Hay libros que se leen
una sola vez, y con eso es suficiente. Otros libros los adquieres porque llamó
tu atención el título, los abres, hojeas algunas de sus páginas y luego los
abandonas en un rincón de tu biblioteca donde el polvo los va consumiendo. Pero
hay libros que los lees una y otra vez y cada vez que los lees descubres que
algo precioso se te había pasado por alto, o no te habías fijado en una frase
en particular que hace volar tu imaginación a una vivencia particular, a un
sentimiento. Ríes, lloras, te emocionas, dejas volar tu imaginación. Te metes
tan de lleno que ya no eres un espectador de la narrativa del autor te
conviertes en un personaje o quizá en el protagonista de la obra. Así son
algunos libros. Además, hay libros que una vez los leíste y les encontraste un
sentido particular que luego, al volverlo a leer te llevan a pensar en algo
nuevo que cambia tu perspectiva. Haz tu lista de libros que son así, que yo
hago la mía. Pero del libro que quiero que tengas en cuenta es El Principito de
Antoine de Saint-Exupéry.
Saint-Exupéry no fue ningún místico, ni religioso, no fue un
poeta, tampoco fue un maestro de la espiritualidad o la oración. Fue un piloto
y un escritor, más identificado con lo primero que con lo segundo, aunque se le
recuerde en la historia como el autor de uno de los libros más extraordinarios
jamás escritos, por la sencillez de su lenguaje y la inocencia de su trama. En
El Principito plasma la nobleza de un corazón inundado por la bondad, la
ternura, la sabia ingenuidad, nos habla de la vida, los sentimientos, la
inteligencia, una vivir que se parece mucho a la mística de Jesús de Nazaret.
Les recomiendo este libro. Si ya lo leyeron, vuélvanlo a leer, si no lo han
leído, léanlo con toda confianza y con el corazón abierto a dejarse invadir de
la ternura de un niño que toca la esencia misma de tu propia niñez interior.
Hablando de Antoine de Saint-Exupéry, cuando Dios quiere
sacar discípulos hasta de los lugares más inesperados nos los presenta, para
que valiéndonos de ellos nosotros también encontremos el camino de la vida, y
una vida en abundancia. Este piloto y escritor nos dejó un tesoro de oración
que hoy quiero compartir contigo. No necesitas ser un maestro de la
espiritualidad para hablar con Dios, un erudito de la mística para sentir a
Dios en tu corazón y hacer sentir a Dios a los que junto a ti están. Sólo
necesitas mirar la vida y de vez en cuando el inmenso y profundo cielo, azul en
el día estrellado en la noche y dejar fluir tu corazón que es capaz de decir:
“No pido milagros y visiones,
Señor, pido la fuerza para la vida diaria. Enséñame
el arte de los pequeños pasos.
Hazme hábil y creativo para notar
a tiempo, en la multiplicidad y variedad de lo cotidiano, los conocimientos y
experiencias que me atañen personalmente.
Ayúdame a distribuir
correctamente mí tiempo: dame la capacidad de distinguir lo esencial de lo
secundario.
Te pido fuerza, autocontrol y
equilibrio para no dejarme llevar por la vida y organizar sabiamente el curso
del día.
Ayúdame a hacer cada cosa de mi
presente lo mejor posible, y a reconocer que esta hora es la más importante.
Guárdame de la ingenua creencia
de que en la vida todo debe salir bien. Otórgame la lucidez de reconocer que
las dificultades, las derrotas y los fracasos son oportunidades en la vida para
crecer y madurar.
Envíame en el momento justo a
alguien que tenga el valor de decirme la verdad con amor. Haz de mí un ser
humano que se sienta unido a los que sufren.
Permíteme entregarles en el
momento preciso un instante de bondad, con o sin palabras. No me des lo que yo
pido, sino lo que necesito. En tus manos me entrego.
¡Enséñame el arte de los pequeños pasos!”.
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