domingo, 30 de agosto de 2020

Una Cruz diferente

Probablemente hayas escuchado a alguien decir; o puede ser que incluso te hayas topado con esta afirmación a través de alguna lectura, menos probable es que no hayas tropezado con ella; sin reparos, y muy a disgusto nuestro, algunas veces, de acuerdo o no con ello, se suele decir: 

“Dios le da a cada quien la cruz que ha de cargar”. 

El problema que tiene esta afirmación, por mucho eco que haga en nuestro interior, o tenga sentido para explicar alguna situación de vida o por más que la necesitemos, para justificar algún sufrimiento, no es cierta. 

No puede ser una verdad algo que contradice lo que es Dios en su esencia y naturaleza divina: Puro Amor (Cf. 1Jn 4,8). 

Entonces, ¿cómo se entiende eso de: tomar la cruz y seguir a Jesús”? 

Si nos detenemos a considerar bien el pasaje en el que aparece esta propuesta, lo primero que nos daremos cuenta es que la cruz no la impone Jesús a sus discípulos (cada uno de aquellos que quiera ir en pos de Cristo, han de tomar “su propia” cruz, y no la de él). Por otra parte, ni si quiera en la relectura –interpretación- que hace el autor sagrado se atreve a sugerirlo. 

A la comunidad cristiana, la cruz se le presenta como condición de discipulado, eso sí, tal como también se nos ofrece a nosotros; sólo que, la cruz a la que hace referencia –Jesús- dista mucho de ser aquella que nos imaginamos. 

Pongamos en contexto el párrafo anterior, vayamos a la Palabra de Dios: Mateo 16, 21-27; Marcos 8, 31-38; Lucas Lc. 9, 21-27. El hecho de que aparezca en los tres Evangelios (Sinópticos), lo primero que nos sugiere es que, lo que estamos considerando, no sólo es de importancia para nuestro caminar en la fe, sino vital para nuestro discipulado y vida espiritual. 

Lo segundo, y tiene que ver con la exégesis, es que lo que los tres autores sagrados comparten proviene de una fuente común a los tres, más antigua que sus propios escritos, y nos sumerge en un hecho histórico real y no sólo en una reinterpretación teológica de un acontecimiento que pudo haber o no pasado.

Lo tercero, es que lo que digamos de este hecho, será en todo momento una relectura y una interpretación. Y ¿cuál es el hecho en cuestión? 

Antes que nada, lo cierto es que, Jesús estaba consciente de su Pasión, Muerte y también de su Resurrección, mucho antes de que acaeciera. 

En virtud de lo anterior, llegado el momento, Jesús quiso dejar en claro ante sus discípulos  y poner en orden todo lo que respecta a su misión, su entrega y también su sacrificio. 

No hemos de pasar por alto, la capacidad, la tranquilidad, y también la fuerza de su convicción y amor y fe, para hacer una lectura inteligente de los acontecimientos y adelantarse a los sucesos venideros. Todo esto es fruto del discernimiento propio de un hombre que es consciente de sus actos, que mira en lo más profundo de su ser y contempla la acción de Dios y la hace vida. 

De todo esto hace partícipes a sus amigos. Bien hubiese podido mantearlo en silencio, sin embargo, su entrega contraviene a las expectativas que de él se habían hecho los discípulos: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios” y les hace un llamado a descubrir nuevos paradigmas, (de vida, de fe, de oración, de misión, de espiritualidad e incluso en su momento de religión) algo que descoloca y sorprende a sus discípulos: “El que quiera venir en pos de mi niéguese a sí mismo”. 


¿Y qué pasó con aquello de “cargar la cruz”? 

Antes de que llegar allá, necesitabamos detenernos acá, puesto que sin esto, la interpretación de la cruz dará para cosas tan descabelladas como decir: “mi familia es mi cruz… “mi matrimonio es mi cruz”… esta enfermedad que padezco es la cruz que Dios me impuso”… “este trabajo es mi cruz”… 

Esto nos lleva a afirmar, y espero a tus oídos no resulte altisonante, lo de “cargar la cruz” siempre ha sido una metáfora, aunque para Jesús fuera un hecho. 
Una metáfora es una “figura retórica en el que se traslada el significado de un concepto a otro, estableciendo una relación de semejanza o analogía entre ambos términos” (RAE). 
Si “la cruz”, como noción, es una metáfora, ¿con qué concepto se está asociando para establecer la analogía, semejanza o relación? 

Quizá caigamos en la tentación de hacer correr por nuestra mente toda la escena del Calvario y el Gólgota, y prematuramente llegar a la conclusión más obvia: el sufrimiento, si somos pesimistas; el sacrificio, si somos optimistas y, si somos realista, ambos. 

Para ser enteramente justos con Jesús y el dato histórico del que disponemos; la cruz que cargó sobre sus hombros el “Hijo del Hombre” y en la que murió “el Hijo de Dios”, no es una metáfora, sino un leño muy real, de madera de pino (ciprés, cedro u olivo) y aun hoy día, sigue siendo “escandalo” para algunos y “locura” para otros (Cf 1Cor 1, 20-23). 

Sin embargo, el sufrimiento en sí mismo no es redentor, tampoco el sacrificio por sí mismo es remisor. Sufrir por sufrir es una necedad, y en nada agrada a Dios; no sirve como ofrenda, ni mucho menos como don. Tampoco puede seguir sosteniéndose, pues se cae por su propio peso, que haya sufrimientos que son impostura divina: “es la voluntad de Dios que yo padezca”. 

El sufrimiento, el dolor, la enfermedad e incluso la misma muerte, son realidades completamente humanas, es decir, atañen al hombre (biológico). Sin embargo, Dios si puede inspirar las maneras de hacer frente a la tragedia (de nuestra condición) haciéndose el mismo presente y entregándose a sí mismo, para que ninguna de las cosas que destruyen lo humano sea para siempre. 

Cuando Jesús hace anuncio a los discípulos del padecimiento personal que está por venirle, no lo entroniza como el propósito de su Mesianismo, recientemente aclamado por los apóstoles, ni tampoco lo exalta como la voluntad del Padre, el sufrimiento está en el paso hacia su destino y siempre de paso, y aunque lo abraza con todas sus fuerzas, no se queda con él para siempre. Así como la cruz quedó enclavada en el Gólgota, así también todo padecimiento está para ser dejado atrás una vez cumplido su razón de ser. 

El signo de la cruz, al que hace mención Jesús es un llamado a la autodeterminación, a la libertad consciente y plena, puesta por voluntad propia al servicio de Dios. En otras palabras, es ser consciente de nuestro propio ser y actuar en consecuencia, es decir, coherentes y responsables de nuestro sentir, pensar, decir y hacer. 

Actuar en plena, auténtica y verdadera libertad nunca ha sido sencillo, y demás está decir que no está exento al sufrimiento, ajeno a la pasión, o se exime del dolor. 

Cuando Jesús presenta la cruz como condición de seguimiento, no nos impone una carga, ni un dolor, ni menos nos manda a sufrir para ser hacernos dignos de ser sus discípulos. No está en su mente la angustia de unos azotes, lo punzante de unos clavos y corona, o la agonía de una cruz. 

Con todo, eso sería más sencillo de afrontar que el desafío, todavía pendiente, de vivir en plenitud. 

Sólo en absoluta libertad se puede seguir a Jesús

Yerko Reyes Benavides

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