martes, 21 de noviembre de 2017

A Dios también se llega por otros Caminos

No hace mucho, a propósito de una meditación realizada, de una conferencia o de una charla, la verdad no recuerdo bien, y para el caso no importa, decía: “Los católicos hemos tenido la presunción histórica de pretender la exclusividad de Dios”.

Esta arrogancia se origino bien temprano en el caminar histórico de una iglesia que nació bajo la particularidad de aquel a quien representa nunca fue cristiano y, además, según sus propias palabras “no había venido a abolir ni la ley ni los profetas” (Mt 5,17) y, que participando activamente de un judaísmo de los más conservador -dadas las circunstancias de ser una religión que se debatía para mantenerse  a flote frente al panteísmo romano y griego, culturas dominantes del momento-, expandió su intelecto y abrazó con ternura y amor a aquellos que incluso no pertenecían a la selecta casta del “pueblo de Dios”; hablamos por su puesto de Jesús de Nazaret.

Esta joya de la petulancia humana, vanidad y orgullo se la debemos a San Cipriano de Cartago, obispo del Siglo III con su frase inmortalizada posteriormente: “Extra Ecclesiam nulla salus”, lo que significa, “Fuera de la Iglesia no hay salvación”.

Desde el Siglo III la iglesia viene arrastrando su teológica soberbia de creer que ha tenido la “exclusividad divina”. Y, Dios, en su eternidad asombrado viendo pasar los años venideros y, los siglos posteriores, y aun con todo el bagaje de experiencia acumulada poco o nada entiende que Él actúa donde quiere, cuando quiere y con quien quiere.

Diecisiete siglos transcurrieron para que Lumen Gentium, abriera ligeramente la ventana, por la cual creyó, la iglesia, que se le había escapado Dios, cuando siempre estuvo tan libre para actuar a sus anchas que no se dio cuenta de las lecciones venidas desde otros lados.

Al contrario de lo esperado, entro un poquito de aire renovador, que puso en paz a un Papa visionario en su tosquedad, pero irremediablemente asistido por la gracia del Espíritu Santo: San Juan XXIII.

No pretendo hacer un recuento histórico de esta pretensión fallida de dogmatización que mantuvo atrapado a los cristianos en su propia vanidad, mientras Dios mostraba el camino de la salvación a los hombres desde todos los lugares y ambientes que le fue posible; y a pesar de a quién le duela, todavía lo sigue haciendo.

Desde el Papa Inocencio III (1198-1216), por hacer referencias históricas puntuales: “Con nuestros corazones creemos y con nuestros labios confesamos solo una Iglesia, no aquella de los herejes, sino la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana, fuera de la cual creemos que no hay salvación”; pasando por el Cuarto Concilio de Letrán (1215): “Hay solo un Iglesia Universal de los fieles, fuera de la cual nadie está a salvo”; llegando a épocas más recientes con el Papa Pio X (1903-1914) en su Encíclica Jucunda Sane: “Es nuestro deber el recordar a los grandes y pequeños, tal como el Santo Pontífice Gregorio hizo hace años atrás, la absoluta necesidad nuestra de recurrir a la Iglesia para efectuar nuestra salvación eterna”.

Y todavía más. Mientras el mundo intentaba levantarse del horror que significó el totalitarismo, la absolutización de las ideas, y el fanatismo ideológico que devino en los horrores de la II Guerra Mundial y sus campos de concentración y de exterminio; el Holocausto, con millones de muertes en fracciones de segundo, por las dos bombas atómicas lanzadas contra inocentes campesinos. La iglesia insistía en la figura del Papa Pio XII (1939-1953): “Por mandato divino la interprete y la guardiana de las Escrituras, y la depositaria de la Sagrada Tradición que vive en ella, la Iglesia por si sola es la entrada a la salvación: Ella sola, por sí misma, y bajo la protección y la guía del Espíritu Santo, es la fuente de la verdad” (Discurso a la Universidad Gregoriana 17 de octubre de 1953).

