miércoles, 25 de octubre de 2017

¿Cuándo es tarde?

"Una noche soñé lo que creí era improbable. 
A ti, mi Señor, te soñé.
Y ahora, sólo quiero que pronto llegue la noche"

La mayoría de los sueños son expresiones del yo interno, en el que el "yo" realiza aquello que en vigilia se anhela. En los sueños se cumplen deseos, se encuentran las respuesta (a veces inimaginables si estamos despiertos) a problemas que en estado conscientes no podemos llegar  -y aparecen ahí delante de nosotros-, se expresan los temores, se ponen a prueba las fobias.  

En los sueños somos quienes queremos ser (intuitivos y no tan racionales), vamos a donde nos gusta, hacemos lo que nos agrada, tenemos incluso poderes especiales para afrontar las dificultades cotidianas, a las que el inconsciente convierte en monstruos en nuestro onírica faena. 

Así que pues, mucho de lo que pasa en los sueños no es sólo fantasía o simple imaginación, son el lenguaje que utiliza nuestro yo interior para comunicarse con nosotros, y de ahí la necesidad de prestarles atención.

Aunque la ciencia nos diga que no hay noches sin sueños, muchas veces nos pasa que despertamos y de sueños nada; ni si quiera nos damos a la tarea, aunque sea por un instante de pensar si soñamos o no. Así pasa la mayoría de las noches, pero, les cuento, lo que me paso al despertar un día: aquella noche soñé lo que cría impensable, ¡y vaya que he tenido sueños locos!pero así son los sueño; a veces raros, a veces extravagantes, a veces dan miedo y a veces son hermosos... aquella noche soñé que hablé con Dios.

El problema que tienen los sueños que al despertar no se recuerdan exactamente  como se soñaron, en el paso de la inconsciencia del dormir a la consciencia de estado de vigilia, una gran parte del sueño se olvida o incluso todo se vela, lamentablemente se pierde.

Del sueño, en cuestión, recuerdo momentos fugases, como pequeñísimas memorias de haber vivido eso, de haber sentido aquello, pero sobre todo de haber estado antes ahí, en ese lugar y con esa persona, que no me resultaba desconocida, ni me infundía temor alguno; fue la sensación de estar con alguien con el se ha estado toda la vida. 

No vi nubes, no vi cielos, tampoco portones o dinteles, ni moradas o palacios, sólo lo vi a él, más no puedo decir cómo es, no había rostro, no porque no tuviera, ni porque no me lo quisiera mostrar, al contrario él me decía: “Mírame” y yo le decía: “No necesito ver, solo escuchar", y yo insistía:  "Tengo una pregunta que hacer”.

Vi su mano sobre mí. No era especial, no refulgía, no tenía forma de otra cosa más que de una mano, eso sí cálida cuando la puso en mi cabeza. Y escuche: “¿Qué quieres preguntar?"

Y fue en ese momento, como el que abandona los límites de su cuerpo que me vi; no era yo, pero si era yo. Aquel que preguntaba a Dios era un niño que con mis ojos miré, el conversaba con Dios tan placida y alegremente, no se parecía a mí, pero era yo; estaba seguro, uno se conoce a sí mismo, aunque nos cueste reconocernos. 

Y, al verme, me ahí junto a Dios, me fui acercando sigiloso, como un espectador, pero más que nada como el que anhela hacer la pregunta que no se ha hecho y que aguarda la respuesta que no se ha dado. Me fui ubicar cerca de aquel  lugar, no tan cerca que pudiera interrumpir, mas no demasiado lejos para no dejar de escuchar lo que se susurraban aquel niño y Dios.

“Pregúntame”, dijo Dios, con calma, con una voz suave, cómo aquel que ha respondido millones de preguntas y una más no exaltan su ser, al contrario, la torna tierno, sutil, amable. Y pregunté. 

De pronto no estaba en mi propio cuerpo, sino en el de aquel niño... y pregunté y volví en mi... fue ahí cuando la pregunta resonó  dos veces, al mismo tiempo, porque fue hecha por el niño que era yo y yo mismo que lo contemplaba a la distancia; salió al unísono una única pregunta pronunciada por dos bocas y sentidas en un solo corazón:

“¿Cuándo es tarde, Señor?”

Cerré los ojos para oír mejor la respuesta… pero como sucede con los sueños, no todo se recuerda, hay lagunas en la memoria, saltos del recuerdo; no escuché la respuesta y caí en cuenta que ya había despertado, el alba comenzaba a despuntar en el horizonte: aquel día amaneció temprano.  

Por más que intento hacer memoria, no recuerdo qué dijo Dios, no logro dar con su respuesta. Sólo recuerdo que ya no estaba en aquel lugar, y Dios ya se había marchado, mas mi sentir era que se había quedado... (hoy lo entiendo, nunca se fue). 

Mi memoria solo alcanza a recordar una afirmación pronunciada en forma de un suspiro, un pensamiento intenso que aceleró mi corazón y le dio paz a mi ser, alegría a mi existir, tranquilidad a mi espíritu... así tanto que no amanecía así...

“Quiero que sea tarde, para comenzar temprano a amarte”. 



Yerko Reyes Benavides

(Texto inspirado en la oración de San Agustín).


Tarde te Amé

"¡Tarde te amé,
hermosura tan antigua y tan nueva, 
tarde te amé! 

Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, 
y así por fuera te buscaba; 
y, deforme como era, 
me lanzaba sobre estas cosas
 hermosas que tú creaste.

Tú estabas conmigo,
 mas yo no estaba contigo. 

Reteníanme lejos de tí 
aquellas cosas que,
 si no estuviesen en ti, 
no existirían. 

Me llamaste y clamaste, 
y quebrantaste mi sordera; 
 brillaste y resplandeciste,
 y curaste mi ceguera;
 exhalaste tu perfume, 
y lo aspiré, 
y ahora te anhelo; 
gusté de ti, 
y ahora siento 
 hambre y sed de ti; 
me tocaste, 
y deseé con ansia la paz 
que procede de ti"
-
-San Agustín-

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