viernes, 19 de octubre de 2018

La Noche


Contemplaba el peregrinar de uno minutos
horas de ocio,
el paso de un tiempo
que no era mío,
lo miraba a través de una ventana
que en mi alma abierta estaba.

Cada segundo parecía eterno,
la arena caí no se detenía,
tampoco avanzaba, así parecía;
iba y a ningún lado llegaba,
menos lo hacían mis pensamientos,
imágenes vagas de un desvelo
que ya no me resultaba desconocido.

Al reloj miraba de tanto en tanto,
aburrido de dibujar con el dedo
una luna en un cielo oscuro
que ni estrellas poseía
ni se movía en la lejanía,
inmutable quedó
penumbra era en todos lados.

No miraba afuera de mi existencia,
aunque me asomaba por la ventana
la mirada vaga dentro de mi alma andaba;
en mi espíritu se había instalado la sombra,
y el amanecer no aparecía;
oscuridad por todos los rincones de un existir
que sentirse olvidado ya estaba de sí.

Silencio aparecía,
su eco resonaba:
¿Dónde?
¿Quién dijo que la oscuridad cobijaba sigilo?
Escandaloso el ruido de la noche,
el rechinar de lo que el día oculta
en la penumbra resuena libre,
no deja espacio a la serenidad,
agobia a su paso;
estruendos que atormentan la conciencia,
manos a los oídos,
ya que éstas al alma no alcanzan a cubrir.

El infante duerme, su alma descansa,
no se inmuta su corazón
con el danzar de los fantasmas
de las soledades y los abandonos,
los espectros de las tristezas no lloradas,
reprimidas las lágrimas no derramadas.

En esta noche danzan alegres miedos y frustraciones, 
pocas veces tiene ocasión de escuchar
sentir con fuerza sonar
la melodía de la melancolía
que destroza la conciencia.

Vuelvo a mi reloj y lo apuro con torpeza;
de nuevo miro por el balcón de mi indolencia,
la noche desconsiderada no termina,
amanecer no quiere;
la oscuridad sigue
como si no hubieran pasado
delante de mis ojos los enojos
que traigo gravados en el alma,
penas y tristezas;
al espíritu le urge el amanecer: desaire.

¿Cuándo vendrá el día?
¿Cuándo acontecerá definitivamente un amanecer
y de esta agonía despertará mi querer?

Siento el aprieto que trae el corazón
que late con frenesí y desazón,
única señal que sigo vivo
aunque vida no haya  en mi pecho
pues fallecido estoy: desvanecido y desecho.

Esta es la noche de mis fantasmas
extendida oscuridad, prolongada tristeza.
Y en la desolación:
¡Oh contradicción!
la penumbra se va haciendo mi amiga;
a la noche la espero,
a ella la quiero y la deseo.

El día se hace pesado,
más angustioso es el deseo que la noche llegue
y la oscuridad aparezca en mi horizonte;
sólo con mis pensamientos quedo
y permanezco anonadado
ante el deseo de apurar la penumbra.
Esta ya no se hace pesada,
en ella ya no estoy solo.

No lo había visto,
ni tampoco considerado,
fue toda una sorpresa descubrir
que en la soledad no estaba solo,
la noche te traía a mí, aunque no te veía
tampoco lo percibía,
pero el día me distraía en las cosas efímeras
sólo cuando éste desaparecía
y mi única compañía era la imaginación,
apareciste tan claro como un resplandor

¡Qué oscuro ahora se me hace el día!
Empujo sus horas.
A la noche volver quiero,
porque en la soledad no quedo solo
y, hace un tanto, no mucho, descubrí
que la noche te trae a mi
más pleno, más cercano y certero,
verdadero, mejor que en vigilia.

¡Qué clara se me volvió la noche!
Porque la noche lleva tu nombre
que no es otro que el mío
pronunciado por tus labios.

Yerko Reyes Benavides


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