“Señor", “Señor”, ¿cuántas veces he utilizado este nombre para dirigirme a ti, sin la más mínima intención de replegar mi voluntad a la tuya, y así alinear mi corazón con el tuyo?
¿Cuántas veces, ese "Señor", no te ha resultado agrio en tus labios?, labios que besan con ternura mi alma, resquebrajando en cada beso la coraza de escusas, escrúpulos, devociones, ritos que se interponen entre tú y yo.
Y yo, ausente de mi alma, me empeño en seguir llamándote "Señor", porque es más fácil de esa forma.
En el "Señor", "Señor", yo te convierto en responsable de mi existir, y a ti te echo la culpa de mis fracasos, de mis dolores, de mis temores, de mis caídas, de mis duelos y enfermedades, en definitiva de la tragedia de lo humano en mí.
Cuando con más insistencia te llamo "Señor", "Señor", más te alejas de mi, y yo más desesperadamente grito hacia afuera, a ver si así me escuchas y me humillo, buscando la piedad del "amo".
Cristo, conviértete en mi Amado, para que tus besos en mi alma, día a día concedidos en el albor de la mañana sigan resquebrajando la coraza que impide desplegar la fuerza del amor, de tu Amor en mí contenida y atrapada.
Amado mío, nunca más "Señor"… en tu amor quiero expandir mi alma hasta alcanzar la totalidad, donde no hay amado y amante, sino sólo Amor”.
“Amado mío, sostenme en tu Amor”.
Amén
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