viernes, 15 de diciembre de 2017

Y vio Dios que era "muy Bueno"

Identidad Humana desde una perspectiva
Antropológica y Espiritual.

“Y así fue. Vio Dios que todo cuanto
Había hecho era muy bueno…” (Gn 1,31)

De inmediato y sin muchos rodeos al decir “ser humano”, se hacer referencia al hombre y la mujer en su diversidad y en su unidad natural; no lo abordamos desde el vínculo que establecen al relacionarse como pareja (nuestra visión antropológica no parte de la complementariedad como ideal), sino en su esencia y unicidad natural, manifiesta en esa diversidad primaria. Tanto en el varón como en la mujer está completa su naturaleza y esencia:

“¿Qué te hace tan dotado de hermosura y a la vez tan lleno de contradicciones?...

A lo largo de la historia has sido una constante de inquietud, pues en cada tiempo has necesitado encontrarte a ti mismo, para comprenderte y abrirte en tu caminar por la historia. 

Nadie hay como tú, tan lleno de interrogantes aun sin resolver, puesto que no has descubierto en ti lo que te hace ser maravilloso, único, y amado profundamente por Dios” 

Hoy y ahora como en todo tiempo, necesitas encontrarte una vez más, para que en esta época brilles con el esplendor de tu auténtica naturaleza, despejado de tantos revestimientos exteriores que no dicen de ti lo que realmente eres, por el contrario se ciernen sobre ti como nubes grises que te esconden. 

Hoy también es necesario preguntarte ¿Quién eres? Y ayudarte a descubrir tu más sublime grandeza.

Vienes agotado pues has puesto y sigues poniendo tu esplendor en aquello con lo que te revistes y, no en lo brota de tu intimidad, de lo profundo de tu ser.

Vienes desgastado por la promesa de bienestar de una civilización moderna, que te ahoga en sus propias demandas de riqueza, poder, prestigio, fama, belleza, que terminan siendo campanas que resuenan ensordecedoras.

Utopías que tú mismo has instalado como determinantes de tu destino y felicidad; inalcanzables puesto que siempre demandan más de ti mismo, y te están llevando a un sinsentido de vida; a una profunda apatía de tu tarea humananizadora, a la indiferencia por la transformación y te estás sumiendo en una profunda desesperanza".


Con el título de este escrito se ha querido proponer una búsqueda, un camino hacia la intimidad del ser; un encuentro en la mismidad del alma, desde una perspectiva que sonará demás conocida, puesto que hace mucho fue propuesto. 

Sin embargo, la árida explicación del origen de la naturaleza humana como especie, sólo se verá enriquecida y elevada si se contempla con ojos de fe; pues únicamente desde esa mirada lo “imposible” de la esencialidad humana desde la perspectiva de las ciencias que dependen del método científico- se revelará con toda claridad y aparecerá como totalmente probable. 

Es una mirada que lleva a mirar profundamente lo más íntimo de la intimidad personal, desde perspectivas aun no abordadas. Esto significa salir de la zona de confort del desinterés existencial. Una visión que ha de llevarte a afrontar los retos de tu propia esencia. Una visión desde la cual escudriñar y contemplar al ser humano en la intimidad de su ser.

“…Y vio que era muy bueno”…

                                                    …con estas palabras concluye el relato de la creación contenida en el primer libro de la Biblia (Gn 1,31). Relato que va narrando la obra creadora de Dios día por día, como una alegoría al acontecimiento cósmico que durante millones de años configuro su propia estructura para albergar la vida como cúspide de su funcionamiento. 

En esa cúspide está el ser humano, dotado de la capacidad de darse cuenta de sí mismo y de su lugar en el universo. A su vez, el Libro del Génesis, así lo expresa con un profundo sentido de fe, desde un pensamiento que no sólo se remite a lo específicamente pragmático de lo demostrable o comprobable, sino que lo inunda de un profundo sentido espiritual. 

Y con esta manera tan peculiar de referirse el Génesis a la configuración del cosmos con todos sus elementos y la vida con el mayor resultado de todo este movimiento universal, expresa allí su bondad y su bien, como obra creada de las manos de Dios. En donde el ser humano ocupará su centro, propósito y sentido. Del ser humano, entonces, el Génesis nos dice que lo hecho por Dios encuentra la máxima expresión de bien y bondad.

