lunes, 25 de diciembre de 2017

Arrebátame, con María en tí.

Creo, Señor,
pero ayúdame en mi incredulidad y en mis incertidumbres.

Fe, Señor. La fe de María,
es todo lo que tengo y, de lo que adolezco.

Fe, Señor, en las horas aciagas,
para no desfallecer y sentirme en el caos, perdido, sin ti.

Fe, Señor, para hacer del caos ocasión de infinita transformación interior.

Fe para no perder el suave silencio,
del  murmullo indetenible de tu corazón en el mío,
que me guíe en la soledad y me de calma en el desasosiego
de un pensamiento inquieto e intranquilo.

Fe, Señor para verte sin tener la urgencia de tenerte delante.

Fe para no sentir la necesidad de palpar tu espalda, por mi azotada;
ni la irreverencia de constatar las heridas de tu Amor por mí, en tus manos, píes y costado.

Fe, para acariciar tu rostro,
como María, lo hizo al pie de la cruz,
para darte el ánimo de exhalar el último suspiro de amor,
por la humanidad y, hacer lo mismo con el mío.

Fe, Señor, la fe de María, para hacer de lo imposible: posible;
de lo improbable: probable y más allá de la nada, el todo.

La fe de los realizables, de lo trascendente.

Fe, Señor, para amarte y que en el amor me inserte ya, de una vez,
sin dilación ni demora, en ti, en tu divinidad;

Fe, Señor, la fe de María, de tal manera que lo que espero, ya no lo desee,
ni lo que anhelo lo espere.

Fe, Señor, más fe, mucha más; que la necesito, para seguir en peregrinar,
aun en la oscuridad de un amanecer soñado y renovado.

La fe de María, ni más ni menos;
la Dulce Muchacha de Nazaret que,
sin miedo y temor, se consagró por entero a ti,
hasta que tu amor la arrebato a tu presencia en la eternidad.

Arrebátame, junto a Ella Contigo.

Fe, Señor...


Yerko Reyes Benavides

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