domingo, 24 de marzo de 2019

Conversión: De cómo afrontarla

Una Meditación inspirada en el Evangelio de san Lucas 
(13,1-9)
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“Y si no se convierten, perecerán lo mismo” 


Por mucho tiempo me ha rondado la idea de escribir una reflexión que toque el planteamiento de trasfondo que presenta el texto de este Evangelio de Lucas, en particular.

Soy sincero, no sabía cómo empezar; ni si quiera para mi estaba claro la intención de Jesús al decir tan categóricamente lo expresado en este texto que, cito: 
“Perecerán de la misma forma”.
Puedo decir, y sin vanagloria alguna, sino más bien con algo de vergüenza, que han sido muchas las horas dedicadas a la personal reflexión de este texto, sin un resultado que me dejara del todo satisfecho.

A primera vista parece un texto inocente, que no trae mayor complicación: la "Conversión Colectiva" aparece como idea central y casi exclusiva. ¿Para qué, entonces, hacerse más problemas? Pero dejarlo así, sin más, como un llamado a la conversión (aunque colectiva pasa por la individual) un tanto displicente por el referente que usa para hacer el llamado, pues, no resuelve el ruido interior que ha generado. 

Y ahí, justamente aparece el punto, que como ya dije no me ha dejado conforme con tan rápida conclusión.

Sentemos la premisa, ella les ayudará como lo hizo conmigo, a llegar a una conclusión más acorde con la que pudiera haber sido la intención de Cristo, que recoge el texto lucano:

A Jesús, se le presenta una situación, algo compleja, nada difícil de responder y sobre todo por las implicaciones, socio-políticas y religiosas que estaban implicadas en ella; todo un bouquet de complicaciones en una circunstancia que es traída y puesta ante el Señor más como prueba para él que, como validación de su palabra y enseñanza de Maestro. 

Esta situación la describe el texto sagrado en el primer párrafo (primeros versículos): unos galileos, conciudadanos del mismo Jesús y de muchos de los presentes, fueron sacrificados por Pilato; pero no quedó ahí, sino que también, la sangre de éstos fue usada en los ritos religiosos (paganos), una afrenta y una ofensa al “verdadero” culto a Dios; una burla y también una humillación para el pueblo judío sometido al poderío imperial romano.

¿Qué esperaban de Jesús? ¿Acaso una sublevación? ¿Que fuera el mismo Jesús quien liderada una rebelión violenta, justificada por la herejía romana? o tal vez, ¿esos en su tristeza esperaban una palabra de aliento y consuelo; una justificación para aquellos y una exoneración para estos?

Lo que nos deja claro el texto de Lucas es que, Jesús, no da pie para lo primero, y tampoco se queda con una interpretación acomodaticia.

Jesús no se arredra ante el problema que ponen delante suyo, da una explicación del asunto, evidentemente hace una interpretación, lo que no contaban aquellos es que no es lo que esperaban.

Lo que Jesús plantea sin más, y aunque da la impresión de ser displicente, es lo que hoy se diría en forma coloquial:
“Esas cosas pasan”. 
¡Cómo! ¿Cómo? Si, Jesús, no urga en lo filosófico ni en lo existencial, tampoco en lo teológico o religioso, Jesús responde de forma llana y simple. No hay razón alguna que las justifique, no hay una mano misteriosa que las ocasione; no son consecuencias de nada… sólo pasan.

¿Qué tan preparados estamos para reconocer que hay cosas que "solo pasan"?

No, no estamos dispuesto, al menos no parece así ante la cosas que implican grandes tragedias, a reconocer, con ese nivel de serenidad espiritual, que sólo pasan; que no están sujetas a ninguna condición; no son el resultado de la ausencia o de una desmesurada intervención divina, o peor aun, que no hay de fondo en ellas  la intromisión demoníaca que la promueva.

