendo El, la infinita caridad, o sea, el Amor Infinito, es lógico que comunique al alma su llama, haciéndole amar a Dios con todo el corazón, con todas las fuerzas y con toda la mente y al prójimo por amor a Dios. Donde falta este amor no puede encontrarse ninguna acción sobrenatural, ningún mérito para la vida eterna, ninguna verdadera y completa felicidad. Es lógico, también, que la caridad sea un dulcísimo fruto, porque el amor de Dios, es alcanzar el propio fin en la tierra y es el principio de esta unión en la eternidad. 


Compromiso

“Sin amor nada soy Señor” 

Amar será mi misión, el sentido de mi vivir, el propósito de mi existir. Para ello, he de vencer el miedo, mi gran reto y desafío. No tengo más escusa, no puedo seguir poniendo pretextos, ni postergando lo inevitable. 

La verdadera vida en mi comenzará cuando comience a dar frutos de verdadero amor. 

“Enséñame señor a amar como tú”. 

Aprender a amar será mi compromiso. No amar más sino amar mejor. ¿A quién? A ti, a mi y a Dios. 

Gracias por venir Santo Espíritu Divino. 

Yerko Reyes Benavides

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