jueves, 24 de diciembre de 2020

La Virgen se llamaba María

Meditación antes de Noche Buena 

Un día cualquiera, que se convertirá en un día como ninguno, apareció en un pequeño poblado, casi olvidado, un Ángel del Señor; y entabló conversación con una jovencita de aquella localidad, a ninguno causó extrañeza, ni si quiera a ella, la presencia de aquel ser celestial no la asustó, lejos de ella el terror, sus rodillas besaron el suelo y atentan escuchó.

La conversación entre ellos dos se dio sin sobresaltos; el mensaje era importante, el más importante de todos los tiempos; no hubo rubor, tan sólo una pregunta, y pronto se oyó la respuesta: ¿Quién la escuchó? Nadie en aquel momento, pero cada hombre, mujer y niño que busca con empeño, y quieren renovar la esperanza de espéralo todo en Dios, buscan con anhelo ese preciso instante: 
"En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José. La virgen se llamaba María.
 
Entró el ángel a donde ella estaba y le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”

Al oír estas palabras, ella se preocupó mucho y se preguntaba qué querría decir semejante saludo. 

El ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin”. 

María le dijo entonces al ángel: “¿Cómo podrá ser esto, puesto que yo permanezco virgen?” 

El ángel le contestó: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el Santo, que va a nacer de ti, será llamado Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel, que a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y ya va en el sexto mes la que llamaban estéril, porque no hay nada imposible para Dios”. 

María contestó: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho”

Y el ángel se retiró de su presencia". -Lucas 1, 26-38-

¿Aprecian cómo se va desenvolviendo la conversación entre el Ángel del Señor y María? 

Con naturalidad, como si de dos grandes amigos del alma se tratara que en una tarde se encuentran por casualidad en la esquina de la calle en la banca de una plaza. 

La turbación de María no se manifiesta por tan maravilloso enviado del cielo. Es que dicen que los niños cuando están sólo y nadie los está viendo sonríen porque son capaces de ver a los ángeles del cielo que envía Dios a jugar mientras que las mujeres descansan un rato de sus desvelos maternales. 

¿Sería que aquel Ángel del Señor ya era un asiduo visitante de las sonrisas de la Dulce Muchacha de Nazaret? 

No, la “turbación de María” es por otra cosa. Ella amada de Dios y sabiéndose amada de Dios, siente en lo más hondo de su alma que el amor “privilegiado del corazón del Eterno Padre” es un regalo que ella paga con su límpida sonrisa aun en los momentos de tribulación –como eran los de aquella época – no sólo en Nazaret sino en toda Judea e Israel. María inocente, sí; tonta o ilusa, jamás. ¿Cómo se va a desenvolver la acción de Dios en mí –piensa María-, si mis planes ya son otros? 

A propósito, mientras más grande y fuerte es la manifestación del amor de Dios en el alma y corazón de uno de sus hijos(as) predilectas, con más fuerza el alma se estremece –como María- sintiendo la humildad, la sencillez de su propia condición y naturaleza incapaz por más que se lo proponga de corresponder en igualdad de condiciones el amor recibido. Entre paréntesis, estas son las cosas que Dios oculta a los “sabios y entendidos” y que se las revela a la gente “sencilla” (Cf Mt 11,25-27). como a la más humilde de todas: la “Esclava del Señor” 

Aquí descansamos un poco, y nos abandonamos un rato en las manos misericordiosas de amor de Dios que no nos faltará jamás tal como nos lo dejo dicho Pablo en su carta a los Romanos que ya citaremos en contexto. 

Mi estimada(o), suelta los remos, hoy vale hacerlo sin remordimientos. Descansa, túmbate en el fondo de la barca de tu vida, levanta la cabeza y mira las estrellas, esta noche, seguramente verás en el firmamento una que brilla con mayor fulgor, más resplandeciente que las demás, es la estrella que siempre pone Dios en el firmamento de los que han velado y salido a su encuentro para guiarlos hasta donde el yace. 

Repite, esta noche con San Pablo y también conmigo que me cuelo de asomado: 
“¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?... Pero en todo esto salimos más que vencedores gracias a aquel que nos amó” (Cf. Rom 8.35-39) 
Guardemos un rato de silencio para que estas palabras logren convencer a la razón que sigue poniendo resistencias “lógicas y razonables” para no desarraigarse de la desesperanza que es una forma de estancamiento interior. Y luego prosigue con María: 

«Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» 

Esta noche, en medio de las carreras familiares habituales de todos los 24 de diciembre de cada año, “per secula seculorum”, no olvides ponerte de rodillas delante de tu pesebre, ese que decora un rincón de casa. 

Aprende a ponerte de rodillas (Etty Hillesum), delante del misterio del amor de Dios, y darle gracias. 

No necesitas prepara un discurso, sólo mirar la pequeña imagen del niño y decirle con quizá un par de lágrimas que se escurren libres de tus ojos: 

“Gracias, mi amor, mi dulce Dios hecho niño, 
no merezco que me ames de esta manera. 
Haré todo lo posible por corresponderte cada día 
y todos los días de mi vida, 
aunque sea con la humildad 
de una sonrisa en la adversidad”.

Amén 

Yerko Reyes Benavides

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