Nos cuesta creer de entrada, o quizá al principio nos parezca totalmente acertada esta caracterización del ser humano como algo bueno, y sea después de confrontar esta caracterización con la realidad la que nos hace entrar en dudas y perder la esperanza de que aquello describa las distintas “tragedias” en lo que lo humano está sumido. Tragedias que nos hacen ver la degeneración, la contradicción y el sin sentido de lo humano como realidad natural. Que nos hacen desconfiar de la posibilidad de lo humano como algo “muy bueno” por naturaleza.

Por supuesto que no vamos a caer en la ingenuidad de no sentirnos atrapados por esta “tragedia” pues es parte incluso de nuestra cotidianidad, ahí está palpable, latente, tanto afuera, en lo exterior, en el otro, tanto como en nosotros mismos. Hoy describimos esta tragedia como “desesperanza”. 

Sin embargo, aún sin adentrarnos mucho en interpretaciones complejas de lo que el texto Bíblico expresa (materia de siguientes artículos), hay una invitación implícita en la cita, una visión de lo humano, más allá de lo que nuestra “experiencia” nos refiere. Un quizá, de tanto experimentar vivir como humanos, nos hemos olvidado “ser seres humanos”. Y es una manera de entendernos a nosotros mismos, desde la perspectiva de Dios, como revelación. Puesto que Dios no sólo se revela en la historia a sí mismo, sino que nos revela a nosotros mismos lo que somos en Él.

Esto nos da un punto de arranque, un lugar desde donde asumir el problema de ser humano como pregunta, y los problemas del ser humano en el desarrollo de su existencia temporal y proyectada a la eternidad. 

Cuando el Libro del Génesis nos refiere el acto creador de Dios, en el ser humano, y lo describe como “muy bueno”, inmediatamente lo destaca de todo cuanto había hecho hasta el momento. 

Si revisamos los versículos anteriores, nos daremos cuenta que, al término de cada jornada de la creación, es descrita la satisfacción de Dios por lo hecho, calificándolo de algo “bueno”.

Esto nos está sugiriendo, indiscutiblemente que, hagamos el mismo acto de fe que Dios tuvo en la creación al darle vida al ser humano. Dios creó y en su acto creador, no creo nada que no fuera bueno, al contrario, todo cuando provino de Él, tiene su impronta de bondad de su misma naturaleza y divinidad, y, esta impronta está más fuertemente arraigada en la naturaleza del ser humano que le da identidad propia, pues Él lo creó como algo “muy bueno”.

La bondad y el bien son consecuencias del acto creador de Dios y están, mejor dicho y son, la esencia de la humanidad del ser humano, valga la redundancia. 

Bondad y bien están en todo lo creado y hecho por Él y especialmente en el ser humano. Esto implica que la bondad y el bien para el ser humano no es algo que adquiera o que le venga de afuera, sino que está en sí mismo en estado latente, como algo que busca y descubre; que contempla y desarrolla. Pues al encontrarse a sí mismo, encuentra a Dios en Él. Este es el salto de fe que hacemos, que la validación de nuestra bondad y bien no está lejos o fuera de nosotros mismos, sino en nuestra propia naturaleza. 

Hace poco leía un libro titulado “El filósofo y el Lobo”, un bestseller, según la crítica que se le hacía a esta obra literaria, de un joven filósofo contemporáneo, en donde presenta una visión fatalista del ser humano, y en cierta forma, desde esa visión donde se describe al ser humano como un ser despojado de toda bondad y bien, se justifica la tragedia de su existencia y el esfuerzo que éste hace para no sucumbir a su propia naturaleza destrozada. 

Innegable verdad descrita en la visión desde un humanismo fatalista si nos dedicamos seriamente a hacer un balance de la actividad humana. Encontraremos demasiados ejemplos que justifiquen tal pesimismo, e incluso llegaremos a coincidir con este autor, en su inevitable conclusión: el ser humano mientras existe va llevando en sí mismo el peso de su existencia y esto implica una lucha constante para no dejarse abatir en su tragedia.

