lunes, 26 de marzo de 2018

Permite ser Cireneo de tu Amor



Meditando en tus misterios, Señor, me encuentro en estos momentos; y una sola cosa recuerdo, una pregunta de la rebeldía de mi infancia.

Desconocía en aquella oportunidad lo que ahora con libros y letras de por medio, sigo desconociendo, pero ya no es simple desatento a tus palabras, sino más bien docta ignorancia que es más peligrosa que la que viene de la ingenuidad y de la inocencia. 

¿Por qué? decía en aquel entonces:
¿Por qué tengo que amar a un Dios que no me nace querer? 
Y a mi alrededor me respondían, porque el "Murió por ti y por tus pecados". Entregado en la cruz derramo por Amor su sangre, para lavar la impureza que hay en tu interior. Y mientas más argumentos de ese estilo apologético usaban conmigo, más me rebelaba. Ateo, si. Me iba convirtiendo en ateo de argumentos vacíos y sin sentido. Argumentos productos de dogmas y no de convencimientos, de doctrinas más que de experiencias

Ese Dios apologético no iba conmigo, ni tampoco representaba mis intereses. Pruebas, y no de su existencia, sino de que ese Dios predicado tenía reales y verdaderas consecuencias en la vida de los que confesaban su nombre y, que no fueran solo peroratas.

Si murió como dicen que lo hizo, acaso “yo se lo pedí”. 

Me parece un absurdo hacer algo por otro que el otro no quiere que hagan por él, no necesita ni pide. Y no quiero corresponder a un amor así. Es castrante, es hiriente, es manipulador y sobre todo es esclavizante. 

Aún sigo pensando que el amor de Dios así presentado tiene todas las características emocionales para ser manipulador de la conciencia, castrante de la libertad de juzgar en bondad y desde la bondad y que esclaviza y sumerge a la ritualidad la fe, quitándole el componente liberador, y eso que pase por escuela de teología..

En mi docta ignorancia de hoy, me sigo rebelando no al amor de Cristo. Ya no tiene importancia si murió o no murió en la cruz, la cruz fue sólo consecuencia de su amor, quizá la expresión sublime de su amor. Pero el amor de Cristo es más que la Cruz a la que la queremos reducir, a veces para comprar, manipular, subyugar y dominar nuestra conciencia.

Hoy miro el misterio del amor y me sigo haciendo la pregunta: 
¿Por qué amarte? 
No tengo respuesta todavía y probablemente nunca la tendré, pero hoy me pongo en el lugar del Cireneo y ayudo a cargar la cruz de Cristo. Mis hombros y brazos no serán robustos, pero al menos pasos detrás de ti doy, llevando una parte de esa Cruz que representa un amor no correspondido, que ni si quiera fue pedido, al extremo con el que tu lo diste, ni tampoco de esa forma, tan aún incomprendida.

Revestido de glorias y triunfos eras esperado. El éxito en las cosas de este mundo era la consigna. Restitución del honor mundano de una nación que tenía a Dios como el Jefe de sus ejércitos. 

Aquella piltrafa humana, no, no era el Mesías. Sin embargo, su coraje, su entereza, su dignidad no vencida, aun en el abandono de las fuerzas corporales seguí adelante. 

Detente le decían, coloca tu rodilla en tierra y dales el gusto a los pérfidos de este mundo. Niega y corre, salva tu vida, le decían. Pero no, tú no. Tu adelante.

¿Te sirve este Cireneo que a tu lado hoy se para, para cargar tu cruz un rato y que puedas llegar hoy también al Calvario? Este pueblo no merece tu sacrificio. Pero, en verdad, ¿Cuándo se trató de merecimientos tu amor?

Un poco de ese amor quiero para mi. No lo entiendo, pero lo quiero y más que quererlo lo necesito, puesto que es amor así dado es en todo y para todos el único amor liberador que puede sacar de las mazmorras y de la prisión al alma encadenada a los amores mundanos que no llenan ni satisfacen.

Y miro contemplo tu amor así dado y me siguo preguntado:
¿Por qué amarte? 
Y ahora logro intuir una sola respuesta que sin lógica, ni sentido común necesarios digo:
¿Y por qué no? 
Un amor así es lo que hace la diferencia en un mundo de contradicciones.

Y miro, y sigo preguntando: 
Y ahora. ¿Cómo amarte, Señor, con el madero en tus espaldas?
Y responde, tímido:
Déjame ser un instante el Cireneo. 

Yerko Reyes Benavides

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