“Señor mío, y Dios mío”
Cada vez que me siento a
escribir estas líneas que les ofrezco a ustedes como una reflexión, medito, pienso y oro con la Palabra de Dios que voy a
compartirles, pues es ella la fuente de la inspiración. Pido al Espíritu Santo los dones de sabiduría, inteligencia y
piedad para que Dios hable directamente al corazón de quienes leen estos
escritos. Y lo hago así porque en mí hay un poquito de Santo Tomás. Si, ese
mismo que dijo, “ver para creer”. La histórica educación escolástica y
alimentada por la formación cartesiana, han hecho de nosotros hombres de razón,
de comprobación, de objetividad, de lo que se puede capturar por los sentidos.
Pedimos pruebas, comprobación de las cosas, establecemos hipótesis para
demostrarlas a través del método científico y si la ecuación no nos funciona desechamos
es resultado. En todos hay un Tomas latente.
No te sorprendas si al
leer estas palabras te veas a ti mismo en algún momento de tu vida, o te
identifiques inmediatamente con ellas, puesto que has pasado, has tenido o
estás teniendo “una crisis de fe”. Han sido tantas las personas que han llegado
a mí pidiéndome un consejo, ayuda, apoyo; unas más desesperadas que otras
dependiendo del grado de culpa que sientan por su “increencia” o su frialdad
espiritual. Nosotros no hemos sido educados para la fe absoluta y ciega,
nuestra cultura pese a haberse construido bajo las sombras del cristianismo
está más orientada a la lógica y a la razón, que a la emoción y al espíritu.
Nos cuesta creer abiertamente y más nos cuesta confiar plenamente. Por eso
tenemos tantos problemas a la hora de engranar nuestra vida cotidiana con la
vida de fe. En vez de ser una amalgama, una unidad y engranaje aceitado y
funcional, coherente; caminan en paralelo y a veces hasta en direcciones
opuestas.
Esta disociación entre
fe y vida, creer y actuar, sentir y pensar, es la manera en la que inconscientemente
muchos han asumida su vida espiritual o su discipulado, no importa si se han
mantenido dentro y cerca de la iglesia o si se han alejado de ella aunque no
hayan renunciado a su catolicismo o cristianismo. Es más fácil no hacerse
preguntas que nos llevaran a buscar, que preguntarse qué nos llevaran a dudar.
Por ahí se dice que no hay mayor felicidad que la ignorancia.
En el 2014 se hizo un
estudio en varios países de América Latina incluyendo a Estados Unidos, los
resultados arrojaron que en el conjunto de los países, sobre todo centro y
suramericanos la religión cristiana católica es la que ocupa el 80% de
integrantes, sin embargo, las expresiones religiosas cristianas han ido fortaleciéndose
en los últimos siete años. Sin embargo, aunque pudiéramos sentirnos orgullosos
de ser todavía mayoría, la cosa no queda así, de ese 80% de católicos sólo son
moderadamente practicantes el 5%, -los de misa dominical, bautizos, matrimonios
y entierros- lo que resulta que sólo el 1% está comprometido realmente con una
práctica de vida cristiana real.
¿Todavía te parece
extraño que el Reino de Dios no se haya instaurado en el mundo? ¿Y el desorden,
las pugnas por el poder el dinero, los privilegios, los odios, los
resentimientos, las envidias, la crueldad, el individualismo, la
despersonalización y la deshumanización imperen y campeen en nuestros días?
Hay razones históricas,
culturales y formativas que nos ayudan a comprender por qué fe y vida caminan
por vías diferentes en el mismo camino, y no terminan de integrarse, para la
mayoría de los cristianos, y digo cristianos porque esto no es sólo un problema
que afecte a la iglesia católica. Pero hay algo que no podemos negar, nuestra
propia negligencia, pereza, indiferencia, apatía en, como diría Jesús: “buscar,
tocar y pedir”.
Cada vez que alguien me
llega a decirme, “tengo problemas de fe”, “me cuesta creer en esto”, “estoy
pasando por un momento de sequedad”, yo en mis adentros me alegro, porque
significa que está caminando, que está buscando, que hay un movimiento interior
impulsado por el Espíritu Santo para sacar a esa persona de apoltronamiento
religioso y de la parálisis espiritual. Lo que si te digo es que no te quedes
con las dudas, pregunta, consulta, pide, toca, busca. No ahogues la flama de la
fe que empieza a querer encenderse hasta provocar un incendio espiritual en tu
corazón.
Por otra parte, Tomás
(tú, yo, el, ella) "Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y
métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente." Esa es la
actitud, Jesús no le recrimina a Tomás su falta de fe, más lo lleva a disipar
todo rastro de incredulidad.
Nos toca ahora a nosotros salir al encuentro del
Señor Resucitado, y decirle: “Señor mío y Dios mío”
Para mí son la excepción los que creen sin haber
visto, pero los hay y los admiro y respeto. Ellos son y serán los dichos del
Señor.
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