Señor, dame una fe que no necesite de ti prodigios,
ni mucho menos portentos;
una fe que no busque sino solo entrega.
Señor, dame una fe tan fuerte que no necesite nada más para en esta vida caminar como si ya mis pies tu cielo recorrieran; el mismo que prometiste a los que hasta el final fieles fueran.
Señor, dame una fe tan grande que aun siendo muy pequeña resista a los sinsabores y tristezas de este mundo, con la certeza que aunque en el cielo estás, conmigo vas y a mi lado caminas.
Señor, dame una fe que aunque no mueva montañas ni árboles siembre en el mar, haga el milagro más importante: amar a todos incluso aquellos que buscan perderme y el mal hacerme.
Señor, dame una fe que no necesite de tus prodigios, ni mucho menos de tus portentos; una fe de servicio que no busque tus milagros sino la humildad en la entrega.
Señor, dame una fe que no necesite ver para saber que todo cuanto un día prometiste ya lo diste y tu amor me entregaste y ello basta para que mi humanidad en ti se haga nueva y renueve todas las cosas, hasta las más pequeñas: hombre de divinidad revestido en tu amor ya soy.
Señor, dame una fe tan peculiar que me haga encontrar la gracia cotidiana para alejar de mí el mal que no es mi deseo y, la fuerza y el coraje de hacer el bien que es mi más profundo anhelo.
Señor, dame una fe inquebrantable, una fe sólida como la roca, una fe que no se paralice ante el peligro; una fe osada para hablar del amor divino; una fe del “Si” a la Voluntad de Dios aunque la mía contravenga: la fe del granito de mostaza.
Dame, Señor una fe vivaz, audaz, locuaz, desvergonzada, atrevida, valiente y decidida; pero sobre todo Jesús, una fe sencilla que te ame más que a nada ni a nadie, y que en el amor a ti al mundo transforme, lo cambie y lo haga siendo humano, más divino: a ti más semejante.
Amén
Yerko Reyes Benavides
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