martes, 15 de agosto de 2017

A ti, María

Hace algún tiempo escribí esta oración en forma de poema. Incluso este es anterior al primero que compartí con ustedes aquí en la Revista de Espiritualidad.

Aunque no está explícitamente manifestado el nombre de María en él, este poema fue pensado y dedicado a la Santísima Virgen María. Algunos amigos me dicen que la Virgen María siente una predilección especial por mi. Todavía hoy no se si eso será verdad, lo que si se es que Ella ocupa un lugar muy especial en mi corazón. 

Las primicias de todo lo que he comenzado han sido por ella o a través de ella. María, Madre, me ha acompañado en los días de luces con su maternal silencio y en los días de tristeza con su tierna caricia. 

Cada uno tiene una advocación con la que se identifica y a la cual recurre en la oración. La mía podría decirse que me encontró, aunque podría tener varias advocaciones: por mi origen La Virgen del Carmen; por mi adopción, la Virgen de Coromoto; por el lugar donde desempeño el ministerio la Virgen de la Paz; por la influencia de amigos y conocidos: Nuestra Señora de Lourdes, Nuestra Señora de Fátima, La Inmaculada Concepción de la Virgen... Pero la que me cautivo hace varios años: Nuestra Señora de la Dulce Espera. 

No importa el nombre que te demos Madre, todos son perlas de nuestro cariño. Recoge con estas sencillas palabras todo nuestro amor y cariño y, ya que estás en Cielo, alcánzanos la Gracia y el Amor de Dios. Así sea. 

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