¿De qué me vale, Señor, conquistar este mundoAmén
llegar a la cima de todo
encumbrarme en lo más alto,
si no puedo tocar el cielo
desde donde llamas a los que amas?
¿De qué me sirve, Señor, una felicidad
tan esquiva y pasajera,
que rápido llega y se escapa de mi mano
como gota de rocío,
que no alcanzo detener por más que aprieto el puño?
Es una falacia Señor este gozo
si tu no apareces en el firmamento,
más allá del lugar de mi agonía,
y de esta necia idea mía,
de pretender tenerlo todo;
en mi vanidad mi alma ahogo
y me quedo solo si tú no estás conmigo.
No, no Señor, no quiero
la delicia de un momento
que deja en mi interior un gran vacío
cuando de mí se escapa;
mientras más me aferro a ella
más intensa se hace mi tristeza,
y más profusa se vuelve mi amargura.
Me rebelo ante la idea de una vida a retazos
no quiero seguir empujando la copa de un vino de ocasión
dulce a los labios, agrio al corazón;
prefiero entregarlos todos, menos uno:
el instante que a mi llegaste, Señor, Amado
y dejaste impregnada mi alma
del deseo de eternidad.
Aunque no te quedes Señor,
golpea fuerte,
hiende la roca que recubre mi corazón y mi mente
incítame a trascender nuevamente;
rompe las cadenas que hay en mi interior
que impiden que este espíritu en libertad concebido
se despliegue y surque el cielo.
Déjame este sólo instante
para en mi, Señor encontrarte,
y al fin dejarlo todo,
incluso a mí;
dame lo único que necesito:
las alas de tu amor.
Yerko Reyes Benavides
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