Entonces, si así están las cosas, si la desesperanza está tan arraigada en la naturaleza del hombre y la mujer de hoy: ¿No sería preferible partir desde esta visión, ya que explica mejor la sequedad del espíritu en el que se vive hoy? (además hay un sinnúmero de intelectuales que acordarían con esta visión, puesto que mejor explica el acontecer de lo humano hoy día). 

No, no partimos desde ella por la misma razón por la cual hoy necesitamos una renovación de lo humano. Al mirarnos desde afuera, con otros ojos, con otra visión y con otro entendimiento de nuestra propia naturaleza, nos permite iniciar un proceso de transformación que va a acontecer no fuera de nosotros sino dentro de nosotros. 

Cambiar el paradigma de interpretación implica, preguntarnos como se me ve desde fuera, sin embargo esta mirada no es una mirada que se queda en lo externo, y tampoco la pregunta está dirigida a otro igual a mí. Así que el único que me puede contemplarme en mi más intima intimidad es Dios. Entonces, puedo verme a mismo como me ve Dios: en mi esencia, en mi naturaleza, en mi intimidad. 

Esta mirada no se logra sino desde la fe, dese la confianza en un acto creador que constituyo la bondad como característica definitoria de la esencialidad de lo creado y más en la naturaleza humana. Es contemplación que parte de la fe que, pero no se queda atrapada en ella, sino que confronta al ser humano desde su ser a su quehacer y lo lleva a una valoración ética de su coherencia y conexión entre su ser y su hacer (confrontación existencial y trascendental). 

Es ver si lo que hacemos expresa lo que somos, y lo que somos sólo lo comprendemos si encontramos a Dios en la intimidad de nuestros ser ya que quien nos da identidad es Él. Una identidad que no se queda restringida a la inmanencia de lo mundano sino que se abre como un a flor a la trascendencia de la eternidad: Pues lo que somos, los seremos aún más y mejor, en la eternidad que ya es parte de nuestra propia existencia.

No renunciamos en ningún modo al arduo trabajo de encontrarnos a nosotros mismos. Sin embargo es necesario que demos un salto de “fe”, un salto que nos llevará a asumir nuestra propia naturaleza en su esencialidad y en su pertenencia a Dios, pertenencia que es libertad, voluntad y libre albedrío. Precisamente donde más se manifiesta el acto de fe que Dios mismo hace al creer en nosotros y en nuestra posibilidad interior y espiritual. Esto quiere decir, que Dios cree en nuestra humanidad más de lo que nosotros mismos creemos en ella. Y al no creer no la hemos descubierto en toda su amplitud y no la hemos expandido en todo su alcance. 


Hagamos juntos un primer ejercicio de meditación y reflexión. Preguntemos cuán conscientes estamos de nuestra propia bondad, cuánto se manifiesta en nuestro quehacer, qué la dificulta, qué la limita, qué la detiene. Y preguntemos también cuán difícil resulta creer en la misma bondad natural del otro, de aquel que no soy yo. 

Mientras vas haciendo este ejercicio, no dejes de repetir, como un eco de tu propia consciencia: Y vio Dios que cuanto había hecho era “muy bueno”. Esta será la puerta de entrada que permitirá adentrar al intelecto a lo profundo de la propia humanidad. Más allá de la tragedia personal o colectiva. 

La Biblia nos ofrece una entrada magnifica, mística si se quiere, para comprendernos a nosotros mismos, para encontrarnos, en nuestro ser, en nuestra esencia, en nuestra intimidad espíritu-corporal. 

La pregunta por el ser humano, ha sido una constante en la historia, y más que la pregunta las respuestas dadas, puesto que en cada época y en cada tiempo, el ser humano, ha necesitado reencontrarse a sí mismo en medio de la amplitud de lo que lo rodea, ya que es el único ser que necesita sentido de existencia, propósito de vida, proyección en el tiempo y trascendencia de este. 

Se dice, según una investigación reciente que sólo el 10 por ciento de la humanidad se ha alguna vez formulado esta pregunta por su esencia y naturaleza a lo largo de su vida, sin embargo, ¡cuánta falta hace la respuesta!

Hay una respuesta que comienza con un “Y vio Dios que era muy bueno”.

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