De repente quede pasmado, sin
poder moverme, sin la capacidad de darle crédito a lo que por mi corazón y mis
pensamientos estaba pasando. Entendí, comprendí, pero no como un acto racional,
estrictamente cognitivo; no era yo el cognoscente de la realidad que paralizó
por un instante mi corazón. Allí estaba, al fin la respuesta a una pregunta que
jamás me formulé, pero que buscaba desesperadamente.
Estaba concentrado dejándome llevar
por la melodía interna de una canción cuya letra apenas si logro entender –portugués-
idioma que lo leo bastante bien, lo entiendo un poco menos cuando me lo hablan;
pero si hay un lenguaje universal, aquel que algún momento unió a todos los
pueblos de la tierra en una sola nación y que al querer alcanzar el trono de
Dios los dispersó éste, confundiendo su lenguaje y otorgándole a cada grupo un
dialecto diferente; aquello que se perdió en Babel (Gn 11,1-9), lo rescató el arte, la
música.
Una melodía cuando es bella
no importa si está en alemán, francés, inglés, portugués, chino o japonés. La
música habla y toca la fibra íntima del alma, aquella que es capaz de entender
lo que el intelecto con toda su capacidad jamás podrá. Una persona dotada de un
IQ sobresaliente podrá aprender 10 quizá
16 idiomas; sin embargo, hay un lenguaje que no se aprende con el intelecto,
sino con el alma y el corazón, ese es el lenguaje con el que Dios se comunica con
cada persona; la música, el ritmo, la melodía, las tonadas, los altos, los
bajos, se introyectan mejor hacia el alma que un magistral discurso: El Verbo
se vuelve melodía. Por eso los niños no caminan bailan al ritmo de su melodía interior.
Dios
se comunica a través del arte, de la música, de la danza, de la pintura y la
escultura. Es en verdad un lenguaje universal. Lo que me deja un
poquito intrigado es qué quiso decirnos Dios con las obras de Picasso. Pero bueno,
esas son aguas de otro afluente.
Con la melodía retumbando en
las paredes del alma, la manzana cayó en mi cabeza: el amor no depende de ti
aunque te incluye, depende entera y completamente de mí. Una sensación de escalofríos
rápidamente recorrió mi cuerpo, como si se rebelase ante la idea. Lo primero
que la experiencia te enseña que el amor para que valga la pena ha de ser
recíproco.
¿Para qué amar si no vas a ser amado? Por el amor mismo; por el gozo de amar, por el placer –si lo escribí bien- el placer de amar, porque el amor es placentero.
¿Para qué amar si no vas a ser amado? Por el amor mismo; por el gozo de amar, por el placer –si lo escribí bien- el placer de amar, porque el amor es placentero.
Llevaba mucho tiempo preguntándome por qué Jesús se entregó voluntariamente, sin oponer resistencia, casi
apurando a sus verdugos para que adelantaran la hora de su agonía ¿Estaba desquiciado?
Las explicaciones dadas, encontradas y leídas jamás me satisficieron. Pero la
respuesta está ahí, en la esencia del
amor.
Se
ama por el arte de amar. Porque no se puede hacer otra cosa que amar cuando se
ha rasguñado la esencia de Dios: “Dios es amor” (1Jn
4,8). Es ahí donde el alma descansa de su agonía, porque no “necesita”
reciprocidad para existir; no demanda el amor del amado, sino que lo espera con
paciencia, lo anhela con ternura, lo incita sí, mas no lo obliga.
El amor no es una obligación, una tarea, o un deber, cuando el amor se convierte en una de esas tres cosas entonces pesa, se desfigura y se desvanece ante los escrúpulos, los sentimientos de culpa, el hastió y el tedio… Desaparece y se vuelve rutina. El amor deja de ser fuente de alegría.
El amor no es una obligación, una tarea, o un deber, cuando el amor se convierte en una de esas tres cosas entonces pesa, se desfigura y se desvanece ante los escrúpulos, los sentimientos de culpa, el hastió y el tedio… Desaparece y se vuelve rutina. El amor deja de ser fuente de alegría.
Aunque suena extraño, ilógico
e irracional, pero lo que me paralizo fue el descubrir la libertad del amor: No te necesito para amarte, te amo porque
quiero amarte, porque en el amor hacia ti me edifica, me levanta, me renueva, me
libera y si tú me acompañas también a ti te pasará, no porque tengas
necesidad de mí para amar, sino porque tú también te liberas amándome. Como te liberas ante el Creador de la melodía que hay en tu interior.
El amor entonces no es una
prisión, una debilidad de la humanidad como alguna vez leí de un autor que no
me acuerdo su nombre, como te pasará a ti conmigo, pero lo importante es que
con el tiempo recordarás haber leído esto: que “el amor es el signo más
evidente de la debilidad del ser humano”. Pues no. No es así.
Al contrario, el amor es el
signo más evidente de que el hombre no queda atrapado dentro de los límites del
tiempo y del espacio, sino que es por naturaleza apto a la trascendencia a la
eternidad. Con esa convicción fue Jesús a la Cruz y de Jesús como un capullo,
en la Cruz se encumbró sobre todos los
hombres en y por el amor, y luego del
vientre en gestación por la agonía y el parto de la muerte en Cruz, la oruga desplegó eternamente sus alas; su
nombre: Cristo, el Señor.
Ama
y se libre, ama por que sí, si razón, sin argumentos, sin lógica. Ama porque el
amor es un arte y todo arte tiene su forma de expresarse, pero también tiene
técnicas de cómo aprenderse. Ama, porque amando sientes paz
interior.
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“Eu quero ser pra você A confiança, o
que te faz Te faz sonhar todo dia Sabendo que pode mais”. Un pedacito de la canción.
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