jueves, 6 de diciembre de 2007

Adviento y Navidad un tiempo para iniciar nuestro Proyecto de Vida en el amor de Dios

Hemos llegado al mes del año que sensibiliza nuestro corazón, enternece nuestra alma, y abre nuestro espíritu a sentimientos sublimes.

Vivimos estos días con una necesidad manifiesta de calor de hogar, encuentro con amigos, con el deseo de reunirnos con las personas que en el resto del año hemos dejado olvidadas, producto de lo congestionado de nuestro tiempo, o simplemente, hacemos de estos días una ocasión de salir de la rutina.

Sin embargo corremos el riesgo, de vivir este tiempo tan aprisa como el resto del año; quizás distraídos por los arreglos de la casa, la compra de adornos, regalos y detalles para las personas que estimamos, o el sabor de los platos propios de la época que excitan nuestro paladar...

¿Y ese tiempo tan importante que necesitamos para reordenar y redireccionar nuestra vida interior, nuestro espíritu, dónde queda? ¿Y la señal de ALTO, revestida en la piel de un Niño, que nos advierte la imperante urgencia de la quietud meditativa que, apacigua el alma, orienta las luchas cotidianas, da sentido a la existencia; queda oculta entre el ajetreo decembrino? ¿A caso las celebraciones navideñas las convertimos en uno más de tantos compromisos a los que atendemos, con mayor agrado eso si, para no permitirnos la oportunidad de darnos cuenta que nuestra existencia no va hacia ningún lado?

La Iglesia en el mes de diciembre demarca bien dos momentos celebrativos: uno de discernimiento, el otro de regocijo; uno de meditación, el otro de exaltación; uno de planificación, el otro de ejecución; uno de disposición y el otro de disponibilidad. El primero es el tiempo de Adviento, con el que se comienza un nuevo año litúrgico, que sirve de preparación espiritual de los cristianos a la gran celebración de la venida de Jesucristo -la histórica, en Belén de Judá y la Mesiánica, en la consumación de los tiempos-. El segundo momento es el tiempo de Navidad, en el cual comenzamos a transitar con Cristo en el camino de maduración de nuestra fe y compromiso de vida cristiana.

Año a año, tenemos la oportunidad de retomar los aspectos infantiles de nuestra espiritualidad y dejarnos acompañar por Jesús en ese proceso que nos lleva a la madurez de vida. No tenemos razón de ofendernos si nos reconocemos delante de Dios como infantes de la fe, con actitudes espirituales pueriles. Esto es simplemente la necesidad manifiesta querámoslo o no, del llamado salvífico que desde Belén nos hace el Salvador, a iniciar decididamente un proyecto de vida en el amor en Dios, tal como Él dio testimonio del suyo.

En Belén, Jesús acompañado por sus padres, inicia un camino de maduración moral, afectivo, espiritual, intelectual, en la gracia de Dios, que lo conducirá a la vivencia perfecta del Amor de Dios.

La liturgia de la Iglesia, a través de los tiempos litúrgicos, comenzando por el Adviento, será para nosotros una herramienta que nos permitirá, este año que hemos comenzado, iniciarnos, tomados de la mano de Cristo, en un camino que nos llevará de la infancia a la madurez de fe. Le dará intensidad a nuestra fe, profundidad a nuestro amor y largueza a nuestra caridad.

Aprovechemos este tiempo para definitivamente ser lo que estamos llamados por Dios a ser.

YRB.

Boletín Lazos de Fe, Edición Electrónica, Año 1, Nº 1, Diciembre 2007

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