"Un milagro mayor
guardabas en tu corazón,
una invitación"
Fue en un día como otros, entre tantos.
De la faena volvíamos,
vacías las manos:
ese día por ahí andabas, de paso estabas,
nos mirabas
y sin más dijiste:
"A la mar volvamos,
las redes una vez más al agua echemos".
¡Maestro!
En mi interior, crédito no te daba,
no quería al mar volver,
la soberbia en mi ganaba.
Te dije:
"En estas agua nada habrá,
el mar mezquino está".
Tú, en cambio, seguías con tu mirada fija a lo lejos
sin prestar atención a los reproches
de un hombre que del mar su oficio había hecho;
contemplabas el firmamento infinito,
el beso fugaz que por un instante se dan
el cielo y el mar, en amor rendidos:
despertar del alba,
renuevo de esperanza.
Las redes en la barca estaban
¡Qué más da!
Ya están acá
Si tú lo dices, así se hará.
Al despertar el amanecer,
nuestros ojos incrédulos
no lo podían creer,
no daban crédito,
las redes de peces llenadas quedaron.
¡Oh milagro!
A tus pies rendidos caímos
"Dios ha sido grande con nosotros"
Tú, en cambio sonreías,
lo sabías, más habría,
poco eran unos peces en las redes.
No fue nuestra pericia lo que lo hizo.
Nuestro espíritu se sobresaltó,
nuestra alma de temor se llenó:
"¡Señor, aléjate de nosotros pecadores somos!"
Un milagro mayor
guardabas en tu corazón,
una invitación:
“Miedo no tengan
conmigo vengan;
otros amaneceres nos esperan
mares más profundos nos aguardan.
Océanos de otras aguas
en ellas sin rumbo andan los hombres;
de ellos, de hoy en adelante
pescadores ustedes serán”
Jesús, tú eres el pescador,
no nosotros,
tu compasión y bondad primero nos atrapó.
Merecedores no somos de esta misión,
pero a donde tú vayas, contigo iremos
pescadores de hombres por ti seremos,
haznos, por tu gracia, de lo que nos pides, dignos:
llevar a los hombres al océano infinito de tu Amor.
Amén
Yerko Reyes Benavides
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