Los que estamos en contacto con jóvenes a menudo nos rompemos la cabeza
para encontrar la manera de ofrecerles algo que les “llegue” dentro, el
modo de suscitar experiencias de fe y de compromiso cristiano entre los
jóvenes de hoy. Existe sin duda esa dificultad en nuestra cultura, pero aun
así pienso que nunca ha sido fácil. Porque una experiencia profunda de
“vida en el Espíritu” no surge así como así. Ni antes ni ahora.
Con el tiempo me he ido dando cuenta de que una de esas posibles
“ofertas” es el “camino de la interioridad”, como una vía por la que se
puede acercar a los jóvenes a la fe, al Evangelio y al Reino. Ciertamente ha
sido un camino espiritual a lo largo de los siglos —basta citar a Agustín,
Teresa de Jesús o Juan de la Cruz, entre muchos otros— pero creo que hoy puede
tener más “tirón” y más posibilidades de “calar dentro” que las grandes causas
y las grandes utopías, que quizá motivaron a muchos jóvenes de hace varias
décadas. Para ilustrarlo, me gustaría proponer un ejemplo concreto y
bastante más cercano que los citados santos: Etty Hillesum.
La descubrí hace dos veranos y puedo decir que es una figura que me
apasionó, me encandiló. Ha sido objeto de mi lectura y reflexión desde
entonces. Para los que no la conozcan, se trata de una joven holandesa de
origen judío que vivió en sus carnes el holocausto nazi, y murió ejecutada
en Auschwitz un 30 de noviembre de 1943, cuando tan sólo tenía 29 años.
Fue una entre los varios millones de judíos exterminados. Pero sobresale de
modo extraordinario por la profunda vivencia interior que dejó por
escrito en sus diarios y cartas. Una experiencia que podemos definir
como “mística”, universal (no adscrita a ninguna religión), vivida en muy poco
tiempo (apenas dos años), marcada por una asombrosa transparencia y
honestidad consigo misma.
Una historia narrada en primera persona, en un
lenguaje sencillo y muy humano, con una sinceridad que a veces asusta, y sin
duda “tocada” por el Espíritu, que sopla donde quiere (también fuera de la
Iglesia). Una vida que me gustaría proponer como ejemplo de este “camino de la
interioridad” que decía más arriba, como posible itinerario para recorrer
personalmente la senda del sentido, de la vida plena, de la verdad con
mayúsculas: de Dios.
«Tú que me diste tanto, Dios mío, permíteme también dar a manos llenas. Mi vida se ha convertido en un diálogo ininterrumpido contigo, en una larga conversación. Cuando estoy en algún lugar del campamento, con los pies en la tierra y los ojos apuntando al cielo, siento el rostro anegado de lágrimas, única salida de la intensa emoción y de la gratitud. A veces, por la noche, tendida en el lecho y en paz contigo, también me embargan las lágrimas de gratitud, que constituyen mi plegaria»
(Carta del
18 de agosto de 1943).
Son palabras que la propia Etty escribió desde el campo de
concentración, tres meses antes de su muerte. Palabras que recogen su
proceso interior, la intensa evolución espiritual que configuró su
persona y su manera de contemplarse a sí misma, al mundo y a Dios.
Hasta alcanzar esa “meta”, en la singular historia
personal de Etty hay diversos elementos. Muchos de ellos son comunes a otras
experiencias místicas, y algunos otros son propios de su peculiar experiencia
personal:
1. El silencio, el retiro y la soledad “habitada”, para
descubrir la voz de Dios que «apenas se distingue del silencio».
2. El descubrimiento de lo que va brotando de su “fuente interior”,
así como la libertad y el deseo de adentrarse en ella sin miedo, siendo «paciente
con todo lo que aún no está resuelto en su corazón».
3. Una purificación para “retirar las piedras y escombros que
obstruyen ese pozo interior”, un “trabajo del corazón” que va
dando forma a lo que hace, como un escultor. También un “combate
espiritual”, una «lucha interior contra sus demonios personales».
