domingo, 2 de agosto de 2020

Panes y Peces

“«Consuelen, consuelen a mi pueblo», 
dice su Dios. 
«Hablen al corazón de Jerusalén 
y díganle a voces que su lucha ha terminado»”. 
(Is 40,1-2) 

Es el eco de la Palabra de Dios que por la voz del profeta resuena en el corazón de Jesús, inspira sus pensamientos, anima sus sentimientos y proyecta sus acciones. Él no está sólo, hay otros como él que han buscado por todos los medios realizar la obra de Dios en el mundo, en medio de los hombres. Sin embargo, él no es como los demás, ni tampoco es “uno más” entre muchos o entre tantos; en su voz habla el mismo Dios. 

¿Qué tan consciente estaba Jesús de esto? ¿Cuánto tiempo tardó María, su Madre, en decirle que era Hijo de Dios? ¿Cuál fue su reacción? ¿Acaso no la miraría incrédulo y sin darle crédito a lo que le decía? 

En los textos apócrifos, se nos cuenta que el infante Jesús hacia gorriones de barro y les insuflaba su aliento y cobraban vida. (Cf Evangelio según Tomás 2,2). No, ese no es Jesús, en él no hay ciencia infusa que valga, ni tampoco revelación temprana de parte de su Madre, alertándolo de su procedencia y alentándolo en sus competencias y poderes. 

María, Dulce Muchacha, prefirió el silencio; llegará el momento, se decía en su interior, el mismo Dios lo mostrará cuando sea la hora (quizá intervenga adelantando la hora, un ligeroo empujoncito en las bodas de Caná). 

Así pues, la taumatología no fue la elección, ya en su Omnipotencia lo había intentado, sin mayor resultado, a pesar de la gran necesidad del ser humano de lo sobrenatural. Esta vez será diferente: de muchas maneras ya se había manifestado Dios a los hombres, sin embargo, “llegada la plenitud nos ha hablado en su propio Hijo” (Hb 1, 1-2): el Dios hecho Hombre, lo hizo a lo humano. 

Hay pocas, muy pocas personas en la faz de la tierra que no se conduelan ante el dolor y la tragedia de sus semejantes (aunque muchas prefieran quedar ignorantes de esta); que el sufrimiento y la agonía del inocente no haga que se escape una lagrima de conmiseración de sus ojos o la tribulación del desvalido le arranque un suspiro de compasión. 

A algunos esta tragedia, este dolor, esta miseria o las injusticias que los hombres cometen contra los mismos hombres (más vulnerables), los llevan a tomar la decisión de comprometer su vida y su tiempo, sus talentos y también sus recursos para brindar algo de alivio al que sufre: muy en el fondo éstos escuchas el susurro del Señor diciéndoles: “Consuelen a mi pueblo”. 

Para Jesús no fue diferente, sólo que quizá el susurro que en su interior resonaba, en vez de ser una tenue brisa, era un volcán en ebullición en espera del momento de la erupción. No nos extraña, pues, ni nos resulta ajeno el que llegada la hora, su hora, Jesús se avocara por entero a dar cumplimento a aquello que en su corazón efervecia en Palabra Divina. 


Cinco panes y dos peces 

Nos remite al primer “milagro” de la multiplicación de los panes referido tanto en el Evangelio de Marcos como en el texto de Mateo (Cf Mc 6,41; Mt 14,19), en el que se narra palabras más, detalles menos, cómo Jesús dio de comer a más de cinco mil hombres con cinco panes y dos peces. 

Todo un acontecimiento de una magnitud extrarradia que debió dejar huella en los libros de historia. Sin embargo, no lo hizo, como tampoco quedó registro, aparte del testimonio bíblico, la resurrección del hijo de la viuda de Naím, o la curación de innumerables enfermos, incluyendo la resurrección de Lázaro en Betania, así como la expulsión de demonios, o la segunda multiplicación de los panes. 

Cuando no veo un ejercicio sobrenatural de Dios; cuando soy testigo de la necesidad imperiosa de una intervención divina extraordinaria y no aparecen los signos o señales de ella; cuando me doy cuenta que también yo busco la figura o la imagen de Dios en la corteza de un árbol, en la tostada de un pan o en las formas que toman las nubes en cielo, pienso nuevamente en los “cinco panes y los dos peces”. 

Jesús, me resulta el muchacho del texto de este Evangelio.. El escritor sagrado apunta de manera sutil y tenue en la ofrenda del joven la misión y tarea del Mesías.Nadie sabe cómo se llama o de dónde viene (no es lo relevante); ninguno se cuestiona la razón por la cual ese muchacho tiene lo que ofrece ¿de dónde los sacó? (¿acaso importa?). De Jesús dijeron cosas semejantes, muchos se cuestionaron su origen, su procedencia, sus competencias y habilidades, la nobleza de sus actos y de quien había recibido la autoridad para hacer todo lo que hacia. 

En el corazón de aquel muchacho, late el corazón del mismo Jesús. Ese muchacho, en definitiva, es Jesús y en sus manos están cinco panes y dos peces. 

Jesús es consciente de su misión y sabe que su Padre, el Dios de bondad y misericordia, el otrora Omnipotente y guerrero, ha escuchado la voz de tantos profetas, que en su nombre han hablado, incluyendo al último y al más grande de todos los nacidos de mujer, Juan Bautista, y, advierte, que ya está respondiendo decididamente al clamor de su pueblo en su propia persona. 

En su corazón de Hijo de hombre, siente y hace suyas la confusión, la tristeza y la desesperanza de la gente, que lo busca como la oveja busca al pastor y se compadece de ellos: los recibe a todos, los asiste, los instruye y los cura de sus enfermedades. 

Hay hambre y sed de Dios, como también la hay de pan, paz y justicia; sólo que estas últimas no se realizarán en el horizonte de la humanidad, ni quedarán satisfechas, si alma, corazón y mente no son alimentados con la Palabra, la gracia y el amor del Señor. 

El milagro que obra Jesús no es haber despedido con el estómago lleno de panes y peces a aquella multitud; sino haber sido consuelo y razón de vida y esperanza para cada uno de ellos, incluidos las mujeres y los niños (aquellos que no cuentan). 

Cuando me doy cuenta que también yo, con los brazos amenazantes, estoy con los ojos puestos en el cielo buscando, reclamando, exigiendo un milagro de parte de Dios, pienso en los cinco panes y los dos peces. 

Lleno de vergüenza agacho la cabeza y bajo los brazos, y miro mis manos, y a veces con lágrimas en los ojos descubro que en ellas están los  panes y los peces del milagro que espero. 

¿Quién duda ahora que cinco panes y dos peces no son suficientes para llevar el consuelo de Dios a tantos corazones desgarrados? 

Una multitud espera el milagro que está en ti. 

Yerko Reyes Benavides

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