sábado, 8 de julio de 2017

Enséñame el arte de los pequeños pasos

Hay libros que se leen una sola vez, y con eso es suficiente. Otros libros los adquieres porque llamó tu atención el título, los abres, hojeas algunas de sus páginas y luego los abandonas en un rincón de tu biblioteca donde el polvo los va consumiendo. Pero hay libros que los lees una y otra vez y cada vez que los lees descubres que algo precioso se te había pasado por alto, o no te habías fijado en una frase en particular que hace volar tu imaginación a una vivencia particular, a un sentimiento. Ríes, lloras, te emocionas, dejas volar tu imaginación. Te metes tan de lleno que ya no eres un espectador de la narrativa del autor te conviertes en un personaje o quizá en el protagonista de la obra. Así son algunos libros. Además, hay libros que una vez los leíste y les encontraste un sentido particular que luego, al volverlo a leer te llevan a pensar en algo nuevo que cambia tu perspectiva. Haz tu lista de libros que son así, que yo hago la mía. Pero del libro que quiero que tengas en cuenta es El Principito de Antoine de Saint-Exupéry.

Saint-Exupéry no fue ningún místico, ni religioso, no fue un poeta, tampoco fue un maestro de la espiritualidad o la oración. Fue un piloto y un escritor, más identificado con lo primero que con lo segundo, aunque se le recuerde en la historia como el autor de uno de los libros más extraordinarios jamás escritos, por la sencillez de su lenguaje y la inocencia de su trama. En El Principito plasma la nobleza de un corazón inundado por la bondad, la ternura, la sabia ingenuidad, nos habla de la vida, los sentimientos, la inteligencia, una vivir que se parece mucho a la mística de Jesús de Nazaret. Les recomiendo este libro. Si ya lo leyeron, vuélvanlo a leer, si no lo han leído, léanlo con toda confianza y con el corazón abierto a dejarse invadir de la ternura de un niño que toca la esencia misma de tu propia niñez interior.

Hablando de Antoine de Saint-Exupéry, cuando Dios quiere sacar discípulos hasta de los lugares más inesperados nos los presenta, para que valiéndonos de ellos nosotros también encontremos el camino de la vida, y una vida en abundancia. Este piloto y escritor nos dejó un tesoro de oración que hoy quiero compartir contigo. No necesitas ser un maestro de la espiritualidad para hablar con Dios, un erudito de la mística para sentir a Dios en tu corazón y hacer sentir a Dios a los que junto a ti están. Sólo necesitas mirar la vida y de vez en cuando el inmenso y profundo cielo, azul en el día estrellado en la noche y dejar fluir tu corazón que es capaz de decir:



“No pido milagros y visiones, Señor, pido la fuerza para la vida diaria. Enséñame el arte de los pequeños pasos.

Hazme hábil y creativo para notar a tiempo, en la multiplicidad y variedad de lo cotidiano, los conocimientos y experiencias que me atañen personalmente.

Ayúdame a distribuir correctamente mí tiempo: dame la capacidad de distinguir lo esencial de lo secundario.

Te pido fuerza, autocontrol y equilibrio para no dejarme llevar por la vida y organizar sabiamente el curso del día.

Ayúdame a hacer cada cosa de mi presente lo mejor posible, y a reconocer que esta hora es la más importante.

Guárdame de la ingenua creencia de que en la vida todo debe salir bien. Otórgame la lucidez de reconocer que las dificultades, las derrotas y los fracasos son oportunidades en la vida para crecer y madurar.

Envíame en el momento justo a alguien que tenga el valor de decirme la verdad con amor. Haz de mí un ser humano que se sienta unido a los que sufren.

Permíteme entregarles en el momento preciso un instante de bondad, con o sin palabras. No me des lo que yo pido, sino lo que necesito. En tus manos me entrego.


¡Enséñame el arte de los pequeños pasos!”.

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