“Voy a encontrarme con el Señor”.
¿A dónde vas?
Al Silencio; ese es mi lugar"
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Nos estamos desacostumbrando al silencio. Nuestro tiempo es de sonidos abundantes, la mayoría de ellos artificiales. ¿Cuándo fue la última vez que escuchaste un amanecer? Si, lo escribí bien: “escuchaste”. Los amaneceres no sólo se miran, sino también se escuchan. Si no lo has hecho, te invito a que lo hagas.
La primera tentación del día, apenas comienza, es encender la televisión; la magia del silencio de la noche ahí ya se perdió. Salimos a la calle y abundan no los sonidos sino los ruidos. Ruidos muchas veces ensordecedores; molestos pero ya nos acostumbramos a ellos que no les prestamos atención.
Hay dos situaciones que no nos caen bien, una como ya supones bien es el Silencio y la otra la Soledad. El primero nos agobia, la segunda nos angustia. La primera nos incomoda, la segunda nos asusta; y si las dos se ponen de acuerdo para visitarnos: nos deprimen.
No hay condición más idónea que el silencio si en verdad queremos sentir la voz de Dios en nuestro corazón. Sin embargo, muchas de nuestras iglesias, templos, liturgias y cultos están perdiendo la riqueza del silencio, y está siendo sustituido por ritos de mucha algarabía, que dejan al alma exhausta.
Una de los mitos que hemos de superar es la creencia que el silencio es la ausencia total de ruidos. No existe el silencio absoluto, no nos quedamos carentes de sonidos, a no ser que tengamos una incapacidad auditiva.
Por ende, el silencio no ha de ser una situación que genere en nosotros ansiedad. Necesitamos aprender a escuchar los sonidos del silencio, y él la voz de Dios que se aprovecha para tocar a las puertas de nuestra alma.
No es necesario que haga una apología del silencio. Tampoco es necesario explayarse en más explicaciones. El silencio es una experiencia, es decir, es algo adquirido; lo que si es necesario, es desarrollar el hábito del silencio y aprehender aptitudes que mejoren el ejercicio del silencio para sacarle mejor provecho.
De todos es sabido que los grandes místicos y ascetas tenían en el silencio un gran aliado para la oración, la reflexión, la meditación y la contemplación. Beneficioso es entonces el silencio, y por no, también la soledad para el alma, el espíritu y la mente.
Quizá nos haga falta mirar cómo estos hombres y mujeres de oración practicaban el silencio, sin embargo, sus técnicas nos pudieran resultar un poco extravagantes o quizá poco prácticas para nosotros los que llevamos una vida agitada en este tiempo de modernidad.
Quiero proponer sólo a una persona que en su Silencio, nos sugiere como podemos nosotros guardar y aprovechar el nuestro: María de Nazaret. Detente a pensar por un instante cómo ella supo aprovechar el silencio para contemplar la gracia de Dios que recibía para la misión de vida a la que fue llamada.
María no fue a una academia en donde le enseñaran a ser “Madre de Dios”, pero si tuvo un lugar para aprender: el Silencio.
“Y María guardaba todas estas cosas, meditándolas –en silencio- en su corazón” (Lc 2.19)
Tengamos el silencio no como condición sino como lugar: “Voy a encontrarme con el Señor”. ¿A dónde vas? Al Silencio; ese es mi lugar.
Una técnica para propiciar el silenciamiento es la respiración acompasada. No es tan difícil, yo utilizo una estrategia que denomino el 10x10x10. La explico sencillamente: Se inspira contando hasta 10, se mantiene la respiración por 10 más, se exhala contando también hasta 10 y esto se hace 10 veces.
Más allá si quieras o no seguir esta técnica, lo que es indispensable en la Vida Espiritual el tiempo de silencio que día a día te esfuerces en buscar para ti. De esos ratos de silencio sacarás grande provecho.
Yerko Reyes Benavides
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