lunes, 28 de agosto de 2017

No hay tiempos difíciles para los soñadores

Bastante conocido es esta declamación espiritual y mística de San Agustín expuesta en el libro de sus Confesiones.  El filósofo, el teólogo, el apologeta, el acérrimo defensor de la doctrina de la iglesia frente a las herejías del momento, el obispo, el doctor sagrado y todos los demás títulos con los que conocemos a este santo que siendo añejo sigue teniendo tanta vigencia y marca la pauta en la forma de concebir los diversos misterios de la divinidad; queda opacado ante  el soñador que se abre paso entre todos estos ropajes para, poder así, desnudar su alma ante el Señor y dejarnos el testamento espiritual del hombre amante, amado y amoroso que se reinventa y redescubre en la vivencia de Dios, más íntima que su misma intimidad.



La vigencia del pensamiento de San Agustín es aprovechada por los teólogos, los dogmáticos, los liturgos, los apologetas, el magisterio de la iglesia para anclar la sana doctrina del cristianismo a través del tiempo. Sin embargo, más allá del doctor de los misterios divinos, está el hombre de fe, el hombre del corazón inquieto, el ideal del cristiano, siempre en búsqueda, siempre sediento de la verdad; y para mí el arquetipo del soñador.

Hace poco leía la siguiente frase que describe la tendencia a la extinción de los soñadores sustituidos por los pragmáticos: "son tiempos difíciles para los soñadores". Decir que son tiempos difíciles para los soñadores es situar estos sueños en un momento complejo que sanciona los intentos de cumplirlos y la capacidad misma de soñar. Es decretar la inutilidad de los soñadores, que se abstraen de la realidad para perderse en un mundo de fantasías irrealizables e irreales.

Este tiempo está marcado por el “realismo” que es incapaz de ofrecerle a la humanidad un futuro y que los amarra a una objetividad que lastima la esperanza y evita la más rica de todas las virtudes humanas la de reinventarse y recrearse.

San Agustín, con el cual personalmente me identifico plenamente en humanidad y  me confronto en aspectos doctrinales, es ese soñador que seguimos necesitando ser cada uno de nosotros, para que la humanidad avance, se expanda espiritualmente, se recree, y se trascienda a sí misma. 

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