lunes, 22 de octubre de 2018

En tiempos de dolor

Gracias Señor Jesús por concederme el maravilloso don de la vida. Un día más en este mundo que me ofreces y a veces, como lo siento hoy tan lleno de duras cargas de las que no quiero acordarme. 

El día me trae el recuerdo de mi prueba, del padecimiento que llevo en el cuerpo y en el alma; la luz del sol deja en evidencia lo cansado que estoy, el no querer seguir en dolor. 

Al comenzar este día, Señor te quiero hacer una pregunta: ¿Cómo lidiar con un corazón roto? 

Si mi Jesús, qué difícil se me hace el sufrir cuanto más cerca creo estar de ti. ¿Acaso tú no eres la garantía de una vida feliz? ¿No es eso lo que el predicador vocifera en el altar de tu templo? 

Me pierdo Maestro, puesto que cuando lejos de ti estaba poco me importaba la condición de mi alma; el sufrimiento no era una carga, y en las cosas del mundo escondía mi pena. Pero ahora que estoy contigo me pierdo, no entendiendo: ¿por qué la prueba? 

Un concepto errado parece he manejado. Tu no prometiste ausencia de dolor, ni tampoco que no habrían dificultades o enfermedades. Bastante claro dejaste que te siguiéramos tomando la cruz de cada día y agregaste: “tomen mi yugo sobre ustedes: porque es suave y mi carga es ligera”. 

¡Oh mi Dios y Señor! qué equivocado estaba. En ti confiaba que exento de dolor me dejarías si te entregaba mi vida. 

Pero me doy cuenta que los que más te aman más dificultades pasan, y tropiezos no le faltan en el camino que los lleva a ti. ¿Dónde está entonces tu amor? 

¡Qué torpe fui! al pretender de ti lo que no eres. Todavía mi fe es pueril, sustentada no en la develación de tu corazón en el mío, sino en fantasías, mitos y ritos. 

Mi tentación es correr, dejar las cosas hasta aquí, volver a lo que andaba, dejar de lado todo, abandonar. A veces pienso que feliz estaba cuando no te conocía, al menos en ese tiempo no me importaba el sufrimiento. Sin embargo, ¿Cómo olvidar el día en que tocaste a la puerta de mi alma? ¿Cómo borrar de mis pensamientos tu voz cuando al corazón me dijiste que me amabas? 

Y dijiste: 
“Yo estaré con ustedes hasta el final, cada día y todos los días”. 
Infunde Señor entonces tu fuerza, la que viene de lo alto. Concédeme el Don de tu Espíritu que me ayude a discernir los pasos que he de dar en esta vida, hoy y ahora, para que en cada pensamiento, sentimiento y acción que emprenda brille tu rostro y resplandezca tu bondad y misericordia y mi dolor sea una oblación, ofrenda y entrega. 

Amén

Yerko Reyes Benavides


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