“Se debe orar que se nos conceda una mente sana en un cuerpo sano.
Pedid un alma fuerte que carezca de miedo a la muerte,
que considere el espacio de vida restante entre los regalos de la naturaleza;
que pueda soportar cualquier clase de esfuerzos,
que no sepa de ira, y esté libre de deseos
y crea que las adversidades y los terribles trabajos de Hércules son mejores que las satisfacciones, la fastuosa cena y la placentera cama de plumas de Sardanápalo.
Te muestro lo que tú mismo puedes darte,
con certeza que la virtud es la única senda para una vida tranquila”.
Juvenal (Satira X, 356)
La naturaleza humana es una sola y se manifiesta en múltiples e interconectadas dimensiones. No podemos aunque así lo hemos pretendido hacer, cuando moralizamos sobre todo y antes que nada, separar el cuerpo del alma; lo espiritual de lo instintivo, lo biológico de lo psicológico (ahí hemos tenido mejor suerte porque lo bilógico y lo psicológico del humano nos ha dado lecciones de cómo se afectan e intervienen la una en la otra bien; sea por acción o por reacción).
Sin embargo, a la compresión mensurable de las ciencias biológicas y psicológicas le hace falta el tercer elemento integrante e integrador, el que es la dinámica y lo que hace que interactúen hasta lograr la homeóstasis plena: lo espiritual o el alma. Cuerpo-Mente-Alma actuando en unidad, integradas e integradoras.
Trayendo a colación a un autor de antigua data, que no es considerado ni biólogo, ni psicólogo, sino teólogo y a lo mucho filósofo, epíteto que no les gusta como mote a los biólogos ni a los psicólogos. San Agustín en su obra teológica-antropológica De Trinitate propone que en el interior del ser humano se dan interacciones en tríos de componentes esenciales a la naturaleza: “alma, conocimiento y amor” y “memoria, entendimiento y voluntad” dinámicas introspectivas a la esencia humana, donde se asoman la presencia trinitaria de la divinidad. Agustín se fue a lo trascendente y se olvidó, no por completo, pero no lo desarrollo del todo de lo inmanente; no era el momento, ahora si lo es en pleno y tan temido postmodernismo.
Hay una triada que no considero Agustín, fundamental, de la que la esencia pende para su realización, y en la cual se sustenta para desplegarse, expandirse, perfeccionarse y trascenderse a sí misma, llevando, así, a la esencia humana a una explosión de su divinización (en Cristo y por Cristo).
Esta triada, sólo bipartita para las ciencias mensurables, es: “Cuerpo-Mente-Alma”, unidas, cohabites del ser, integradas e integradoras. Espíritu será la fuerza dinámica que hará la conjunción de éstas: el equilibrio, la armonía y la trascendencia.
Se citó al inició de este articulo la consabida máxima latina: “Mens sana in corpore sano” de las sátiras de Juvenal (Siglo II). Eslogan actual de la unión que hace la ciencia de la psique con la biología. Sin embargo, sigue faltando algo, diremos el pegamento que adhiera definitivamente la una con la otra, y su interacciones termine siendo más provechosa.
Insistimos, “mens sana in corpore sano” no ha sido suficiente para terminar de inspirar la búsqueda de la ciencia más allá de sus hipótesis y paradigmas mensurables, la importancia del equilibrio entre cuerpo y mente, y aunque estos entren en avenencia, falta un elemento fundamental: el alma para lograr el equilibrio y la armonía; salud y trascendencia.
La salud del cuerpo es fundamental, lo mismo la de la mente, pero lo que verdaderamente va a ser determinante es la salud de la persona en su integridad y sobre todo en su dignidad esencial y natural es el alma.
Ahora recuerdo que en la Edad Media, el pensamiento se hizo tan ocioso que se buscó la ubicación exacta del Alma en el Cuerpo, y está se la situó en la "sella turcica", Silla Turca debajo de la hipófisis.
Cuerpo, mente y alma coexisten en el tiempo y en el espacio, aunque a la mente (analogía del pensamiento y el intelecto) se le han atribuido cualidades trascendentes y al cuerpo inmanentes, es decir, separándolos radicalmente en el último momento de la vida biológica, la espiritualidad, y sobre todo la fe en Cristo, nos llevan a superar la brecha dicotómica de la disgregación cuando afirmamos: “Creo en la Resurrección de la carne”.
Si en la muerte no hay dispersión ¿por qué la habría en la vida?
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