martes, 14 de abril de 2020

Meditación Fugaz: De cómo sentirnos en Pascua estando en cuarentena.

Que Cristo resucitó, resucitó. ¿Cómo lo hizo? Eso no lo sé. De eso se trata la fe. 
“Es, pues la Fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”.  (Hbr 11,1)
Entendamos de entrada, sentemos el precedente, la Resurrección de Cristo es la razón por la cual nuestra fe y todo lo que hacemos en su nombre, tiene propósito y también sentido. 
”Si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación no sirve para nada, como tampoco la fe de ustedes”. (1Cor 15,14)
Estremecedora es la entrega de Jesús en la Cruz. Mueve y conmueve hasta la fibra menos sensible de nuestro cuerpo. 

El acontecimiento de la cruz nos deja perplejos, y por muchos motivos. Sin embargo, y la forma más sencilla de decir esto, es simplemente diciéndolo: Jesús no fue el primero, ni el único, ni último en morir en una cruz, dándole a la entrega y su muerte un carácter oblativo.

¿Por qué no recordamos a ninguno más que haya muerto en la cruz, aparte de Jesús y los dos ladrones con él crucificados? 

La respuesta es simple y seguramente ya la dedujiste, sin embargo, consideremos lo siguiente antes de darla.

La cruz, como castigo era una práctica común entre los romanos. Un escarmiento visual terrorífico para que ninguno se animara a sublevarse contra la autoridad del imperio, razón por la cual se dictaba tan temida sentencia. 

Con todo y el sentido cruentamente ejemplarizante, muchos judíos y no judíos fueron condenados a la muerte en cruz. 

¿Qué hace diferente, entonces, a la muerte de Jesús en la cruz? 

Nada y mucho. Aunque parezca contradictoria esta manera de responder, si te detienes a considerarlo, verás la razón. 

Todo lo que Jesús enseño de palabra, lo confirmó desde de la cruz. La cruz no es locura, no es necedad (Cf 1 Cor 1,23), la cruz es coherencia. 

La cruz, por la muerte de Jesús en ella, se convierte en lugar de reconciliación y en altar de perdón. Expresión sublime de amor: 
“Nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos”. (Jn 15,13).
Sin embargo, todo esto se hubiera quedado en poco o nada si Cristo no hubiese Resucitado.


Fue un error de estrategia  haber conectado la cuarentena con la cuaresma. No faltaron quienes vieron la oportunidad de hacer que la cuarentena tuviera un carácter penitencial. Ninguno imagino que esto duraría tanto. ¿Y, ahora que estamos en Pascua, qué? 

El sentido espiritual de la cuaresma es una intervención interna con consecuencias externas. La cuarentena por el contrario es una intervención externa, con consecuencias externas y que, no debería traer repercusiones internas. 

Esta intervención interna, con sus prácticas propias, nos coloca a los pies de la Cruz del Señor, ahí termina (la cuaresma). En la cruz del Señor, ha de morir todo aquello que limita, dificulta o impide (el pecado) la Vida en plenitud concedida por Cristo. Es la Vida en Dios que no está sujeta a los vaivenes ni del tiempo ni de las circunstancias. 

La cuarentena que continua, y no sabemos con certeza cuánto tiempo más durará, demás está decir, no tuvo, no tiene, ni tendrá un carácter penitencial, purgativo extendido hacia la Pascua. Pero lo que si puede tener, y eso depende por entero de nosotros, un propósito reflexivo, es decir, hacernos pensar, meditar y discernir y, no  bajo la lupa de la expiación (pues no es un castigo) sino bajo lo que es: un vaivén de este mundo y sus circunstancias. 

La Pascua no se espera, como se espera a la Navidad. Vivimos inmersos e insertos en la Pascua del Señor, pues la alegría del Resucitado está ya signada en nuestro corazón, y su trazo fue hecho en en él con la forma de una cruz y resplandece en nuestra alma, como el amanecer sin ocaso, de ese día glorioso. 

La consecuencia de esto: una alegría que nada, ni nadie podrá arrebatarnos jamás y, la promesa de que esta alegría, que proclama nuestra fe y sostiene nuestra esperanza, llegará a la plenitud. 

Entonces puedo estar sumergido en la dificultad, en medio de la tempestad, atravesando por el duelo y no perder la alegría, el gozo espiritual. Esto es Pascua, este es el efecto espiritual que tiene la Pascua del Señor en la vida del creyente. 

Antes de la cuarentena, muchos ya vivían en ella, encerrados en sus miedos, orgullo, soberbia o vanidad. Haciendo cálculos constantes para sacarle provecho a los placeres de esta vida, comprando ropajes de felicidades efímeras para tapar el frío de sus vacíos. 

Otros tantos, no terminan nunca de cerrar el ciclo de la cuaresma, y hacen de ella una práctica constante que los mantiene en eterna penitencia y duelo. 

La Pascua es un estado vida, que da vida, que engendra vida, y comunica la alegría de la presencia viva del Señor que se emplazó definitivamente en el corazón de quien en Pascua busca siempre estar. 

La cuarentena es una circunstancia externa y pasajera. La Pascua es una condición interior, en la que la alegría espiritual es la primera de sus características y la segunda, te la digo también acá, es la supresión del miedo. 

No me tomes por ingenuo, imagino lo que puedes estar pensando: “se escribe rápido y se dice fácil, pero…”. Te doy la razón, nadie dijo que pasar de la cuaresma a la Pascua sea fácil, no te olvides,  yo no lo he pasado por alto, ahí en el medio está la cruz. Incluso a los discípulos les costó y necesitaron, no sólo de las muchas pruebas de Resurrección que les dio el Señor, sino además, del Don de lo alto: el Espíritu Santo. 

Ánimo, que todavía nos falta un trayecto más que recorrer. La calle nos espera, pero a ella no podemos volver como si nada hubiese pasado; pues algo está pasándonos, y no, no es la cuarentena, sino la Pascua. 

La Pascua es lo que nos está pasando. 

Yerko Reyes Benavides

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