No se trata de quien es el más grande, o el más importante, ni tampoco la cuestión es de quién se encarga de las cosas de verdadera relevancia. No es cosa de ser primeros, exitosos, encumbrados por encima de los demás.
Nuestra existencia está hecha una competencia interminable. En todo hay últimos y primeros; ninguno quiere quedarse al margen de los sitiales de privilegio, honor y reconocimiento, ya que son estos los lugares en el escalafón social, los que aportan más y mejores beneficios.
Los mejores, los exitosos, los que están en la cúspide, los primeros reciben más. Así funciona la mecánica de este mundo, y ahí estamos insertos nosotros. De cabeza a veces ni si quiera nos damos cuenta de este competir insaciable por ser los primeros, o quizá nos conformamos con estar en el lote: ni de primeros (es muy cansado) ni de últimos (es muy dejado).
De vez en cuando, y pasa, hay quien se rebela. No más el estereotipo que se impone, no más competir, ni medirse con otros.
¿Te imaginas un ambiente en el que no te tienes que medir con ninguno para ser reconocido y competir con nadie para recibir los más grandes beneficios?
Ahí entra Jesús, que tenía una manera de ver la vida y el mundo diferente, nos resulta tantas veces incomprensible, pues en más de una ocasión nos deja atónitos y sin darle crédito a lo que nos dice seguimos en lo conocido, haciendo lo que siempre hemos hecho.
A Jesús le preguntaron: ¿Quién es el primero en el reino de los cielos? Y Jesús, como tantas veces lo hacía, no respondió a la pregunta, sino que valiéndose del cuestionamiento rompió el modelo y lo cambió completo.
Lo importante no es quien ocupa los puestos de honor, ni tampoco la fundamental es llegar a lo más alto. En el Reino no se compite al estilo del mundo, no se gana o se pierde, no hay arriba o abajo, ya que el reino es si mismo es el beneficio, por tanto, el esfuerzo, la dedicación y el empeño hay que ponerlo en ser parte del reino.
Por tanto, la respuesta que da Jesús no es quién es el primero en el reino sino cómo se entra al Reino de Dios:
“Si ustedes no son como niños no entrarán al Reino de los Cielos”.
Así pues, la vida, esa que el mundo no sabe dar, no se ha de ir ni desgatar en lo fútil y vano, no se trata de alcanzar el primer lugar sino de llegar y poder entrar al lugar donde vale la pena estar y vivir, ser y existir; convivir y compartir. El lugar donde la ansiedad desparece y llega la alegría que no se agota.
Yerko Reyes Benavides
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