Esta pregunta me la han hecho varias veces, y no he sabido responder satisfactoriamente a ella, al menos no he satisfecho la expectativa del que me la ha planteado en su momento:
¿Por qué a la gente buena le pasan cosas malas? o esta otra que es lo mismo pero formulada diferente: ¿Por qué a los malos les va tan bien? 

 "Así pasa"

En ello no hay premio, ni castigo, no hay ausencia o exceso de intervención sobrenatural; no se justifica desde: “un Dios así lo quiere”; porque no, no es lo que quiere; ni tampoco lo permite “para poner a prueba”; sólo que eso que pasa, cuando pasa, no es de su sutoria, aunque si de su competencia .

Así es esto, así es todo (¿Te estremeces en tu silla?)

Jesús fue el primero en tenerlo claro, muy claro.

Demasiado claro, diría yo aunque me duela el hecho de reconocer que no estaba preparado para eso. Incluso resulta molesto el descaro con el que, luego de dejar expuesto la manera de pensar y sentir de sus interlocutores, sentencia categóricamente algo, que no lo vieron venir ellos; ni tampoco nosotros:
“¿Piensan que eso galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Les digo que no; y si no se convierten, perecerán lo mismo”.
No, no se lo esperaban. No, no nos le esperábamos. Quizá nos hubiese gustado que Jesús ofreciera una explicación más romántica, poética o sapiencial. Pero, no, su conclusión fue profética.

Lo que Jesús tiene muy claro es que Dios, su Padre, no es un “titiritero” que desde el cielo juega a mover los hilos del destino de cada uno. En unos procura fortuna, en otros desgracias. No, Dios no es el que hace que pasen “ciertas” cosas; no es un ente divino que juega a  placer con el destino de la criatura, ni tampoco mira a otra parte para que pasen otras o el desentendido cuando acontecen las de tragedia o dolor.

Lo que si, y ahí no hay lugar a dudas es que Dios, está presente en cada una; nos acompaña en las alegrías y también se hace sentir en las tristezas.

En esta idea insiste en los siguientes versículos del texto y, rápido llegamos a la parábola, una que parece ser añadidura posterior del escritor sagrado, porque no tiene relación que los galileos asesinados o los que murieron en Siloé, pero si con la idea que está en el trasfondo la situación plateada.

Llamado a la Conversión

¿Te has preguntado alguna vez por qué todos tus propósitos de conversión terminan en nada?

¿Cuántas veces no te has hecho promesas, con muy buena intención y gran animo de procurar algunos cambios importantes? ¿Qué ha sido de ellos?

Conversión, si conocemos su significado; y sigue siendo un saludo que damos a los vientos que pasan por nosotros, nos despeinan pero no hacen que pase nada sustancial en nuestra existencia. Todo sigue igual.

Ahí, me entra el susto. Un susto que me da esta parábola de la Higuera; y creo que intuyes la razón. Sí, yo me pregunto, y también te pregunto: ¿hay frutos de conversión en nuestra vida que el Señor a su llegada recoja del árbol de nuestra vida?


¿Será esta la última oportunidad?

No hay más, para seguir fracasando en los intentos de conversión. No hay lugar para seguir dejando pasar el tiempo. La hora es ahora: ¿Estaremos listos?

La razón por la que la mayoría de la veces no conseguimos la conversión es porque está la hacemos desde lo que perdemos o a lo que tenemos que renunciar. A final de cuentas, perder nos cuesta, nos encanta poseer, aunque lo que poseamos no sea siempre grato, constructivo o sano; nos aferramos con fuerza; incluso más si nos lastima y mucho. Caemos en la trampa de decir: “si nos duele es porque nos importa”.

Somos buenos para las escusas y sobre todo para los pretextos.

Si la conversión la viéramos desde lo que vamos a ganar, soltaríamos todo y saldríamos corriendo, en dirección a lo que ella propiciaría en nosotros.

Yerko Reyes Benavides
 @bereyerko       

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