domingo, 30 de julio de 2017

Fe y Compromiso

“Pruébame tu fe sin obras y yo te probaré por las obras mi fe” (St. 2,18b).

En días pasados un grupo de personas me pidió que les hablara sobre “fe y compromiso”, título que identifica este artículo. Lo primero que idea que cruzó por mi pensamiento fue un interrogante: ¿por qué el binomio de términos? y esta pregunta me llevó, por consecuencia, a hacerme algunas más. Planteamientos que serán el tema de desarrollo de estas líneas.

No sé que frecuencia estos términos ocupen espacio en nuestras conversaciones cotidianas. No se si realmente hoy día, este tema sea considerado importante como fundamento para la resolución de las grandes dificultas que atraviesa la humanidad. Lo que si se, es que hay una gran demanda de fe y una no menos urgente exigencia y búsqueda de compromiso. Eso si se escucha decir con bastante reiteración.  Por ende, juntar una vez más estos dos términos, no será una tarea infructuosa, sobre todo si estás líneas animan a la reflexión.

Los términos fe y compromiso por separado, describen actitudes que están presentes en las personas. Conocemos personas de fe, es decir, personas que confiesan algún credo o están insertos en alguna religión. También nos referimos a personas de compromiso, como aquellas que, en su cotidianidad, responden efectivamente a sus responsabilidades en los distintos roles y funciones que ejercen. Es así como podemos identificar por ejemplo a profesionales comprometidos con el ejercicio de su profesión; padres o madres, comprometidos con sus hijos; activistas sociales, comprometidos con sus ideales; estudiantes, comprometidos con sus estudios, etc. Así pues, el término fe representa aquello en lo que creemos  y, el término compromiso implica una determinación, una decisión personal e incluso una opción que orienta y sostiene un quehacer.

A este punto, cabe hacernos estas preguntas: ¿hoy día hay, como en muchas otras dimensiones que describen lo humano, una crisis de fe? ¿El compromiso es un valor ausente, como tanto otros que acompañan a la mal llamada, “crisis de valores” de nuestra época actual?

Día a día constatamos que le fe sigue estando presente en las personas, y por otra parte, hay hombres y mujeres comprometidos en sus quehacer. No falta gente que acuda a las prácticas religiosas o rituales de las diferentes confesiones religiosas, hay gente en misa y en los cultos. Día a día vemos que las personas no se quedan en sus casas vegetando cual plantas, sino que desde muy temprano salen, incluso a regaña dientes a “ganarse el pan con el sudor de su frente”. Pero esto no es suficiente. Lo sentimos profundamente, lo intuimos y hasta lo constatamos. Pues el mundo en el que vivimos no es en todo el que nos satisface plenamente. Hay algo que le falta a la fe que nos hace rechistar, hay algo a ese compromiso que nos hace demandar más. ¿Qué es ese algo?

Tanto la fe como el compromiso están invadidos por las incoherencias y las contradicciones. La fe puramente confesional no satisface las necesidades del que la confianza, ni de aquel que espera algo de la persona de fe. El compromiso que se demanda, no es el que se genera sustentando por la búsqueda de la satisfacción de las propias necesidades individuales. Es en ese aporte extra donde la fe es fe y el compromiso asumido es verdaderamente compromiso. Cuando la fe abandona lo individual y se vierte en el otro y el compromiso se transforma en una donación voluntaria de nuestro tiempo, de nuestras posesiones, de nuestros talentos. Es ese adicional donde la fe y el compromiso tienen real sentido y adquieren una cualidad especial, la capacidad de ser transformadores. Que a la final, su ausencia en ambos, es lo que nos hacer rechistar.

El problema no lo tiene la fe como término ni como concepto, lo mismo decimos de el compromiso. El ser humano es el problema. Es en el cómo asume y vive su fe y es en el cómo se realiza en sus compromisos.

El primer acto liberador personal, entonces será, hacernos conscientes de cómo vivimos lo que creemos y si lo que creemos es verdaderamente transformador. De esta epifanía, con toda seguridad saldría el replanteamiento de las opciones que hacemos en nuestro diario quehacer.

Si ya por separados, estos dos términos, nos han llevado por est0s caminos. ¿Qué nos dirían si los justamos? ¿Qué consecuencias traería para nosotros entonces decir y más que decir vivir una “fe comprometida”? o ¿realizar en el quehacer cotidiano un compromiso de fe? Uno conlleva al otro.


El mundo definitivamente sería otro si al compromiso unimos la fe y la fe la unimos al compromiso.

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