Cuántas no has sido la veces que a ti he acudido, te digo y te pido, a veces te exijo para seguir creyendo: “Señor, déjame verte, muéstrame tu rostro envuelto en el resplandor de tu gloria". Elevo los ojos al cielo: anhelo un milagro.
Paso y repaso las vías y caminos; veo los senderos y avenidas; visito un templo de tanto en tanto. Te busco en el firmamento, algo extraordinario espero aunque no lo digo alto para no llamar la atención; mas sé que otros también como yo lo están esperando.
Y mientras se aferra este deseo de quererte ver, miro el pasar alegre de un niño; un anciano que saluda; un vagabundo le ríe a su perro como si no hubiera pena; una mujer a punto de dar a luz apura el paso; unos novios suspirando al unísono se toman la mano.
Yo sigo con mí mirar perdido: ¡No te veo! reclamo un tanto airado:
“Tu rostro no vas a dejar que vea? ¿No merezco acaso tu consideración? Contigo he cumplido: Déjame verte y así mayor será mi fe”.
Mi vista nublada, no me doy cuenta, no es Él el que no se deja ver, sino yo el que no se da cuenta; atento no he estado; delante de mis ojos ha pasado la presencia divina, lo más sagrado.
Te vistes cada día de humildad y tu rostro resplandece más que un milagro, pasaste y en la mano del mendigo estiraste tu mano, para que en el necesitado te necesitara.
Señor, ahora te pido que jamás deje de verte.Amén
Yerko Reyes Benavides
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