En este día, antes de celebrar la Solemnidad de la Natividad del Señor, mejor conocida por todos como “Noche Buena”, encendamos la última de la velas de nuestra Corona de Adviento.
Concluimos hoy con nuestro Itinerario de preparación. Cuatro velas cuentan simbólicamente lo que hemos realizado en estas semanas para hacer lugar a Dios en nuestro corazón.
"El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz".
(Is 9,2)
Esa luz la hemos ido encendiendo en nuestra alma mente y corazón de manera paulatina y progresiva (tres velas moradas y una rosada, ya han sido prendidas).
Darle lugar real a Dios en nuestra vida a sido la consigna de este tiempo de preparación, y no sólo hacer un recorrido simbólico; consagrarle al Señor las horas de nuestro tiempo, buscar un lugar de sosiego en el podamos estar solo y a solas con él y con nadie más que con él. Desprendernos de ocupaciones, tareas o incluso ratos de ocio. Buscarlo en el rostro del hermano y también asistirlo en sus necesidades. Sacrificar, si se puede decir así, el afán de despilfarro y valorar y disfrutar de su presencia en la austeridad. Esa es la luz que a tocado nuestro corazón, en estos días.
Cada vela encendida representa una decisión tomada, una práctica espiritual realizada, deseando se aferren en nuestra vida como actitudes nuevas, para una nueva vida, definitivamente arraigada en el amor de Dios.
Encendemos la vela del último día de la preparación, la vela de las Víspera: es la vela cuya luz ha de iluminar nuestra conciencia que nos permitirá, a partir de esta misma noche, emprender con Cristo hecho hombre un camino de libertad interior.
La consiga de este día:
El Amor de Dios en Jesús hecho hombre, que nos ha amado, para que en su amor hagamos nuestro peregrinar en “Libertad de Espíritu”.
Yerko Reyes Benavides
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