lunes, 6 de noviembre de 2017

Espiritualidad: En el Espejo de la Eternidad

Cuando tu alma está en armonía con tu cuerpo y con tu mente, todo tu ser trasluce la gracia de Dios en la cual se arraigan el sosiego y la serenidad que brota hasta por los poros de la piel. 

Sin ir a la figurativa narrativa de los Evangelios todo el ser se trasfigura y revela ante el mundo su esencia divina, esa huella en el ser humano que pertenece a Dios y que le confió  como su insigne portador y que no se reduce a un instante, a un breve momento, como si se tratase de un suspiro de lo que se será y todavía no se es; sino que se vuelve permanente.  

Esas situaciones espirituales no son fortuitas, ni se dan por casualidad. Habrá momentos particulares en los que se manifestará de forma excepcional, en donde será inevitable sentirse arrebatado por el amor del Amado y el alma cantará la gloría y la grandeza de Dios, así como lo hizo María, la Dulce Muchacha de Nazaret. 

Sin embargo, la serenidad espiritual, el sosiego del alma, la tranquilidad y sobre todo la armonización de la triada: alma, cuerpo y mente, serán el resultado de la búsqueda consciente de fortalecimiento del Espíritu en la vida y la profundización en un vínculo de Amor con Dios. 

Esta armonización es la consecuencia consciente de ir a través de la gracia del Espíritu Santo, dándole valor y sentido a cada una de las dimensiones de nuestro ser, las que identifican nuestra naturaleza y definen nuestra esencia. 

Ninguna niega a la otra; ninguna extirpa a la otra como si no la necesitara, ni tampoco una está por encima de las demás como en una pirámide de jerarquías. Todas se necesitan, son parte de un todo, que al sumarse son más que el todo en sí mismo. 

El alma no es una entidad aparte del cuerpo, ni está por encima del cuerpo, depende de este y trasciende con él las realidades materiales, así como también lo hace con la mente en donde se integran las ideas-pensamientos y las emociones-sentimientos.

La espiritualidad nacida del testimonio de Cristo nos lleva a contemplar la trascendencia como un camino que se recorre con los pies en la tierra –esta tierra, este mundo-, los ojos en el horizonte de la vida en plenitud y el corazón en el Reino.

Cuando cuerpo, mente y alma entran en homeóstasis  suceden cosas extraordinarias, hay serenidad no sólo espiritual sino también corporal, el mismo cuerpo se equilibra segregando los químicos necesarios para la curación, la reparación y la restauración orgánica y psicológica.

Darnos la oportunidad de dedicar tiempo al cultivo de las mociones del Espíritu en el interior de cada uno no sólo propicia benefició bio-psico-químicos, como es el gran discurso mediático que ahora habla de espiritualidad como en otrora se hablaba del poder de la razón como vía de realización de la persona. 

¿Cómo se logra esto? A diferencia de las “espiritualidades exprés” del mercado, una verdadera espiritualidad no se entiende sino como un “itinerario”, un “proceso”, “un camino”; a mí en particular me gusta el significado bíblico que le da a la espiritualidad el término “peregrinar”. No hay recetas, no hay récipes ni mucho menos fórmulas estandarizadas. Lo que le funciono a uno, no necesariamente le funcionara a otro. Sin embargo fijándonos en los grandes maestros de la mística podremos decir que hay elementos comunes: uno de ellos “la meditación”. 

Sin la meditación no podremos llegar a contemplar la vida propia con los ojos de Dios. Mirarnos como Dios nos mira, y sobre todo amarnos a nosotros mismos como Dios nos ama, con el amor de Dios; para que amándonos con ese amor y de esa manera puedams amar a los demás como Dios a ellos los ama. 

Justamente en los momentos de meditación podremos empatizar espiritualmente con Santa Clara para llegar a la comprensión espiritual e intelectual con el que su ser vibro al dejar huella de su intimación divina al contemplarse sintiendo lo que sienten los amigos de Dios (el eterno amor). Horas y horas de discusión y especulación teológica se quedan anonadadas ante un chispazo de la elevación espiritual y la contemplación trascendental. 

¿Me he mirado en el espejo de la eternidad? 

No, no con frecuencia, no como debería, seguirá siendo un desafío espiritual para las horas de meditación y contemplación.


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