sábado, 24 de marzo de 2018

Y tomo tu Cruz

¿Cuántas fueron las veces, Jesús, que a tus amigos y también a los extraños les invitaste a tomar la Cruz? 

¿Acaso se imaginaron aquellos a qué te referías? ¿Es que tú mismo sabías la literalidad de lo que pedías? 

¡Cuánto me gustaría tenerte en frente! 

No para que me respondieras a todas estas preguntas y las que quedan reservadas en el corazón. 

Me gustaría tenerte en frete para arrojarme en tus brazos, y abrazarte; no, no quiero quitarte la Cruz de tus hombros 

¡Qué acto de pretensión egoísta la mía si así lo sintiera! 

Es tuya, tú la has de llevar, pero sólo quiero abrazarte y sostenerte un rato.

Descansa un poco en mí, Señor, como tantas veces yo he descansado en ti. Reposa tu cabeza en mi hombro, que mi mano temblorosa recogerá tus sudores, sangre y lagrimas.

Hermoso eres Señor, con tu rostro desfigurado, nunca fuiste más bello que en este momento de entrega. 

¿Qué ser humano en su sano juicio hubiese por otros recibido, los golpes merecidos por su humillación y pecado? 

Tú en cambio en vez de entregar al malvado a Juicio, preferiste, herido cargar la cruz de su ignominia.

No era tuya, tú la registe.

Castigar, exterminar, lastimar, no habrían servido para que el hombre corrigiera el rumbo, entonces en tu sabiduría infinita decidiste cambiar la estrategia, tantas veces otrora equivocada, incluso para tu omnipotencia. 

En vez de extender el puño para maltratar, expusiste tu rostro para recibir en él los golpes que a otros iban dirigidos; prestaste tu cuerpo para ser marcado por el látigo que veloz cortaba el aire con su zumbido para desgarrar la piel del arrogante y del pérfido. 

Cargar la Cruz ahora significa otra cosa, para mí, muy distinta: No es un gesto de “solidaridad” en donde me conduelo del sufrimiento del otro.

Por más sensibilidad que se tenga, nadie puede ni podrá sufrir por otro, apropiarse del dolor del ajeno. 

Cargar la cruz es tomar el lugar del que sufre, aunque el sufrimiento no es propio es hacer suyo el sufrimiento del que no puede cambiar su realidad y con la fuerza de la gracia consagrar la vida para marcar la diferencia, es decir, hacer diferencia: ser diferencia de Dios en medio de los hombres.

Ser voz de los que no tienen vos; ser espada divina de misericordia ante las injusticias; recoger del lodo al que ha perdido toda dignidad y valía. Con el grito de los siervos que sufren levantar al abatido. 

La Cruz deja de ser un adorno cuando en vez de colgar en el pecho se lleva en el hombro.


“¿Quién dio crédito a nuestra noticia? 
Y el brazo del Señor ¿a quién se le reveló? 
Creció como un retoño delante de él, 
como raíz de tierra árida. 
No tenía apariencia ni presencia; (le vimos) y 
no tenía aspecto que pudiésemos estimar. 
Despreciable y desecho de hombres, 
varón de dolores y sabedor de dolencias, 
como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, 
y no le tuvimos en cuenta. 
 ¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y
 nuestros dolores los que soportaba! 
Nosotros le tuvimos por azotado, 
herido de Dios y humillado”. (Is 53,1-4)

Yerko Reyes Benavides

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