martes, 12 de febrero de 2019

La Vida nos diste

Me hiciste Señor, tuyo soy, y me diste el don de ser libre; 
y desde esta libertad, regalo de tu amor, 
a ti te descubriera en mi mismidad, 
en la intimidad de mí ser

Señor y Dios nuestro, la vida nos diste, nacer fue un don de tu bondad, no un acto fortuito, ni tampoco “obra del destino”: sino la intención de tu corazón. En ti un propósito hay, una misión para nosotros: de creación a creadores siendo imagen de tu amor; de criatura a hijos en tu Hijo y por él herederos de tu Reino.  
Señor, hay tantos que no entienden que su procedencia no es el acto humano, ni sus formas, ni maneras. El vivir no es prisionero de su biológica condición. Lo de este mundo y sus ademanes siempre serán medios y no fines; pues quien convierte esta materia en fin, atrapado queda de sus antojos y vaivenes.  
Vivir de ti viene, tú eres su origen y principio. Todo cuanto hay, en ti ya fue; todo cuanto habrá, en ti ya es. Todo existe, no en el tiempo, sino en la eternidad, naturaleza de tu esencia: inocencia, belleza y bondad. 
Señor, no dejes que desprecie el don de la vida, que no me quede contenido en lo efímero del tiempo y sus caprichos; que el cielo me recuerde, al contemplarlo, que en vientre fuí engendrado más mi origen está allá a tu lado. 
Señor, divino tesoro de mi alma, en tus pensamientos estaba, incluso antes que todo fuera. Me conocías ya en la eternidad, incluso mi nombre sabías y al nacer lo pronunciaste con alegría: un hombre se ha engendrado, un hijo ha nacido. 
¿Cómo no estar agradecido? 
Me hiciste Señor, tuyo soy, y me diste el don de ser libre; y desde esta libertad, regalo de tu amor, a ti te descubriera en mi mismidad, en la intimidad de mí ser, pues allí, en tu libertad, decidiste dejar el hálito de tu divinidad. 
Gracias Padre amado, porque en tu proceder generoso, la vida me diste: que esta vida no me alcance para amarte, para así amarte por toda la eternidad.
Amén

Yerko Reyes Benavides

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