“Ya
podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo
caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Ya podría yo tener el
don de profecía y conocer todos los misterios y toda la ciencia, o poseer una
fe capaz de trasladar montañas; si no tengo caridad, nada soy. Ya podría yo
repartir todos mis bienes, e incluso entregar mi cuerpo a las llamas; si no
tengo caridad, nada me aprovecha” (1Cor 13,1-3)
¿Cuántas veces nos tendrá que
reiterar la Palabra de Dios que, el Amor
lo es todo, en todos, para todo y con todos. La partícula más ínfima del
ser humano está impregnada del amor divino con el cuál fue hecho no sólo como
criatura en el mundo, sino en la eternidad con Dios. Si Cristo el Señor existía
antes de la creación, como afirma San Juan al comienzo de su Evangelio, el ser
humano ya existía en el corazón y pensamiento de Dios.
El acto creador de Dios no es
sino un desbordamiento de su infinito amor, es el rebosamiento de su naturaleza
divina en cuanto no pudo contener más, ni por más tiempo el Amor. ¿O es que
acaso pensamos que Dios un día en la eternidad, estando aburrido de la nada se
puso creativo y se inventó el cosmos, el universo y todo cuanto lo habita?
La creación entera es una
consecuencia del Amor de Dios, de cómo en su interior la dinámica del amor es
creativa y creadora y con el correr del tiempo para los hombres también se
ofrece en liberación y trascendencia.
Cito a San Pablo como texto
Sagrado de la Palabra de Dios cuando, arrebatado por el amor de Dios que
empezaba a trasforma su interior en los primeros años de su conversión escribió
estas hermosas líneas sobre el amor, que si bien es la más preciosa
interpretación del amor divino, todavía no alcanza a expresar todo cuanto este
representa, significa y es; en aquel momento, ahora y por toda la eternidad:
inmutable pero en constante movimiento, ya que el Amor siempre está fluyendo
como un río indetenible e incontenible.
El
amor es poesía, es canto, danza, melodía armoniosa que eleva al alma y la
proyecta hacia la trascendencia, hacia aquello que no es pero puede llegar a
ser.
Todo entonces tendrá sentido entonces cuando nos convirtamos en amor y éste
fluya libremente por nuestro ser y quehacer.
Comenzando
en Jesucristo y su “locura de amor”, algunos hombres y mujeres de distintos tiempos
y épocas, nos han dejado una línea espiritual
por la cual podemos transitar hacia la trascendencia, a la trasfiguración, la
metanoia definitiva de nuestra existencia.
San Pablo, San Juan, San
Agustín… Una niña de corazón tierno, de espíritu libre, de desenvoltura tierna
y un hálito siempre amable y amoroso; una jovencita que su más grande anhelo en
la vida fue Amar a la medida del amor de Dios. Ella que no se licencio en ninguna
ciencia de su tiempo, comprendió mejor que nadie el secreto de la vida, el
concierto del amor divino que como melodía suave y cálida nos enseñó, así como
otrora San Pablo que nada tiene valor, ni las cosas más improbables, ni si
quiera los milagros, si éstos no provienen del amor, se hacen con amor y su
finalidad es el amor.
Santa Teresita del Niño
Jesús, de Lisieux,
Doctora de la Iglesia en el arte más sagrado y la ciencia menos desarrollada:
el Amor; nos muestra los caminos más preciados del corazón de Dios; nos habla con
la timidez de una niña, pero con la certeza y convicción de una “maestra”: que
lo único que será por siempre valioso y a lo que aún muchos resistimos en
arrojarnos –como en un vacío de plena confianza- es en el arte de Amar a la
medida del amor Dios.
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