Al otro lado de las murallas de la Iglesia, Dios mantenía hermosos diálogos con los hombres y mujeres de todos los pueblos, razas, culturas, estratos sociales, estatus, pensamientos, incluso religiones. Dios se dejaba encontrar por aquellos que levantaban la mirada al cielo, trascendiendo las prescripciones de las legitimaciones humanas, elevando sus  espíritus por encima de las ataduras dogmáticas; penetrando en los más profundo de sus intimidades donde la mano de los absurdos radicalismos no alcanza para detener los encuentros de amantes furtivos de las almas con su Amado: Dios.

«Dentro de mí hay un pozo muy profundo. Y ahí dentro está Dios. A veces me es accesible. Pero a menudo hay piedras y escombros taponando ese pozo y entonces Dios está enterrado. Hay que desenterrarlo de nuevo».(26 de agosto 1941).

«Por entonces no tenía yo muy claro cómo debía ser ese proceso, pero ha ocurrido, aunque no sé describir cómo. Él también ha sabido poner en su sitio correspondiente todas las cosas que ya estaban en mí. Es como en un rompecabezas: las piezas se encontraban esparcidas y él las ha unido en un conjunto con pleno sentido.» (16 de marzo 1941).

«Pero cuando me encuentro acostada así, tan intensamente presente y distendida a la vez, y tan desbordante de gratitud por todo, es como si  estuviera en comunión con… sí, ¿con qué? Con la tierra, con el cielo, con Dios, con todo» (22 de febrero 1942).

Vaticano II significó abrazar una realidad, para reconciliarse con ella y luego abrir los brazos para que pudiera volar alto y lejos a pesar de que intentó por siglos apoderarse de ella, poseerla como su único y auténtico dueño. Tanto apego tenía que a pesar de extender los brazos no la pudo soltar totalmente.

No obstante años antes ya un corazón inquieto había descubierto lo que todavía no ha logrado infundir en el ánimo de los hombres Lumen Gentium:

«Si una flor me parece hermosa, lo que más me gustaría hacer es apretarla contra mi pecho o comérmela. Si se trata de algo de mayor tamaño resulta más difícil, pero el sentimiento es el mismo. Antes era demasiado sensual, casi diría que estaba demasiado centrada en un “querer-tener”. Anhelaba físicamente lo que me parecía hermoso, lo quería poseer. Por eso siempre tenía ese sentimiento de deseo que nunca pude satisfacer; la nostalgia de algo que me parecía inalcanzable… De repente todo eso ha cambiado, no sé por qué tipo de proceso interior, pero ha cambiado» (16 de marzo 1941).

Vaticano II no pudo, ensanchar definitivamente las puertas de su teología, sometida al Magisterio y la Tradición. No se dio permiso para liberarse a sí misma del peso de llevar sobre sus hombros la Cruz que recogió en el Gólgota dejada por Cristo tras su muerte y resurrección. Asumió para si un misión que nunca le correspondió: “cargar la Cruz” de una Salvación que ya en Cristo fue definitivamente realizada una vez en la historia y para siempre, por toda la eternidad.

“El sagrado Concilio pone ante todo su atención en los fieles católicos y enseña, fundado en la Escritura y en la Tradición, que esta Iglesia peregrina es necesaria para la Salvación. Pues solamente Cristo es el Mediador y el camino de la salvación, presente a nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia, y El, inculcando con palabras concretas la necesidad de la fe y del bautismo (cf. Mc., 16,16; Jn., 3,5), confirmó a un tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que los hombres entran por el bautismo como puerta obligada. Por lo cual no podrían salvarse quienes, sabiendo que la Iglesia católica fue instituida por Jesucristo como necesaria, rehusaran entrar o no quisieran permanecer en ella” (LG 14).

Maximiliano María Kolbe (1894-1941), Edith Stain (1981-1942), Etty Hillesum (1914-1943) tienen en común Auschwitz, el martirio, la santidad, la espiritualidad y la mística. Un diálogo intenso, profundamente íntimo, con el único Dios, el mismo que les llamó a los tres a vivir de manera extraordinaria la peor de las circunstancias:

«Será preciso que alguien sobreviva para atestiguar que Dios estaba vivo incluso en un tiempo como el nuestro. ¿Y por qué no habría de ser yo ese testigo?»

