jueves, 26 de septiembre de 2019

Meditar

En la temprana hora de la mañana me levanto. Todavía no se ha ido del todo el sopor del sueño no dormido; ganas no me falta de volver a la cama, dar la vuelta y seguir el sueño interrumpido. Sin embargo, sacudo la tentación, salgo del lecho en un brinco, simulo el “saludo al sol”, que sólo es un pretexto para estirar los huesos contraídos.

El primer acto de conciencia aparece, disponerme a la oración.

Si, así comienza el día, a veces, no lo niego, quisiera saltarme este paso. Sin embargo he aprendido que el día mejor se aprovecha cuando Dios amanece en el corazón.

No los aburro con los detalles, apuro el café que ya hacía rato, con su aroma reclamaba mi atención; es el último empujón que necesitaba para espantar los fantasmas que había arrastrado de la noche al día y aun revoloteaban en mi interior.
Despierto ya estoy, atento, te busco ahora a ti Señor.
Aprovecho el silencio que aún es el sonido más incisivo que me acompaña a esta hora de la mañana.


No digo nada, no todavía, sólo escucho; el Verbo comienza aparecer en el horizonte de mi alma, Él me habla y escucho lo que cada día necesito para seguir insistiendo -no más resistiendo- en esta vida que me ha dado.

Respiro profundo, exhalo calmo. No hay apuro, el reloj se queda en la mesa, con la mirada hacia el  firmamento cuyo paso él marca con sus manos apuntando las horas.

La Palabra resuena en mi interior, es un lenguaje que el alma entiende, y el espíritu comprende; a su voz mi corazón se exalta y sin haber preparado un discurso, te cuenta de sus penas, también sus alegrías, sus esperanzas y anhelos y el deseo que tú estés en ellos: Señor.

Se suelta el puño, aparece la tinta, esbozo unas líneas, a veces son poesías, otras son sólo oración, pero en una y en otra dejo que hable mi alma.
Abierta, Señor, queda la puerta de mi corazón, para que mi espíritu vuele libre, vaya a ti, te mire y vuelva a mí con la gracia de sentirte hoy también presente.
No apuro este momento, lleva su tiempo, no importa; me costó entender que no hay nada en lo cotidiano que sea más importante y me robe este momento, pues es muchas veces el que tengo para acomodar mi vivir en su existir.

En este rato se revelará el motivo que le dará razones a las acciones de seguir día a día realizándose, sin perder el entusiasmo, ni la confianza de que por ellas algo bueno se construye. 
¿Me preguntabas algo?
¡Ah, sí! claro que lo hiciste. Me pediste que te dijera si “meditaba” en las mañanas y cómo hacía para hacer la oración.

No tengo la fórmula perfecta, ni si quiera una receta; no te voy a dar una lista de pasos, solo te cuento lo que hago.

Dicho así, no te parecerá nada místico, sin embargo, te aseguro que sin importar si la pluma con la que escribo ahora, se suelte o no, tengo la certeza de haber por un instante traído la eternidad y el cielo al océano de mi mente y corazón.

Yerko Reyes Benavides

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