4. Una sincera “escucha hacia dentro” para encontrarse con el
fondo de sí misma, buscar “el alma de las cosas” y al Viviente que habita
y trasciende todo su mundo interior y exterior:
...«cuando digo que yo me escucho entonces es en realidad Dios el que escucha en mí. Lo más esencial y profundo de mí escuchando lo más esencial y lo más profundo en el otro. De Dios a Dios»
(Diario, 17-9-1942)
5. Una apertura a los otros como “templos de Dios”:
...«es preciso despejar en el otro el camino que lleva a ti, Dios mío (…) A veces, las personas son para mí como casas con las puertas abiertas (…) y debería ser posible hacer de cada una de ellas un santuario para ti, Dios mío»
(Diario, 17-9-1942).
6. Una aceptación serena del sufrimiento: el que le viene de
fuera, el que otros viven en sus carnes y el que surge de sus propios
conflictos internos.
«Tenemos derecho a sufrir, pero no a sucumbir al sufrimiento», dirá Etty, pero no por un estoicismo resignado, sino porque testifica que «la vida es hermosa, que tiene sentido, y que no es culpa de Dios, sino nuestra, que todo haya llegado hasta este punto»
(refiriéndose a la guerra y al exterminio nazi. Diario, 7-7-1942).
7. En esta situación, surge en ella la compasión por sus
hermanos, que sufren injusta e inmensamente, y la solidaridad —sin odio ni
rencor— como camino de redención en medio del dolor.
8. Y al mismo tiempo, brota en ella la conciencia de tener que
“ayudar a Dios”. Sus palabras expresan una imagen muy “moderna” de
Dios y su Providencia:
«Sí, mi Señor, parece ser que tú tampoco puedes cambiar mucho las circunstancias; al fin y al cabo, pertenecen a esta vida… Y con cada latido del corazón tengo más claro que tú no nos puedes ayudar, sino que debemos ayudarte nosotros a ti, y que tenemos que defender hasta el final el lugar que ocupas en nuestro interior»
(Diario, 12-7-1942)
Además de todo esto, hay en la vida de Etty un “instrumento”
privilegiado del Espíritu: su terapeuta Julius Spier.
Este hombre
adulto (al que cita como “S” en sus diarios) comenzó suscitándole pasión y
atracción, pero terminó siendo su guía, su acompañante espiritual, el
hombre que despertó a Dios en su interior, “el partero de su alma”.
La relación con él fue marcando su proceso interior, desde la seducción y
exclusividad iniciales hasta un amor desprendido y libre.
La madurez en su
relación con Spier le ayudó a recomponer el resto de sus relaciones: su
“espacio interior” se fue abriendo así a unas relaciones profundas,
desprovistas de toda posesividad. Su amor fue recíproco: él buscó y promovió
lo mejor de ella, así como ella sacó lo mejor de él. Todo ello les
condujo de la sensualidad al amor, y del amor al mismo Dios. Un amor que
no consiste en mirarse el uno al otro, sino que se abre generosamente:
...«tengo que sacar fuerzas y amor de mi amor por él para aquellos que lo necesiten (…) Del amor que siento por él me puedo alimentar durante una vida entera y también alimentar a los demás»
(Diario, 7-7-1942)
...pues «no se puede entregar todo el amor a una sola persona»
(Diario, 10-10-1942)
Etty, en su corta pero intensa historia, aprendió a escuchar la voz
de Dios en lo profundo de sí misma, a amar profundamente a Dios y a la
humanidad, y quiso compartir esa profunda experiencia interior. Su itinerario
puede ser un ejemplo para cualquiera de nosotros, si queremos descubrir
sinceramente el camino y la verdad de nuestra vida. O puede ser también un
referente para educadores, catequistas, religiosos, acompañantes… a la hora de
ofrecer propuestas de fe personalizada y profunda.
Artículo escrito por:
Guzmán Pérez
Director de la Revista FAST
En ocasión al 66° Aniversario
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