La humanidad está olvidando con rapidez los 72.604.600 millones de víctimas TOTAL de la II Guerra mundial, el 3,75% de la población total del planeta en ese momento.

Hoy vuelve la humanidad a dar visos de perderse en el exterior de sus individualismos, indiferencias, apatías e incluso fanatismos ideológicos, los mismos que originaron la “muerte de Dios” en más de 72 millones de personas entre 1939 y 1945.

El orgullo y la egolatría van de la mano camino ocasionando la desnaturalización de la existencia humana. Ni el peor de los horrores vividos permanece tanto tiempo en la memoria de la humanidad como para hacerla retroceder en sus pretensiones de hacer volver  los absolutismos y totalitarismos.

El camino a la transformación definitiva de la humanidad no vendrá del mundo y sus infatuaciones. No será el dinero, ni el poder el que conquiste la paz, la libertad, la equidad, el bien común y compartido de los más de 7 mil millones de seres humanos. La alternativa no es un nuevo partido para que gobierne y haga los cambios que el anterior no hizo.

Sólo cuando el hombre se encuentre a sí mismo en las inmensidades de su ser, sólo así encontrará el camino que lo llevará de vuelta a su existencia en plenitud en la casa de Dios en lo más íntimo de su existir y vivir. Desde allí construirá el mundo que siempre fue suyo, al que quiso poseer por la fuerza, al que pretendió dominar con violencia, aunque estuviera desde el principio rendido a su pies para ayudarlo a expandir su naturaleza al máximo esplender de su belleza.

“Incluso de los campos de concentración deben irradiarse nuevos pensamientos hacia el exterior, nuevas perspectivas deben expandir claridad en torno a ello, por encima de las alambradas de espinos, y habrán de juntarse con otras perspectivas conquistadas a fuerza de tanta sangre y bajo circunstancias cada vez más adversas. Y desde la base social de una búsqueda sincera de respuestas esclarecedoras a estos sucesos enigmáticos quizá esta vida sin sentido podría dar una razonable paso hacia delante.»

Desde los campos de concentración contemporáneos, no menos barbaros que los de antes, donde se sacrifica ahora el ser por el aparecer y el poseer, donde la indolencia y la indiferencia es aún peor que las cámaras de gas de los 58 campos de concentración nazis, puesto que aquellos que morían en ellas tenían la esperanza de que aquel sufrimiento pronto terminaría, mas los de hoy se prolongan interminablemente haciendo la agonía una tortura interminable. 

La figura del torturador trasmuto, ya no es el típico hombre encapuchado con el hacha en la mano; ahora es el que mira sin ver, el que pasa por encima del indigente y de paso se molesta con él porque está atravesado en su camino. Al torturador de hoy no le interesa saber del sufrimiento más cuando solo éste toca a su puerta.

No Etty, la humanidad no ha sabido leer tu historia, se ha saltado páginas. Se ha olvidado de ustedes. Hoy te recordamos, hora te re-descubrimos, hoy buscamos extasiarnos con las profundidades de Dios hecho vida en ti.  

Háblanos desde las hondonadas de tu corazón que consiguió conquistar el Amor de Dios aun en la más terrible de todas las agonías. Platícanos de cómo hacer el viaje al ser por el hacer y cuando lleguemos ahí poder dejar atrás cuanto impide la realización plena de la existencia humana.

Etty, tú nos recordaste que Dios no ha muerto. Nos dijiste que a Dios se le consigue en los caminos de la sensibilidad interior, en las aguas de la espiritualidad que hace abrir los ojos a las realidades divinamente humanas, donde el ser del hombre se une con el ser de Dios en la pasión del amor que engendra nuevas realidades.  

Etty necesitamos encontrar la libertad de espíritu que tú conquistaste cuando pretendieron encarcelar tu existencia. 

«La arteria principal de mi vida ya va por delante de mí y ha ingresado en otro mundo. Es como si todo lo que está sucediendo y por suceder ya se hubiese fundido en mi ser; lo asimilé, lo sobreviví y ya construyo la sociedad nueva que habrá de venir después de ésta»
Etty Hillesum 3 de julio de 1943

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