“Dichosos los limpios de Corazón,
porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz,
porque serán llamados hijos de Dios”
Aquella tarde, Jesús amado, con todas las fuerzas que había en tu interior dijiste:
“Dichosos los limpios de Corazón, porque ellos verán a Dios”.
Lo proclamaste con convicción, mirando a tu alrededor, a los sencillo y los humildes que contigo miraban al cielo llenos de esperanza.
¡Qué noticia tan maravillosa!
¡Qué deleite para el alma y qué alegría para el espíritu que de gozo se exaltan!
Sólo se necesita de la gracia que tú mismo das para en la contemplación sentir que tu amor y bondad habitan ya en un corazón puro.
¿En quién Jesús te miraste para tan grande verdad revelar sin recato a una humanidad sedienta del amor Dios?
La pregunta no sobra, la respuesta a los ojos salta. La más pura, la más bella, la más hermosa flor de Dios: el amor de tu corazón, la “niña consentida” de tus propios ojos, María; la Dulce Muchacha de Nazaret.
Tu misma Madre, te enseño, humano como eras, que la pureza se conserva en el corazón y no el cuerpo; la inocencia es una condición del espíritu, una cualidad del alma, que nada la quita, puesto que es gracia y quien en amor de Dios anda, la persevera intachable.
Ayúdanos Jesús a ver la vida con la inocencia, la nobleza, la bondad, y el amor con el que tu Madre la vio y así vivió siendo para ti testimonio vivo del Amor de Dios que a tus amigos quisiste conceder, les diste y les entregaste.
Amado fuiste Jesús en María y por el Padre, amados queremos ser, en María Madre, por Ti junto al Padre.
Reina de la Paz, Hija de Dios, Virgen María, que no nos falten tus ruegos al Padre, para que nosotros tengamos un corazón limpio, inocente y puro como el tuyo y, así, contigo seamos llamados verdaderos “hijos de Dios”.
Amén
Yerko Reyes Benavides
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