“Pruébame tu fe sin obras y
yo te probaré por las obras mi fe” (St. 2,18b).
En días pasados un grupo de personas me pidió que
les hablara sobre “fe y compromiso”, título que identifica este artículo. Lo
primero que idea que cruzó por mi pensamiento fue un interrogante: ¿por qué el
binomio de términos? y esta pregunta me llevó, por consecuencia, a hacerme
algunas más. Planteamientos que serán el tema de desarrollo de estas líneas.
No sé que frecuencia estos términos ocupen espacio
en nuestras conversaciones cotidianas. No se si realmente hoy día, este tema
sea considerado importante como fundamento para la resolución de las grandes
dificultas que atraviesa la humanidad. Lo que si se, es que hay una gran
demanda de fe y una no menos urgente exigencia y búsqueda de compromiso. Eso si
se escucha decir con bastante reiteración.
Por ende, juntar una vez más estos dos términos, no será una tarea
infructuosa, sobre todo si estás líneas animan a la reflexión.
Los términos fe y compromiso por separado,
describen actitudes que están presentes en las personas. Conocemos personas de
fe, es decir, personas que confiesan algún credo o están insertos en alguna
religión. También nos referimos a personas de compromiso, como aquellas que, en
su cotidianidad, responden efectivamente a sus responsabilidades en los
distintos roles y funciones que ejercen. Es así como podemos identificar por
ejemplo a profesionales comprometidos con el ejercicio de su profesión; padres
o madres, comprometidos con sus hijos; activistas sociales, comprometidos con
sus ideales; estudiantes, comprometidos con sus estudios, etc. Así pues, el
término fe representa aquello en lo que creemos y, el término compromiso implica una
determinación, una decisión personal e incluso una opción que orienta y
sostiene un quehacer.
A este punto, cabe hacernos estas preguntas: ¿hoy
día hay, como en muchas otras dimensiones que describen lo humano, una crisis
de fe? ¿El compromiso es un valor ausente, como tanto otros que acompañan a la
mal llamada, “crisis de valores” de nuestra época actual?
Día a día constatamos que le fe sigue estando
presente en las personas, y por otra parte, hay hombres y mujeres comprometidos
en sus quehacer. No falta gente que acuda a las prácticas religiosas o rituales
de las diferentes confesiones religiosas, hay gente en misa y en los cultos.
Día a día vemos que las personas no se quedan en sus casas vegetando cual
plantas, sino que desde muy temprano salen, incluso a regaña dientes a “ganarse
el pan con el sudor de su frente”. Pero esto no es suficiente. Lo sentimos
profundamente, lo intuimos y hasta lo constatamos. Pues el mundo en el que
vivimos no es en todo el que nos satisface plenamente. Hay algo que le falta a
la fe que nos hace rechistar, hay algo a ese compromiso que nos hace demandar
más. ¿Qué es ese algo?
Tanto la fe como el compromiso están invadidos por
las incoherencias y las contradicciones. La fe puramente confesional no
satisface las necesidades del que la confianza, ni de aquel que espera algo de
la persona de fe. El compromiso que se demanda, no es el que se genera
sustentando por la búsqueda de la satisfacción de las propias necesidades
individuales. Es en ese aporte extra donde la fe es fe y el compromiso asumido
es verdaderamente compromiso. Cuando la fe abandona lo individual y se vierte
en el otro y el compromiso se transforma en una donación voluntaria de nuestro
tiempo, de nuestras posesiones, de nuestros talentos. Es ese adicional donde la
fe y el compromiso tienen real sentido y adquieren una cualidad especial, la
capacidad de ser transformadores. Que a la final, su ausencia en ambos, es lo
que nos hacer rechistar.
El problema no lo tiene la fe como término ni como
concepto, lo mismo decimos de el compromiso. El ser humano es el problema. Es
en el cómo asume y vive su fe y es en el cómo se realiza en sus compromisos.
El primer acto liberador personal, entonces será,
hacernos conscientes de cómo vivimos lo que creemos y si lo que creemos es
verdaderamente transformador. De esta epifanía, con toda seguridad saldría el
replanteamiento de las opciones que hacemos en nuestro diario quehacer.
Si ya por separados, estos dos términos, nos han
llevado por est0s caminos. ¿Qué nos dirían si los justamos? ¿Qué consecuencias
traería para nosotros entonces decir y más que decir vivir una “fe
comprometida”? o ¿realizar en el quehacer cotidiano un compromiso de fe? Uno
conlleva al otro.
El mundo definitivamente sería otro si al
compromiso unimos la fe y la fe la unimos al compromiso.
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